Reproducimos aquí el cuento de Zhou Daxin LA SONDA DEL DESPERTAR, traducido por Ignasi Saura Molero y Verónica Peña Pulgar.

El día viernes 3 de noviembre de 2023 a las 20 horas de Chile se realizará una conversación sobre este cuento de Zhou Daxin, en forma remota a través de Facebook Live, la primera actividad del ciclo LITERATURA CHINA CONTEMPORÁNEA organizado por la Asociación de Escritores de China y la Corporación Letras de Chile. Con la presencia del autor Zhou Daxin, se referirán a su obra narrativa los siguientes participantes:

  • Sun Xintang, profesor y director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing
  • Fernando Reyes Matta, Director del Instituto Chileno Chino de Cultura
  • Agustín Alepuz Morales, traductor al español
  • Diego Muñoz Valenzuela, escritor, Presidente de Letras de Chile
  • Cristián Montes, profesor de la Universidad de Chile y Consejero de Letras de Chile
  • Ignasi Saura Molero, traductor del cuento al español
  • Verónica Peña Pulgar, traductora del cuento al español

La sonda del despertar

Zhou Daxin

traducido por Ignasi Saura Molero y Verónica Peña Pulgar

Los hechos narrados no responden a acontecimientos históricos ni a la realidad científica.

Lo recuerdo como si fuera ayer, el 27 de mayo de 2022 a las 7:43 de la mañana se denunció el robo del famoso cuadro Magnolias y grulla de Huizong1, emperador de la dinastía Song, una pintura que se encontraba en el museo de Shangcheng.

Me lo comunicó el subdirector de la comisaría municipal nada más entrar. Como en ese momento mi intención era ir a la sala de reuniones cuanto antes para empezar a preparar la campaña de verano contra el crimen, la noticia del robo me entró por un oído y me salió por el otro.

—Son normales los robos en verano —respondí—, enviemos a la unidad número tres a investigar la escena.

Tras la reunión no podía dejar de pensar en lo sucedido, y le pregunté al jefe de la unidad si había habido algún avance con el caso. Por lo visto, Magnolias y grulla era una obra original del emperador Huizong y la aseguradora lo tasó en 600 millones de yuanes, pero como el museo no tenía recursos para pagar la prima, estaba sin asegurar. Se percataron de la desaparición de la pintura a las 7:42, y fue denunciada un minuto después. Sin embargo, no había hilo del que tirar para resolver el caso. Al enterarme del valor del cuadro, me dio un vuelco el corazón. ¿Cómo podía un museo como el de Shangcheng albergar tamaña reliquia? Fue entonces cuando me di cuenta de la magnitud del caso e insté al equipo a ponerse manos a la obra con ello. Apenas había llegado a esta localidad hacía tres días y este iba a ser mi primer caso, ¡y vaya caso!

A las tres me dirigí al pequeño museo para echar un vistazo. Al tratarse de un museo modesto, no tenía mucho presupuesto ni disponía de grandes medidas de seguridad, apenas un par de vigilantes de día y otro par para la noche. El sistema de cámaras era muy deficiente, con gran cantidad de ángulos muertos, y en las imágenes no se detectó nada sospechoso. En el lugar de exposición del cuadro, únicamente se apreciaba la marca que había dejado el marco de la pintura en la pared.

Aprovechando que el conservador del museo estaba presente, le pregunté cómo es que no había enviado una reliquia tan valiosa a un museo más prestigioso y por qué había corrido el riesgo. Me dijo que Magnolias y grulla daba reputación al museo, por lo que este recibía más visitas de foráneos, gente del mundo de la pintura e investigadores de las obras de Huizong. Además, este cuadro fue descubierto aquí en 1980, pertenecía a un sastre que lo tenía colgado en su salón. Un día, cuando el director de publicidad del Comité municipal del Partido Comunista, que era un entendido de arte clásico, fue a ver al sastre para hacerse unas prendas, lo vio colgado y enseguida se percató de su valor, entonces preguntó al sastre dónde lo había conseguido. El costurero respondió que era herencia de su abuelo, que regentaba una sastrería en Tianjin. El director lo convenció de que lo “donara” al Estado y él aceptó a cambio de una máquina de coser. En aquella época las máquinas de coser eran muy caras, pero el director conocía el valor del cuadro, así que aceptó la petición, le hizo entrega de una máquina y se llevó el cuadro. El alcalde, de acuerdo al principio de custodia territorial, instó al director a dejar este tesoro nacional en Shangcheng. Cuando más tarde el gobierno de la provincia se enteró, pensaron que Shangcheng estaba cerca de la antigua capital de la dinastía Song, por lo que no era del todo inapropiado dejarlo allí. La gente no suele prestar demasiada atención a estas cuestiones, por lo que la seguridad no se había visto comprometida hasta la fecha.

A día de hoy la mayoría de gente comprende el valor del patrimonio cultural, además Huizong es célebre entre los célebres, y la noticia del robo se extendió como la pólvora por Shangcheng y el resto de la provincia. Todos los medios cubrieron la noticia, lo que hizo que la presión por resolver el caso fuera aún mayor y que preguntara a diario por algún avance. Sin embargo, ante la escasez de pistas dejadas por el perpetrador del delito, estábamos en un callejón sin salida.

Al cabo de tres días, por la mañana nos llamó el conservador del museo para informarnos de que uno de los miembros del personal, Liu Weiming, había devuelto el cuadro y confesado el robo. Así que los agentes de la unidad tres y yo nos dirigimos allí de inmediato.

Cuando llegamos, el conservador y el trabajador del museo estaban en el despacho, con el cuadro Magnolias y grulla sobre la mesa.

—¿Es este el cuadro? —pregunté.

—Sí —dijo el conservador asintiendo—, por suerte no ha sufrido daños.

—No será solo una buena imitación, ¿no?

—¡No! —negó con la cabeza.

Suspiré aliviado. Si era el original y habiéndose entregado el ladrón, caso cerrado. Era una suerte que mi primer caso importante en la ciudad se hubiera resuelto. Mi única duda era: ¿por qué? Quizá, viendo lo volcadas que estaban las autoridades en el caso, desistió y devolvió el cuadro.

La unidad tres estaba interrogando al culpable, Liu Weiming, pero nadie esperaba que dijera que había robado el cuadro para realizar un experimento científico, y menos que debía mantener en secreto la naturaleza del mismo.

¿Qué clase de ladrón es ese? La curiosidad me llevó a interrogar yo mismo al delincuente que había abortado la misión.

El joven doctorando, Liu Weiming, estaba sentado ante mí con rostro tranquilo, como si nunca hubiera roto un plato.

—Según dice, se llevó Magnolias y grulla de Huizong para una investigación científica, ¿correcto? —dije mirándole fijamente.

He interrogado a numerosos criminales, conozco su mirada.

—Sí —respondió calmado—, solo lo usé unos días y lo he devuelto, no pretendía robarlo.

Su mirada no era la de un criminal.

—¿Y por qué no pidió autorización al conservador antes de llevárselo?

—¿Y quién me iba a dar el visto bueno para hacer un experimento con él? Piénselo, el cuadro está valorado en 600 millones.

—¿Qué clase de investigación científica requiere de un cuadro de semejante valor?

—¡Es un secreto! —respondió en tono firme.

—Sin una explicación, y tratándose de un objeto de valor artístico y cultural, no me quedará más remedio que arrestarle por robo con agravante; por lo que sé, la pena no baja de los diez años de prisión. No soy muy de ciencias, pero estoy seguro de que es difícil investigar entre rejas.

Parecía que mis palabras habían hecho mella en él, y se pasaba nerviosamente la mano por el pelo.

—Le repito que no lo robé, solo lo tomé prestado unos días con intención de devolverlo —replicó.

—Eso no le va a funcionar, sin permiso, es robar. Lo has devuelto porque sabías que estabas entre la espada y la pared. Devolver el cuadro solo es un atenuante, no lo absuelve.

—Si le hablo de mi investigación —dijo tras un silencio—, solo a usted, por supuesto, ¿quedaré exento de toda culpa?

—Eso dependerá de qué me cuente, y si entra dentro de los casos de exención de pena, solo se puede juzgar individualmente.

—¿Puedo ver sus credenciales? —dijo con seriedad naíf—. Quiero corroborar que es el director de la comisaría de Shangcheng.

Saqué mi placa y se la enseñé.

—Muy bien, entonces coja Magnolias y grulla y venga conmigo a mi casa, ¡solo!

—Imposible —respondí con frialdad—, debe haber mínimo cuatro agentes, además del conservador, escoltando la reliquia cuando esté fuera del museo.

—Pues solo usted podrá escuchar acerca de mi investigación —exigió.

Acepté a regañadientes. Nadie hubiera podido imaginar lo que iba a presenciar en su casa. ¡Vaya un ladrón de guante blanco!

Liu Weiming era hijo único y soltero. Vivía en una casa de dos pisos a las afueras de Shangcheng, donde sus padres vivían en la planta baja. Él estaba en el segundo piso, un espacio diáfano donde una maraña de cables posados sobre el suelo, cual raíces, se alzaba y conectaba con instrumentos oscilantes y monitores en constante parpadeo. Lianas de cobre se conectaban con extrañas máquinas que crepitaban en medio de un espectáculo de luces titilantes, indicadoras del continuo funcionamiento de semejante caos metálico.

Me ofreció una silla y le pidió al conservador que colocara Magnolias y grulla frente a mí.

—Este es mi laboratorio del “despertar”, ahora, por favor, pídele al conservador y al resto de los policías que salgan y esperen.

Hice un gesto con la mano en ademán de que se marcharan, ya que con mi entrenamiento policial podría manejar los imprevistos que surgieran.

—¿Compraste personalmente todas estas máquinas e instrumentos? —dije con cierta curiosidad. Al parecer no era el vendedor de humo que había imaginado.

—Trabajé a tiempo parcial todos los días mientras estudiaba en el extranjero para comprarlo.

—¿Entiende de arte clásico?

—No —respondió mientras negaba con la cabeza—. Así que permítame que se lo explique en términos comunes. Mi investigación trata de “despertar” y restaurar la información visual y acústica almacenada en el papel.

Ni con lenguaje poco técnico le entendí.

—Haciendo otros experimentos, descubrí por accidente que el papel, además de texto impreso e imagen dibujada, también almacena gran parte de la información audiovisual. Esto me sorprendió tanto que recurrí a un sistema de inteligencia artificial llamado YXM, un software autónomo con capacidad cognitiva para “despertar” y reproducir la información sonora y visual latente en el papel. Además de formar parte del personal del Museo de Shangcheng, investigo a tiempo parcial para la AIM, Artificial Intelligence Multifunctions Company, una empresa de alta tecnología que también me proporcionó parte del equipo.

—Creo que ya lo voy entendiendo.

—El otro día, tuve éxito en mi intento de “despertar” la información aletargada en el papel recién producido en una fábrica mediante el sistema YXM que diseñé; básicamente eran imágenes de los trabajadores y el sonido de las máquinas tras la obtención del papel. Después, pude recuperar la información audiovisual conservada en un papel utilizado en el segundo año de la República y también en 1956, mis ojos fueron capaces de ver lo que solo el papel había visto, mis oídos oyeron el sonido que parecía perdido.

—¿De verdad? —pregunté con asombro—. ¿Es eso posible?

—Otro descubrimiento fue que si en un trozo de papel había sido usado por alguien de renombre en la historia, la información audiovisual conservada tendría mayor resolución, así que tuve que seguir investigando. Este papel usado de lienzo era el más antiguo que había visto, y fue utilizado por el emperador Huizong de la dinastía Song, hace nueve siglos. ¿Qué cantidad de secretos habría almacenados en él? Debía comprobarlo, aún sin el consentimiento explícito, así que lo usé en secreto por unos días. Este fue el motivo de mi crimen.

—Ajá, le creeré por el momento. Pero explíqueme, ¿cómo fue el experimento?

—Ahora se lo enseño —dijo emocionado.

Se acercó a una especie de pincel gigante que colgaba del techo. —Esta es la sonda del despertar, el dispositivo emisor.

La sonda en cuestión estaba cubierta de una especie de pelusilla luminiscente. Acercó la sonda a Magnolias y grulla.

—No se preocupe, no dañará el cuadro —aclaró—, solo recupera imagen y sonido que se creía olvidado. ¡Ahora mire! ¡Mire esta pantalla conectada a la sonda!

Efectivamente, la pantalla mostraba claras imágenes y emitía nítidos sonidos.

Un hombre de unos cincuenta años iba elegantemente vestido con una túnica larga y holgada de mangas anchas, unos pantalones amplios y un cinturón de tela atado como una faja. El hombre sostenía un papel blanco tipo pergamino y llamaba a gritos a Xiaozhan.

Liu Weiming me susurró que ese era Zhao Ji, tras su muerte, sería nombrado Huizong, octavo emperador de la dinastía Song. La escena que íbamos a presenciar habría sucedido una mañana de julio del año 1132, después de que el ejército del reino de Jin hubiera invadido y saqueado la capital del reino de Song del Norte y el condado de Yilan. Por aquel entonces, Zhao Ji, había sido apodado como el Duque Humillado, y en esa época no podía salir de esa “Mansión de la Humillación” en la que lo habían encerrado y condenado al ostracismo, por lo que una unidad del ejército de Jin lo custodiaba a él y a su séquito. Estaba llamando a su sirviente, Lin Xiaozhan.

Me aclaró que todo esto que me comentaba formaba parte de la investigación histórica que había hecho personalmente, y podría no estar siendo exacto en algún punto.

Realmente, estaba en ascuas por saber cómo seguía la historia.

Luego, apareció en pantalla un joven que se acercó a Zhao Ji y este le pidió que hiciera llamar a Qian Fang.

Liu Weiming musitó que Qian Fang era un ministro de confianza de Zhao Ji, el reino de Jin le había permitido acompañarlo y vivir en la habitación lateral frente a la estancia principal.

La imagen de un hombre de unos cuarenta años se mostró en la pantalla. Este se puso al lado de Zhao Ji y se arrodilló en una reverencia.

—Este humilde servidor, Qian Fang, es honrado de tener una audiencia con el Emperador. Estaba consolando a la Consorte Wen, intentando que comiera algo, lleva desde ayer sin apetito.

Liu Weiming siguió explicando que la Consorte Wen era la concubina favorita de Zhao Ji, siempre estaba a su lado, la adoraba; pero la mañana anterior, uno de los líderes del ejército Jin vio a la Consorte Wen en el patio del palacio y, lujurioso ante su belleza, la arrastró a la fuerza a su cuarto frente a la puerta Zhao Ji para violarla. Los allí presentes solo pudieron escuchar con resignación la escena en un silencio sepulcral y apretar los dientes. El emperador Zhao Ji se mordió los labios con tal fuerza que boca, encías y dientes se le llenaron de sangre.

Previo al dominio de los Jin, Zhao Ji había abdicado y cedido el trono a su hijo mayor, Zhao Huan, por lo que ahora era el emperador emérito.

En la pantalla, Zhao Ji agitó la mano y le recordó a Qian Fang que ya no era el emperador para que se levantara.

—¿Has hecho lo que te pedí?

Qian Fang miró a Lin Xiaozhan, insinuando que no quería contestar estando él presente. Entonces Xiaozhan se dio la vuelta y se dispuso a abandonar la sala con premura.

—Xiaozhan debe estar presente —dijo el emperador antes de que saliera—, él debe saberlo.

Entonces le indicó a Xiaozhan que cerrara la puerta de la estancia principal.

Qian Fang sacó un papel en el que había trazado un mapa desde el mar de Yingzhou, al noreste de China, hasta el condado de Wuguo en el reino de Jin, donde se encontraban, luego se lo mostró a Zhao Ji. El emperador entregó este papel junto con otro en blanco que sacó de su bolsillo a Xiaozhan.

—Sin dañar el mapa del que te hago entrega, pon el papel blanco encima y usa tu talento adquirido en la academia de pintura y caligrafía para enmárcalo y que pueda pintar en él.

Xiaozhan tomó las dos hojas de papel y sobre el escritorio empezó a cubrir el mapa con la hoja en blanco.

Cuando Xiaozhan hubo preparado el papel, Zhao Ji se acercó y empezó a pintar con el pincel, mientras Qian Fang y Xiaozhan permanecían de pie junto a él.

Zhao Ji comenzó dibujando un río con delicadas pinceladas, luego pintó unas magnolias de color fucsia grácilmente inclinadas sobre la orilla del río, y después una grulla blanca y majestuosa de pie junto a las magnolias, mirando con avidez el horizonte.

—Este no es el primer cuadro con magnolias y una grulla pintado por Su Majestad —dijo Xiaozhan con asombro.

Zhao Ji no respondió, mantuvo el semblante sereno y siguió concentrado en la pintura. Luego estampó sin mucho ímpetu su particular firma “El Hijo del Cielo”.

— ¿Está todo bien cubierto? —dijo Zhao Ji.

— Es usted muy astuto —respondió asintiendo con la cabeza.

—En cuanto mi hijo, Zhao Gou, vea el cuadro, lo reconocerá y sabrá que fui yo quien lo pintó y así sabrá que vosotros sois mis enviados, al fin y al cabo nunca os ha visto y no tiene motivos para confiar en vosotros. Podría sospechar que todo es una estratagema del reino de Jin.

A continuación tomó una pluma y escribió unos versos sobre el cuadro:

«Azota la puerta el céfiro viento,
solo en la noche un farol desolado.
Abrupto el camino del cautivado,
ni un ganso al sur surcando el firmamento. «

—Cuando es encontréis con mi hijo, recitadle este poema, él sabrá entender su significado y sabrá que fui yo el que lo escribió.

En ese instante, Xiaozhan captó la magnitud de la misión que le iban a encomendar junto a Qian Fang.

—Esto no es una orden, es un ruego. Escapad del reino de Jin, id a Lin’an y encontrad a mi hijo Zhao Gou, donde ha establecido la dinastía Song del Sur. Pedidle que envíe un grupo de soldados de élite para que se infiltren en la región de Penglai por el este de la capital del país. Luego, deberán abordar sigilosamente un barco hacia la costa de Yingzhou en el reino de Jin. Una vez allí que desembarquen y se vistan para pasar desapercibidos y sigan el camino indicado en el mapa hasta llegar al condado Wuguo para rescatarme y llevarme de regreso. Ya no puedo más con este tormento en manos de los Jin. ¿Están dispuestos a aceptar esta misión?

Qian Fang y Xiaozhan se arrodillaron ante su emperador.

—¡Aceptamos la misión! —dijeron sin titubear—. Partiremos al sur y conseguiremos que lo rescaten, no nos importa el peligro.

—Si los soldados de Jin os descubren, ¿qué debéis decir? —dijo Zhao Ji aún un poco intranquilo.

—Nos disfrazaremos de lugareños y nos haremos pasar por padre e hijo —respondió Qian Fang—. Diremos que nuestra familia ha salido hacia Lin’an y que vamos a su encuentro.

—Estupendo, confío en vosotros y en vuestra lealtad a nuestra dinastía. Si tenéis éxito en este encargo, tened por seguro que tanto yo como mi hijo os trataremos como os merecéis y os cubriremos de honor y riqueza. Hay una última cosa que debéis recordar —dijo el emperador de manera solemne—. Este cuadro es una obra realizada de forma apresurada, un ardid para indicar el camino a nuestro ejército. Cuando veáis que el mapa es entregado, deberéis destruir el cuadro para evitar que se confunda con el genuino Magnolias y grulla. Entended que sería una humillación que mi arte se asociara a esta obra hecha con prisas y haría que el resto se viera menospreciado. ¿Lo comprendéis?

—Entendido —respondieron.

—En la cena de hoy —prosiguió Zhao Ji en un susurro—, invitaré a los soldados de Jin que nos vigilan a beber alcohol, les diré que es un pago por sus servicios como custodios. Vosotros deberéis aprovechar esta oportunidad para saltar el muro del patio y dirigiros al sur. No todos los guardias reconocen a mi séquito, pero debéis ir con extrema precaución y evitar los puestos de guardia de los Jin. Ahora, preparaos para partir…

—¡Madre mía! —dije con asombro a Liu Weiming—. ¡Eres un as!

—Por favor, siga mirando —me respondió con voz calmada y suave, mientras seguía moviendo la sonda del despertar.

En la pantalla apareció un palacio pequeño y sencillo. Un joven vestido con el traje de emperador estaba sentado en el trono imperial sosteniendo el cuadro de Magnolias y grulla.

—Estamos a finales del año 1132 —dijo Liu Weiming—. Lo que se ve ahora es el palacio en el emplazamiento de la antigua capital de la dinastía Song del Norte. El palacio oficial lo estaban reparando. El joven sentado en el trono imperial es el emperador Zhao Gou, noveno hijo del secuestrado Zhao Ji.

—¿Los habéis interrogado? —preguntó Zhao Gou en pantalla—. ¿Estáis seguros de que han sido enviados por mi padre y que no es otra artimaña de los Jin?

—No creo que sea una farsa —respondió un ministro muy anciano y de identidad desconocida—. El hombre llamado Qian Fang incluso se ha quitado su chaleco y me lo ha entregado. Por favor, Su Majestad, fíjese bien en las palabras escritas en el forro, «Venga a rescatarnos», esta es la caligrafía fina en tinta dorada del Emperador.

Zhao Gou miró el chaleco un momento y asintió con la cabeza.

Con los ojos empañados en lágrimas pidió a uno de los eunucos que trajera a Qian Fang y a Lin Xiaozhan a esa estancia.

Al rato aparecieron Qian Fang y Lin Xiaozhan y se arrodillaron ante el Emperador. Vestían con harapos, nada quedaba de su aspecto palaciego, tan solo los jirones de tan largo viaje y el aspecto desaliñado y la cojera de quien ha luchado contra viento y marea para cumplir su cometido.

—¡Nos inclinamos ante Su Majestad! —gritaron.

—¡Levantaos, que ya habéis sufrido bastante!— tomó la palabra el Emperador.

—Por favor, enviad tropas a rescatar a su padre lo antes posible —dijo Qian Fang inclinándose—, la ruta está trazada en el papel bajo la pintura.

—Enviaré a alguien lo antes posible. Vosotros id a la posada de las caballerizas y recibid tan merecido descanso. Mañana enviaré a alguien para recompensarles. Pueden retirarse.

Liu Wei Ming me explicó que, a pesar de que los ministros de Zhao Gou lo acusaran de no querer rescatar a su padre para no perder el trono, él en realidad quería arriesgarse para salvarlo. Por supuesto, estaba al corriente de que la ruta enviada por su padre no era completamente fidedigna y no podía usarse en batalla, pero también suponía que el estado de ánimo de su padre tras cinco años encarcelado debía ser espantoso, y que tenía que hacer algo. Así que pidió al ministerio militar que elaborara un plan detallado para rescatar a Zhao Ji en el plazo de un mes. Finalmente, envió a 80 oficiales y soldados altamente cualificados, dirigidos por un comandante, todos vestidos de paisano. El plan era cruzar la zona ocupada por los Jin, llegar al mar de Penglai y, con el pretexto de transportar mercancías, alquilar un barco a Yingzhou, llegar al condado de Wuguo y rescatar a su padre, luego regresarían en barco desde Yingzhou. Desgraciadamente, poco después de embarcar en Penglai, un vendaval los hizo zozobrar, el barco naufragó y murieron todos los soldados.

Tras oír la noticia, Zhao Gou suspiró con resignación, por lo que Zhao Ji nunca pudo ser rescatado.

Luego, Liu Weiming señaló que la escena que íbamos a ver a continuación tendría lugar en el verano de 1368, más de doscientos años después.

De repente en la pantalla apareció una multitud presa del pánico, entre ellos había una mujer, por sus ropajes lagos y cruzados en la parte delantera y el manto que le cubría la cabeza se notaba que pertenecía a la dinastía Yuan2 que sucedió a la caída de la Song.

La mujer llevaba el cuadro de Magnolias y Grulla entre sus manos.

—Sexta infanta —la llamó una mujer joven con la que se cruzó—, ¿por qué no huye? La capital va a ser tomada por el ejército.

—Estaba reproduciendo este cuadro de Huizong en el harem y nadie me avisó de que la capital sería conquistada. Y en todo caso, ¿dónde íbamos a huir? —preguntó en un grito ahogado.

—Este fue el día en que el ejército Ming atacó la capital de Yuan y el undécimo emperador de la dinastía y su familia huyeron —intervino Liu Weiming.

—¿Cómo puede haber tanta información audiovisual en un solo cuadro? —dije fascinado.

—¡Todavía hay más! Vea lo que hay almacenado en el cuadro durante la época de la República de China3 —respondió mientras ajustaba un botón giratorio.

De nuevo apareció en pantalla Magnolias y grulla, esta vez el cuadro estaba sobre un escritorio. En la estancia había un hombre mayor, uno de mediana edad y un joven.

—Le traigo Magnolias y grulla, ya que tengo entendido que vuestro gremio de artesanos pinceleros está interesado en adquirir el cuadro de Huizong —dijo el anciano.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó sorprendido el artesano.

—Él es Liao, el supervisor de la Ciudad Prohibida, y hemos venido expresamente a vender el cuadro —dijo el joven.

El artesano se puso unos anteojos y comprobó el sello del cuadro.

—Sin duda es auténtico.

—Como bien sabes, mucha gente está interesada en este cuadro —dijo el anciano—. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por él?

—¿Le bastarían 50 000? —respondió en un susurro el artesano.

—¿Qué tal si añadimos 5000 a su oferta? 55 000, y cerramos el trato. —dijo el anciano con firmeza.

—Es razonable, pero no sé si disponemos de esa suma en el gremio —confesó acariciándose su corta barba.

—Si de verdad lo quieres, encontrarás la forma de conseguir el dinero; de lo contrario, puedes seguir vendiendo pinceles. Ahora tengo otros asuntos que atender, nos vemos dentro de una hora y media. Recuerde que 55 000 monedas es una buena oferta y que no me faltan compradores.

—De acuerdo, lo veré en una hora y media —replicó a regañadientes.

El joven enrolló el cuadro y desapareció de escena al cruzar el umbral de la tienda acompañado del anciano Liao.

Liu Weiming procedió a explicarme la situación. Por lo visto esto sucedió una noche de septiembre de 1922 en Beijing. Hacía medio mes Puyi, el último emperador de China que aún vivía con la familia en el Palacio Imperial, y Liao tuvieron una conversación. La situación financiera del palacio era delicada, no tenían ni dinero suficiente para pagar la manutención de las concubinas, y la asignación del gobierno no alcanzaba para medio mes de mantenimiento del palacio. La situación era muy deficitaria. Puyi era consciente de ese escenario y preguntó al supervisor de la Ciudad Prohibida de qué forma podían solucionar sus problemas económicos. Liao había hecho uso de cuantos métodos se le habían ocurrido, pero al ver la cara de tristeza de Puyi, anunció con reparo una última forma in extremis de conseguir la financiación que necesitaban. Liao explicó a Puyi que había muchas obras de pintura y caligrafía de las dinastías Tang, Song, Yuan, Ming y de su propia Qing y que había mucha gente con interés por comprarlas. Su venta podría ser una forma de conseguir fondos para el palacio. Al principio Puyi dudó, pero acabó aceptando con pesadumbre bajo la condición de que se hiciera en secreto para evitar la humillación. De modo que ordenó buscar a alguien de confianza para llevar a cabo las transacciones. Liao tranquilizó a Puyi y le mostró sus respetos.

—¿Cómo ha averiguado todo esto?

—Esta información procede del diario de Liao.

—¿Se vendió finalmente el cuadro? —pregunté con curiosidad.

—Fue vendido. Por mis pesquisas pude comprobar que el jefe del gremio se apresuró en encontrar quien le prestara el dinero tras la escena que hemos presenciado. El trato fue cerrado esa misma noche a la hora de la cena. Después, se llevó el cuadro y lo guardó en una caja fuerte secreta de su casa. Dos años más tarde, el 5 de noviembre de 1924, Puyi fue expulsado de la Ciudad Prohibida.

—¿Hay más escenas? —pregunté sin poder contener mis ansias.

—Muchas, veamos dos más.

Giró un botón y en la pantalla dio comienzo la siguiente reproducción.

Una hermosa joven de pelo azabache y que no superaba la treintena, estaba mirando Magnolias y grulla desplegado sobre un escritorio. La mujer tenía una sonrisa nacarada protegida por cuatro soldados armados del Kuomintang que había tras ella. En pantalla también había un hombre de mediana edad con pinta de ser su secretario y un anciano.

—Señora, esta obra del emperador Huizong de la dinastía Song fue comprada por 100 000 monedas de plata a un gremio de artesanos, se trata de un tesoro nacional —dijo el anciano mientras acariciaba su blanca barba.

—¡Está muy bien pintado! Sin duda es una preciada joya —respondió la mujer sonriente—. La señora Meiling4 estudió pintura junto a un gran maestro, seguro que sabrá apreciar este cuadro.

—Sin duda, sin duda.

—Voy a Nanjing a visitar a la dama Meiling, y me gustaría llevarle un regalo—dijo la joven con una sonrisa coqueta.

—Seguro que le encanta —asintió.

—Pues haga su oferta —dijo mirando al anciano.

—Al tratarse de un regalo para la señora del Caudillo le haré un descuento, veinte lingotes —dijo con aires de generosidad.

—¡Veinte es demasiado! —dijo el secretario antes de que la joven tuviera ocasión de responder —. Nos toma por tontos. ¿Acaso cree que a un general el dinero le cae del cielo? Le damos diez lingotes, y ya es mucho.

—En realidad veinte ya era una oferta muy generosa porque no me atrevía a pedirle más a la linda señora del general, es una ganga —dijo el anciano con cara amarga.

—Once lingotes —dijo la mujer con convicción —. No le pongamos las cosas más difíciles a este pobre anciano.

El secretario sacó un pequeño estuche de cuero, lo colocó sobre el escritorio y sacó once lingotes de oro de él. A continuación la joven enrolló Magnolias y grulla.

—Once lingotes ni siquiera alcanzan a cubrir el costo de haber comprarlo. Mi familia tiene que comer y pagar el alquiler —dijo el anciano lloroso.

Al instante, los soldados apuntaron las armas contra el anciano.

—Esto ocurrió en 1947 —intervino Liu Weiming—. Esta joven era la esposa de un general del Kuomintang destinado en Beijing.

—¿Al final el cuadro fue regalado a la señora Meiling? —pregunté.

—No. En octubre de 1949 Magnolias y grulla apareció en la provincia de Guangdong, en un arcén en la carretera que va al puerto. Observe.

En pantalla apareció un hombre con la ropa hecha jirones rebuscando entre una montaña de basura hecha de zapatos, ropa, envases de galletas, paraguas, gorras del ejército, etc. Y allí, en medio de toda esa basura, Magnolias y grulla, como si no valiera nada. El hombre coge unos zapatos de cuero y se los prueba, pero le van pequeños y los tira. Entonces, toma el cuadro, lo observa y murmura que es un trasto inútil, pero que como mínimo servirá para tapar los agujeros de la pared, tras lo que lo enrolló y se lo guardó.

—Tras una batalla en la guerra civil5, la 62ª división del ejército del Kuomintang se retiró al puerto usando esta ruta. Por suerte, el cuadro cayó en manos de este ciudadano, por lo que se conservó. Y hasta aquí le puedo mostrar —dijo mientras pulsaba un botón de la sonda del despertar.

—¿Cómo puede ser confidencial la información de ahora después de todo lo que me ha enseñado? Todo este misterio y permitirme solo a mí verlo… ¿Es esto algún tipo de artimaña para evitar el castigo? —le pregunté inquisitivo.

—Todo esto va mucho más allá, es por el bien de la investigación. Este cuadro estuvo colgado en casa de un funcionario y fue testigo de la corrupción; estuvo en una habitación secreta de un comerciante, siendo testigo de sospechosas transacciones, luego estuvo en el museo de Shangcheng, donde presenció turbios asuntos. Toda esta información implica a mucha gente aún con vida, gente que no quiere ver destapados sus secretos más oscuros. Es mejor que no conozca las confidencias que guarda Magnolias y grulla si no sabe cómo manejarlas.

—Así que después de todo, sí que se está guardando un as bajo la manga —respondí.

—No es eso, lo que pasa es que mi sonda del despertar es un invento en desarrollo, difundir esta tecnología destararía la polémica y podría detener mi investigación —dijo con cara de preocupación.

—¿Pero qué dice? Se ve claramente que esta tecnología es beneficiosa para le investigación histórica, enriquecer el patrimonio cultural y ensanchar el conocimiento —traté de tranquilizarle.

—La gente solo es consciente de lo que hay escrito o dibujado en un papel, y no piensa siquiera en la posibilidad de que la información audiovisual también se haya registrado en él, pero esta tecnología lo cambiaría todo. Nadie ha estado prevenido de que el papel la haya estado grabando todo como si se tratara de una cámara, y de que ha retenido información que sus ojos no han podido ver, sonidos que sus oídos no han podido percibir. Imagínese descubrir de golpe que cada trozo de papel ha retenido tal cantidad de información, podría desatarse el pánico. Incluso mi propia vida correría peligro.

—Creo que le estás dando demasiadas vueltas a todo esto y te estás alarmando.

—¿Eso cree? Pues respóndame a una cosa, señor comisario. ¿Le gusta leer?

—Sí, sobre todo novelas de misterio.

—¿Y tiene por costumbre poner el libro en la mesita de noche?

—Así es, suelo tener alguna novela de ficción en la mesita o sobre la almohada.

—¿Y qué pensaría de que pudiera despertar todos los recuerdos de ese libro? ¿De todo lo que ha pasado en esa cama con su mujer?

—Entiendo…

En ese momento decidí no tomar medidas contra Liu Weiming. Salí de su casa y fui directo a la comisaría provincial para hablar a mi jefe. El director me dio la orden de proteger a Liu Weiming. Por desgracia, para cuando quisimos poner en práctica la orden, ya era tarde. Al día siguiente, cuando fui con gran entusiasmo a casa de Liu Weiming, su padre me dijo que la noche anterior unos policías de paisano que decían venir de la comisaría de Shangcheng se habían llevado a su hijo en una furgoneta, así como toda la maquinaria que tenía en su piso. Solo el osado o el desesperado sería capaz de correr tal riesgo por una máquina, pero esa no era una máquina cualquiera, era la sonda del despertar.

Verano de 2022, Beijing

Los traductores:
Ignasi Saura Molero, doctorando en la Universidad Pompeu Fabra, España.

Verónica Cecilia Peña Pulgar, traductora chino-español, profesora de chino en el Instituto Confucio de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Zhou Daxin周大新
Escritor chino. Nació en 1952 en Dengzhou, provincia de Henan. Desde 1979, ha publicado 10 novelas larga, 33 novelas cortas, 70 cuentos, además de obras de ensayo y de teatro. A lo largo de su trayectoria literaria, Zhou Daxin ha sido reconocido con diversos premios de literatura, entre los que destacan el Premio Nacional de Cuento, Premio Feng Mu, Premio Literatura del Pueblo y el destacado Premio Mao Dun. Vive en Beijing.

Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, español, árabe, sueco, checo, griego, turco, vietnamita, coreano y japonés. Sus libros traducidos al español son: Réquiem (China Intercontinental Press, 2014; Cooperación Editorial, 2016), Joya de plata (China Intercontinental Press, 2014; Editorial Popular, 2016), El paisaje del lago y la montaña (Editorial Popular, 2022). Muchos de sus trabajos han sido adaptados al teatro, cine, series de televisión. La adaptación de su novela corta Molino de sésamo en la ribera ganó el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín en 1993.


[1] El emperador Huizong (1082-1135), de nombre personal Zhao Ji, fue el octavo y el penúltimo emperador de la dinastía Song del Norte de China. También fue un pintor, poeta y calígrafo muy conocido. Creó propio estilo de caligrafía y pintura.
[2] La Yuan fue una dinastía china fundada por los invasores mongoles en el año 1271. Fue establecida por Kublai Kan, el nieto del conquistador Gengis Kan, y duró hasta 1368, cuando los chinos Han expulsaron a los extranjeros y establecieron la dinastía Ming.
[3] La República de China se fundó con los nacionalistas (el Kuomintang) en 1912 tras la caída de la dinastía Qing y duró hasta 1949, cuando los comunistas establecieron la República Popular de China.
[4] Se refiere a Song Meiling, señora del caudillo Chiang Kai-shek, presidente de la República de China desde 1948.
[5] La segunda guerra civil entre nacionalistas y comunistas tuvo lugar entre 1946 y 1949.