Reciente Antología poética: Desde Valparaíso veo el sol.
Una colaboración de Felipe Hugueño, Assistant Professor de español y de estudios hispánicos en Virginia Wesleyan University.

Ramón Lizana R. y Jean Jacques Pierre-Paul, compiladores
Santiago-Valparaíso: Bohío Ediciones/Viajero Ediciones, 2023

Por Felipe Hugueño
Virginia Wesleyan University

Desde Valparaíso veo el sol es una antología de poesía compuesta de poetas que comparten una admiración por y una filiación con Valparaíso, esa ciudad puerto “de las piedras hablantes”, “que se parece a un estallido poético”, como la describe uno de sus compiladores y poetas, Jean Jacques Pierre-Paul. La antología fue publicada por Bohío y Viajero Ediciones en el 2023 y es diversa en lo que incluye, representativa de una gama transgeneracional de poetas provenientes de distintas propuestas literarias. Hay de todo un poco, como lo explica exhaustiva, pero cabalmente su co-compilador Ramón Lizana R., con respecto a Valparaíso mismo, en el poema “Hay vida en cerros, casas, flores, y ventanas”, igualmente y a propósito: mucha “música y letras de antiguas [y nuevas] canciones”, muchos/as poetas, nacidos allí, adoptados o avenidos, todavía en la bahía o emigrados, muertos y vivos.

Además de la riqueza temática y estilística con la que cada poeta contribuye, el libro se acompaña de acuarelas de Fernando Concha Farías, uno de los grandes pintores porteños, complementando la visualidad panorámica y colorida que los versos transmiten, y a veces recordándole a estos algo que no vieron. Los que han tenido la oportunidad y el privilegio de conocer Valparaíso podrán apreciar el esfuerzo que la antología hace para captar esa naturaleza pintoresca que lo caracteriza. A veces las imágenes provienen de la memoria, desde dentro y fuera de la ciudad o desde una actualidad contingente y dolida de su presente. Siguiendo este sentido panorámico, Desde Valparaíso veo el sol pudiese pensarse como una forma singular de guía turístico-poética, estilo Lonely Planet, pero que está enfocada solamente en Valparaíso, una ciudad inigualable que requiere su propio espacio y cuidado en el imaginario del país.

El título de la antología hace referencia al sol al cual se le debe siempre observar con asombro, porque posibilita milagrosamente nuestra propia existencia en la Tierra. El sol impenitente que madruga y amanece todos los días representa nuevas oportunidades para que nosotros nos reinventemos como personas. Cada amanecer está lleno de posibilidades y lo que resulta de ellas depende de lo que nosotros hacemos con ellas. El sol y nosotros somos cómplices en la creación poética y qué mejor lugar que Valparaíso para reinventarnos, donde su historia y actualidad, naturaleza, cultura, memoria y habitantes inspiran poesía por doquier que se mire. La pregunta es: ¿qué sol es el que vemos y asociamos a Valparaíso? La mayoría pensará en la postal y en el sol muriente de cada atardecer y en sus arreboles de despedida, pero hay muchos otros durante el día.

Cada poeta en la antología es presentado con una breve biografía y una fotografía. El primero indexado es Alfonso Calderón, pero su texto difiere del resto al no ser poesía y funciona como prólogo. Titulado “Valparaíso tocata y fuga”, el texto es la respuesta a dos preguntas: “¿qué es el Puerto?” y “¿qué es el porteño?” Para desarrollar la respuesta, Calderón acude a declaraciones de autoridades literarias como Joaquín Edwards Bello, Salvador Reyes y Augusto d’Halmar. Hace un recorrido por los lugares icónicos del Puerto, deteniéndose en las historias que él ha visto, leído y escuchado; habla de las tragedias sufridas, como los incendios y el terremoto de 1906; y alude a la cultura popular de su tiempo, dando a entender que Valparaíso es una amalgama corrompida de culturas que combina “el paese italiano y la pequeña Inglaterra que anidó en el Cerro Alegre, Pleasant Hill de prosapia, el zoco árabe –que se convierte en “sucucho”, en la parla criolla– y el colmenar de los españoles que, entre tienda y ferretería, buscan el Dorado y el Potosí de los días de la Conquista”.

Este es un recorrido en loor de ciertos momentos formativos del paisaje genético del puerto, el que, según el escritor, “es el perfecto antídoto a la cara de perro del santiaguino”. Los poetas aquí presentes agregan otros pasajes de esta historia que continúa como la de cualquier ciudad. Calderón explica, respecto a la segunda inquietud vital, que el porteño es un vagabundo, y que “tal vez cada niño del Puerto haya sido empujado por el viento en una empresa de nomadismo que le impide instalarse a ver pasar el mundo por la puerta de su casa” (6). El movimiento inherente del vagabundo, de la novedad, del hecho de que Valparaíso esté lleno de vida y que sea, las más de las veces, un lugar de tránsito, un descanso de navegantes (y ahora, de turistas extranjeros desde su caridad de crucero), pero los que se quedan, aún emigrando otra vez, lo hacen para siempre. La ciudad sufre hoy no sólo de esa sensación de inseguridad generalizada en el país, sino que también y más profundamente de la entropía que causa el abandono sostenido y nada de sustentable, pero, como pide Calderón y los poetas de esta antología, el porteño le debe a Valparaíso fidelidad: “ser fiel al pasado” de su historia presente, y más a su futuro, aunque no lo vea entre la vaguada de sus tragedias sociopolíticas.

Aunque no da el espacio en esta ocasión para comentar sobre cada uno/a de los/as poetas en la antología, sí me gustaría por lo menos reconocerlos/as por su nombre: Luis Correa-Díaz, Elvira Hernández, Patricio Manns, Natasha Valdés, Carlos Smith S., María Cecilia Nahuelquin, Alejandro Concha M., Rodrigo Verdugo, Teresa Calderón, Antonio Watterson, Emilio Barraza, Isabel Rivero, Juan Cameron, Luisa Aedo Ambrosetti, Mónica Mares, Rosa Alcayaga Toro, Jean Jacques Pierre-Paul, Osvaldo Rodríguez Musso y Ramón Lizana R. La antología empieza con Alfonso Calderón, cuyo fragmento de un libro suyo anterior, que hemos comentado arriba, tiene la función de familiarizar al lector con las palabras de uno de los mejores conocedores de Valparaíso. Luego, Luis Correa-Díaz toma las riendas y deja que lo acompañemos a él y a su hermano a Pichidangui a bucear con los Concha’e Locos. Mientras su hermano hace lo suyo, el poeta se encuentra sumergido de pronto, a kilómetro del puerto y en preludio a su vuelta anual a Valparaíso, en un ambiente procesional en honor a San Pedro en esta otra caleta de más al norte. El costumbrismo religioso, muy porteño también, enmarca un intercambio de mensajes entre poeta y amada, este le cuenta por WhatsApp a su “amor español…que su sirena dorada sigue reinando en la caleta”. Aunque observa el acontecimiento sentado en el Café El Galeón de Pichidangui, en el reflejo de las aguas verbales del poema se ven escenas de la historia de Valparaíso y de los puertos asediados y conquistados.

Elvira Hernández y Natasha Valdés también aluden al concepto de movimiento. Elvira lo hace desde una perspectiva existencial, comparando la muerte con la vida, pero también dejando claro que vivir puede significar echar raíces y no siempre estar en movimiento: “No hay que echarse a morir / Hay que echarse a vivir serenamente,” “Después marcharte con el / portazo único / de tu corazón / por la calle larga”. En los dos poemas de Natasha se describe a un Valparaíso bohemio que no descansa, en la que “para gustos el puerto ofrece tanto como el Mercado Cardonal” (27). En “De bar en bar,” se recorren diferentes puntos nocturnos de la ciudad, aludiendo a los países del extranjero que inspiraron sus fundaciones e incluso a los tragos que les dan fama. Posee cierta sensualidad que atrapa al protagonista en los encantos del amante bajo la influencia del alcohol.

Otro tema relacionado al movimiento son los amores que pueden ser y son efímeros. Por ejemplo, en “Herencia del insomne LIX,” Rodrigo Verdugo escribe: “La muchacha huyó/ con el naufragio del alba, / lloré llaves por ella”. Antonio Watterson escribe del amor que se vende y compra, sobre las penas de una prostituta envejecida que sólo tiene de consuelo el recuerdo y la nostalgia de mejores tiempos. Otro que habla de amor, pero del amor hacia la ciudad es Emilio Barraza. En el poema “El barco,” critica lo que parece ser la corrupción de los políticos que pilotean el barco de Valparaíso hacia la perdición: “Aunque no lo crean / el barco está lleno de termitas políticas / se han devorado hasta la última astilla”.

Algunos de los poemas en la antología como los de Luisa Aedo Ambrosetti y Rosa Alcayaga Toro adquieren el sentido de un alarido. En “Cementerio”, Ambrosetti visita el cementerio al lado de su casa y lamenta que los niños mueran cuando no deberían morir. Hay una referencia a la leyenda de los niños Kifafi para darle ese aspecto tenebroso y maldito al poema. En el fragmento de “Valparaíso ardiendo,” Alcayaga Toro les da voz a personajes individuales y crea coros para colectividades que personifican la precariedad y la falta de preparación de la ciudad para enfrentar calamidades, en este caso incendios. Se refiere al incendio del 12 y 13 de abril del 2014, como bien podría haberse referido al incendio de febrero del 2024, porque, como dice ella: ¡Valparaíso! ¡Sigue ardiendo!”. Les da la voz a los afectados y también a las autoridades encargadas del bienestar de los ciudadanos para demostrar que no hay una respuesta concreta de su parte cuando los afectados intentan dialogar. Incluye la infame respuesta de Jorge Castro, el Alcalde de la hora cuando aquel incendio ocurrió. El Alcalde al ser increpado por las condiciones de las viviendas en el Cerro La Cruz respondió: “¿Te invité yo a vivir aquí?”. Respecto a este tema, se echa en falta la presencia de Eduardo Correa en esta antología, aunque, seguramente, habrá sido a causa de imposibilidades de derechos.

Por momentos, Desde Valparaíso veo el sol parece querer rendirle justicia a Valparaíso y a sus ciudadanos que suelen ser los más afectados por las desgracias naturales y la corrupción política de las cuales sufren. Paradójicamente, el edificio del Congreso Nacional se encuentra en la ciudad-puerto desde fines de la década de los 80 y ha servido así durante los gobiernos de toda la vuelta a la democracia desde 1990. Definitivamente, la antología Desde Valparaíso veo el sol es fiel a su pasado, pero, al mismo tiempo, nos trae el presente de lo irrecuperable y la nostalgia de un futuro que podría devolverle al puerto la dignidad que alguna vez tuvo/tendrá y a sus habitantes un horizonte menos incierto. Al mismo tiempo, reconoce que la esencia de Valparaíso es la de luchar sin descanso porque siempre lo ha hecho, como lo documentaba Alfonso Calderón cuando contaba del terremoto de 1906. ¿Será posible? Quizá no lo sea por completo, pero lo que sí la antología logra hacer es volverle a dar luz a un Valparaíso ensombrecido. La antología es un indicio de que el sol puede asomarse entre las nubes, después de días tristes, para volver a alumbrar a Valparaíso y para tener un horizonte despejado en el cual imaginar un mañana más sostenible.


Felipe Hugueño es Assistant Professor de español y de estudios hispánicos en Virginia Wesleyan University. Ha publicado artículos académicos y reseñas de libros en revistas literarias. Como poeta, ha publicado dos libros: De la resistencia a la reconquista y Poemas y relatos de luto. También ha colaborado con poemas, relatos y cuentos en diversas revistas y antologías.