Editorial Forja, 2023, 126 páginas

Por Ramiro Rivas

Antonio Rojas Gómez (Santiago, 1942) es un autor de larga trayectoria. Ha ejercido el periodismo en diversos medios y mantenido su labor académica en varias universidades. Su producción narrativa abarca más de una decena de libros, entre novelas y cuentos. Algunas de sus obras son El huésped del invierno (novela, 1962), Sonata para violín y piano (cuentos, 1984), El bebedor de cerveza (cuentos, 1992), El ojo de nadie (novela, 2001) y Un millón de dólares (cuentos, 1998), entre otros.

En la solapa del libro se señala “que sus libros abordan la problemática del hombre de hoy con un enfoque humanista, propio del pensamiento del autor”, lo que me parece muy acertado.

Se dice que los novelistas románticos buscan ser comprendidos y los narradores clásicos pretenden enseñar, con un propósito didáctico. A Antonio Rojas habría que calificarlo entre las dos corrientes escriturales. Es un autor clásico en lo formal, en la capacidad efectiva para estructurar sus relatos. Sabe amalgamar relumbrones biográficos con ficción pura, creando historias verosímiles, creíbles desde las primeras líneas. Incluso en algunos textos de este conjunto de cuentos, recurre al desenlace imprevisto, elemento esencial y perentorio en el cuento en décadas pasadas. Hoy en día son pocos los narradores de este género literario que adhieren a esta fórmula sorpresiva para despistar al lector.

La prosa de Rojas es límpida, sin artilugios ni juegos técnicos. Su escritura pareciera desarrollarse con una aparente facilidad, atrapando al lector con sus historias sencillas, casi cotidianas, pero profundamente humanas. Esto se manifiesta esencialmente en el primer cuento, el más largo del conjunto, con más de cuarenta páginas, titulado Olivia. El nombre corresponde a una perrita, que a lo largo de la narración sufre diferentes abandonos, por diversas motivaciones familiares, causando el pesar de los niños de la casa y de los propios padres. La capacidad del autor para lograr involucrar al lector, que sigue angustiado el devenir de la mascota de hogar en hogar, es complementada por la incertidumbre y la habilidad del narrador para mantener el interés hasta la última línea.

Otro cuento muy golpeador y sensible, muy de nuestros días, narra el desencuentro de un padre y un hijo sumido en las drogas y el alcohol. Es una historia dramática que nos deja pensando en lo distanciados que estamos de nuestros hijos, absorbidos en nuestros propios asuntos.

El libro, como dice el autor en una suerte de prólogo, es como “un cajón de sastre”, en donde se encuentra de todo. En efecto, los cuentos son variados, las temáticas no pretenden articular una narrativa homogénea, sino que saltan de un tema a otro con bastante pericia. Pero, no obstante la diversidad de tramas, existe una unidad narrativa conformada por el estilo de Antonio Rojas, un gran contador de historias, coherentes y verosímiles. Su escritura jamás recurre a la experimentación formal o lingüística, siempre más proclive a las convenciones clásicas de la literatura.

Mario Vargas Llosa afirmó en una oportunidad que un escritor responsable escribe siempre a partir de una experiencia. Antonio Rojas, como buen periodista, asume este compromiso, al partir constantemente de un hecho real, para luego, con sutileza, deslizarse hacia lo ficcional. Mediante este formato, sus personajes adquieren corporeidad y verosimilitud.

El destacado crítico James Wood, en un ensayo sobre las voces narrativas en la novela, que igualmente funciona para el cuento, afirma “que estamos atrapados en la narración en primera o en tercera persona”. Por tanto, dice, “existe un contraste entre la narración fiable (narrador omnisciente en tercera persona) y el narrador no fiable (el narrador en primera persona nada fiable, que sabe menos sobre sí mismo de lo que finalmente sabe el lector). Todo esto viene a cuento debido a que, en los relatos de este volumen, Antonio Rojas emplea ambas voces narrativas, brindando un panorama diverso en cada historia y otorgando a sus personajes mayor libertad y expresividad narrativa.

Está fría la noche se lee de una sentada, avanzando de una escena a otra con soltura, manteniendo al lector atado a sus páginas hasta la última línea. Un libro de cuentos recomendable por su calidad y entretención.