Por Omar López, Santiago, 19 de octubre de 2023

Qué manera más bella de perder el tiempo es esto de escribir poesía. Y simultáneamente, qué manera más sublime de expandirse y traducir los instantes o los objetos o las emociones, en todas las otras disciplinas, imposible de traducir. Es un oficio, una tarea siempre insuficiente, siempre imperativa y muchas veces (la mayoría, en realidad) destinada a un anonimato existencial tan profundo como su orgullo. Con razón, en su tiempo y en su provincia Oscar Castro, poeta rancagüino, fue uno de los fundadores del grupo literario “Los inútiles”; identidad perfecta para representar los prejuicios y sospechas de una comunidad adormecida y de horizontes repetidos.

Hace algunos años un amigo, un hermano de letras y vivencias inmediato y creativo, me regaló un poemario tríptico que denominó: “Tres cartas ministeriales”. La primera:

Señor ministro de futuro
para continuar la vida ningún infundio
es necesario

el perdón es imposible en la medida de lo
posible
el olvido es posible sólo en la medida de lo
imposible
y jamás estarán reconciliados el secuestrado
con su saco de yute
el exiliado con su distancia
el torturado con su nervio
el asesinado con su asesinato
el desaparecido con su ausencia

      para continuar la vida nos basta con saber
que nadie será secuestrado, exiliado, torturado,
asesinado y/o desaparecido; ni por la razón ni
por la fuerza

(no es mucho pedir)

¡Un texto notable, a mi juicio! Porque de manera concisa representa los años dictatoriales y que luego de cincuenta años todavía es y será una herida abierta en miles de chilenos y familias que sufrieron el rigor de la persecución y la complicidad de una derecha altanera y vengativa. Las otras dos “cartas”, una dirigida al “Señor ministro de mesas” y la última destinada al “Señor ministro del alma nacional” profundizan con la agudeza de pensador anónimo que caracteriza su discurso, nuestra realidad nacional apuntando precisamente a la vacuidad del discurso oficial y ciertas prácticas políticas para adelgazar la memoria. Su autor, Ignacio Reyes es un hombre no solo de letras y versos, también ejerce su profesión de diagramador con una inspiración de espacios y una agilidad de manos francamente, admirable. Muchas hojas en revistas, en libros, en folletos, en portadas o afiches están iluminadas por su arte y su talento. Y sin embargo, está ahí, con una presencia lejana del frenético mundo que lo rodea y siempre, con un impecable sentido de humanidad y también, con una visión crítica de todo aquello que se esconde bajo un disfraz de egolatría.

Un poeta verdadero creo yo, parte esencialmente por pasar desapercibido en la justa medida que sus poemas, hablan por él: Fernando Pessoa, por ejemplo, iba más lejos; creaba otros poetas y distintos estilos contenidos en un solo esqueleto, bajo su piel respiraban múltiples voces junto a contradictorias emociones y una soledad endurecida de libertad y callejones nocturnos. Mi amigo, mi buen compañero en kilómetros de conversaciones y acciones compartidas, es militante en esta categoría de poetas anónimos y ajenos a las tentaciones de las vitrinas, los concursos o el oportunismo constante en un baile de máscaras.

Lo bueno de ser invisible es que está y estará presente en todos los paisajes.