Lectura de presentación para El idioma de la humedad,
de Camila Mardones Vergara

Por Naomi Orellana

“La única ortografía posible, es la lluvia”
Omar Alarcón, “Mil y una noches sin wifi”

La ciudad silenciosa de día sábado me acompaña en la lectura de este corte final.

El idioma de la humedad tuvo antes destellos y se adaptó a diferentes formas que los mortales llamamos libros.

En la voz de Camila Mardones Vergara lo escrito nos vive y no al contrario. El libro que estamos presentando hoy, editado por Pez Espiral, no era desconocido del todo en su interior. Quienes leemos a Camila lo sabemos. Experimentaciones libres y generosas. Los ejercicios de publicación en el fondo, no son más que esfuerzos románticos, inocentes, de poner un principio y un fin a un trozo de lo escrito que no es la palabra, ni la hoja, ni el libro.

Camila lleva la poesía a nivel de mito, atravesando sin ansia de novelista la narrativa, demoliéndola de paso, pero aceptando su posibilidad de no renunciar a contar una historia que nos cuente.

La severidad se anuncia con la tragedia del nacimiento.
La tragedia que se contrarresta con ternura.

“y bajo tus pupilas la sangre de mi hijo celebró, en el ritual de la humedad su nacimiento azul”. Página 9.

nacimiento
parto
soga
vigas
árbol
casa
cuerpo
soga

Y siempre la ternura.
La serenidad en la desgracia.
La sabiduría en la desgracia.
El don.

Es sábado 11 de noviembre y hay tormenta.
Salgo al balcón para escribir, con frío.
El día que me dispongo a deshojar El idioma de la humedad, llueve en medio del casi verano de Santiago de Chile.

Navegar en la herida.
Refugiarse en las ruinas que dejó la inundación.

“Dijimos amor y desatamos la catástrofe primera”. Página 16.

“Aunque hoy la patria arrastre, río abajo la casa nuestra”. Página 17.

Es la tercera vez que leo este libro.
Siempre duele.

Destruida. Desmembrada.

Rotunda, indescifrable.

El idioma de la humedad es una experiencia emocional extrema. Cualquier intento de dialogar en palabras con este libro resulta un balbuceo.

Escribir es ante todo un rito, de hacer una y otra vez lo mismo.
Es un tiempo.
Para ver a un hombre en miniatura entrar por una puerta roja mientras el sol lo ilumina.
Y verlo salir.
Y cerrar esa puerta, con llave.
Y ver su sombra transfigurarse mientras se aleja.

Vuelvo a abrir el libro. Un libro azul.

La mente escritural de Camila Mardones trabaja sobre el todo. Pinta palabras y descifra con encanto una dimensión brutal.
La humedad de la herida suena a sangre.
A pantano, un lago, un espacio finito.
El terror de su escritura cala.
Hechiza.

Agradezco de Camila Mardones Vergara su prosa alta, despojada de arrogancia y de pretensión perezosa, repetida, de jerga coloquial.

El idioma de la humedad habla en lenguas muertas.
O más bien, en lenguas fantasmas.

Agradezco a Camila no haber banalizado este mundo,
no haberlo neoliberalizado.
No haber corrompido,
no sé si no profanado.

La ciudad como algo vivo, afectado.
Una puesta de sol inversa.
Los rostros en las montañas.
La cordillera de Los Andes y las bocinas.
Una herida y una costra de tinta.
El temblor incesante sobre el que se escribe hace tiritar la letra.
Un temblor y un dolor persistente.
Un dolor que escribe.

“No regresas del reflejo igual que como entraste”. Página 36.

Camila no escribe, golpea.

Todos los días el sol es distinto. Todos los días el rito.
De aquí al jueves, leer El Idioma de la humedad, mirando hacia la cordillera de Los Andes.
Viendo la puesta de sol,
invertida.

En las ventanas de los edificios.
Camila Mardones no escribe, atrapa.

Encadenamiento sonoro violento y suave.
Tierna y torrentosa.

Poemas fangosos, desgarrados.

Escribir es un acto de amor.

“Cuanto territorio abarca esta herida”. Página 72.

La constatación de los límites del territorio geográfico-poético.
Internarse, extraviarse, viajar a pie, transfigurarse.
Suicida.

Explorar recovecos de este planeta agua.
Aprender otras lenguas.
Lo que celebramos hoy en forma de libro en este evento es la huella de la travesía,
de la pesadilla.
Barro, escombros, vidrios y madera.

“Mi única edad es el sonido”. Página 83.

“Nací verbo quebrado e insular”. Página 84.
Un espectro de texturas, luces, profundidades, ecosistemas, manglares.

Escribir desde el desamparo del sentido y su poder.

“Mi animalidad arde con natural rudeza”. Página 89.
La voz de la memoria sin nombre de las mujeres indias,
de las niñeces rotas,
en este territorio,
que es más que un nombre,
que es ante todo barro
y desastre.

El despertar.
El escape.

Río abajo.