Crónica literaria de Eddie Morales Piña.

Recientemente el escritor Mario Vargas Llosa ha ingresado a la Academia Francesa y se ha convertido en un inmortal, tal como lo atestigua la tradición de esta institución creada por el Cardenal Richelieu en 1635. Por otra parte, el intelectual se vio envuelto en los últimos tiempos en los entornos de la civilización del espectáculo que bien describiera en un ensayo, pero eso no es de nuestra incumbencia. De lo que se trata es de valorar al escritor con sus altos y bajos escriturarios a lo largo del tiempo desde que iniciara su labor con los cuentos recopilados en el volumen titulado Los jefes. En esta crónica me referiré sucintamente a algunos aniversarios vargallosianos, es decir, obras suyas que están de cumpleaños en 2023.

Primeramente, a la novela La ciudad y los perros que cumple 60 años desde su primera edición, puesto que fue publicada por la Editorial Seix Barral en 1963. Se trata de uno de los relatos paradigmáticos de la literatura del otrora boom de la novela latinoamericana de las décadas del sesenta y setenta.

A los dieciséis años leí La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa; estaba en el Liceo de Casablanca y esa lectura juvenil fue impactante y hasta el día de hoy la recuerdo. La novela fue lectura en la asignatura de Castellano que nos impartía el profesor Jaime Buzeta Muñoz, quien, en realidad, es el que incentivó mi vocación pedagógica y el amor por la literatura. El ejemplar de la novela aún lo tengo entre mis libros; se trata de la segunda edición publicada en 1968 por la mencionada editorial, que reproduce en la portada la imagen de la primera edición, en que aparecen dos canes en actitud de furiosa pelea -la imagen que ilustra esta crónica es aquella.- Como bien recordarán los lectores de Vargas Llosa, en esta primeriza novela, el autor tiene como asunto o referente de los acontecimientos su experiencia vital como cadete en el Colegio Leoncio Prado de Lima, donde siendo un jovenzuelo recibió una educación basada en estrictos cánones militares. Sin duda que la novela muestra una historia extremadamente violenta, en que se develan ante el lector los códigos que rigen un mundo paralelo al de la ciudad; por eso, la novela fue impugnada y quemada en el patio central de aquel colegio cuando ella vio la luz hace cincuenta años atrás.

Con el paso del tiempo, he vuelto a la novela de Vargas Llosa -uno de mis escritores predilectos a quien he seguido su huella escrituraria- en más de una oportunidad, y siempre me impacta como en aquella lectura adolescente.

En su libro Cartas a un novelista (1997), Vargas Llosa sostiene a propósito de la vocación literaria que esta es “su mejor recompensa”, agregando que para el escritor –y obviamente se está refiriendo a sí mismo-, escribir significa “la mejor manera posible de vivir, con prescindencia de las consecuencias sociales, políticas o económicas que puede lograr mediante aquello que escribe”. Desde su emergencia en la escena literaria con Los jefes (1959), la producción narrativa del escritor nacido en Perú se sostiene sobre la base de un programa narrativo que esté en consonancia con el proyecto literario que el mismo Vargas Llosa en más de una oportunidad ha indicado, donde privilegia la concepción de la novela como un cosmos total que revela una verdad histórica. El proyecto narrativo de Vargas Llosa es amplio. Las diversas modulaciones que adoptan los relatos, incluidos los más recientes hacen de él un narrador excepcional donde se van construyendo las historias asentadas sobre los pivotes que desde sus orígenes los ha pensado y meditado como intelectual y estudioso de la literatura: “los demonios que intervienen en el proceso de creación artística”, así como “el elemento añadido”, “el dato escondido”, “los vasos comunicantes”, “la orgía perpetua”, “la verdad de las mentiras”, entre otros. Todo lo anterior se engloba en que “la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue (…) Ella es el retrato de la Historia, más bien su contracarátula o reverso, aquello que no sucedió, y, precisamente por ello, debió ser creado por la imaginación”.

Releer La ciudad y los perros, es reencontrarse con el teniente Gamboa, con Alberto, el poeta, con Cava, el Esclavo y el Jaguar, entre otros personajes de un inolvidable relato de Vargas Llosa que muestra la descomposición moral del mundo narrado. Sin duda que el escritor “escribe una novela de áspera belleza, que no cabe sino llamar poética, simbólica, profunda, absolutamente humana”.

En 1973, se publicó la novela Pantaleón y las visitadoras, relato que está cumpliendo 50 años de existencia. Este texto es uno de los productos escriturarios de menor cuantía que el anterior, pues al lado de este y otros como Conversación en La Catedral (1969) o La guerra del fin del mundo (1981) pareciera ser una “obrilla” menor. La novela es una hilarante historia sobre el mismo mundo que en el anterior relato está plasmado, es decir, el espacio de la manus militaris, sólo que aquí adquiere niveles de parodia y carnaval. Fácilmente, estos conceptos bajtinianos pueden servir para catalogar este texto donde el sexo, el sensualismo y el humor del narrador nos hacen entrar en una historia lúdica. La primera vez que leí la “obrilla” protagonizada por el capitán Pantaleón Pantoja -Panta para su esposa y su madre- tenía 20 años, y las veces que la he releído vuelve a provocarme como lector la misma sensación de aquella primera experiencia lectora. A la luz de los tiempos actuales, sin duda, que el narrador resultar ser un machista consumado. La historia es bastante simple: Pantaleón es encargado por la alta oficialidad para que se haga cargo de lo que se denomina el Servicio de Visitadoras en la selva de Iquitos para satisfacer los deseos sexuales de quienes están allí. La novela, por tanto, va relatando los avatares de Panta para poner en práctica tal encomienda donde los sucesos narrados resultan cómicos y a veces grotescos. Cincuenta años después la obra pareciera ser un mero ejercicio de escritura donde Vargas Llosa desata un tópico que siempre ha estado presente en sus novelas, hasta su último cuento que no he leído. A buen entendedor, pocas palabras.

Finalmente, en 2023, se cumplen también 30 años de la publicación de la novela Lituma en los Andes (1993) que trata acerca de la desaparición de tres lugareños en un remoto lugar montañoso donde investigaran el caso el cabo Lituma y su ayudante Tomás. El relato tiene el trasfondo referencial al grupo terrorista Sendero Luminoso y a su accionar en el Perú. La novela no es muy atrayente al lector, en consecuencia, también es un texto menor en la larga producción novelesca de Vargas Llosa.

En conclusión, los aniversarios vargallosianos de este año nos vuelven a llevar a una novela mayor y a dos “obrecillas” del ahora Inmortal -para las letras- Premio Nobel de Literatura 2010, quien afirmó en el discurso de ingreso a la Academia Francesa que “nadie está a salvo si no todos somos libres, esa es la enseñanza de la literatura”.