ILUSIÓN

Adriana Lassel
Clichy-la-Garenne, julio/agosto 2023

Une vez más Rose comprobó que el florecimiento de las glicinas alegraba la calle e iluminaba la existencia. El aire tibio y el perfume de los jardines cercanos le produjeron una alegre agilidad mientras iba camino al Colegio, a unos pocos minutos de su residencia.

Fue en este comienzo de primavera que la profesora de francés tomó sus vacaciones de maternidad y llegó a reemplazarla el señor Huneuss. Rose recuerda el primer día que lo vio. La directora le había informado que habría una reunión de presentación en la sala de profesores, antes de las clases de la tarde pero que por supuesto, ella no estaba obligada de asistir. Aunque jubilada ella se ocupaba todavía de la biblioteca, beneficiando de un programa de empleo para mayores. A la invitación de su jefa respondió amablemente que asistiría, mientras interiormente se alegraba de que no fuese al final de las clases cuando cerraba la biblioteca y partía con paso ligero a su departamento para ver un episodio de su serial favorita, mientras que gustaba de una tacita de café acompañado con galletas de mantequilla o chocolate. Adoraba esos momentos de intimidad y de descanso antes de entregarse a revisar sus asuntos administrativos pendientes o lo que debía comprar en la semana ahora que el comercio cerraba más tarde.

Amante de conocer el mundo, Rose se complacía también en los reportajes sobre animales y en los que le permitían viajar virtualmente a otros países. Viajes había conocido, en otros tiempos, cuando con su marido y los dos niños pequeños partían a encontrar las raíces y la familia del papá. Años después, cuando él ya no pudo conducir, era ella la que se ponía al volante de la vieja Dauphine para que todo el mundo tuviera sus vacaciones de verano sea en alguna caleta sin más ruidos que los del mar o en un plano de la montaña, allí donde anidaban los nuevos sitios de camping.

Ahora eran Michel y Agnés que viajaban para venir a verla, no sin cierta inquietud de su parte, eso de saberlos arriba de un avión, expuestos a cualquier accidente… “nuestras vidas son tan frágiles”, pensaba.

La sala tenía un aspecto severo, con una gran mesa de escritorio y unos estantes con carpetas dispersas en cualquier rincón. Pero era espaciosa e iluminada con el radiante día de abril. Los ojos distraídos de Rose advirtieron que Andrés, el profe de gimnasia-que no aparecía casi nunca por la biblioteca- leía algo con gran interés. Picada de curiosidad trató de reconocer, por el formato, de qué se trataría, pero resultaba imposible, a esa distancia y sobre todo con gente que iba llegando y se ponía de por medio. Rose contestaba a los saludos y estaba sonriendo a una joven estudiante que hacía su Práctica cuando entró la directora acompañada del señor Huneuss. Su presentación no tomó más de diez minutos, el tiempo en que él, de pie frente a sus colegas saludara y respondiera a una o dos preguntas. Sin transición, la directora pasó a informar sobre algunos asuntos pedagógicos concernientes al último bimestre del año escolar.

Lo primero que pensó Rose fue que el nuevo profesor tenía el mismo peinado -abundante pelo negro echado hacia atrás- de un director de orquesta que había visto por la tele días atrás. Luego, fue sintiéndose atraída por su manera de fijar la mirada al hablar con alguien, por su porte desenvuelto y, sobre todo, su sonrisa complaciente. “Hay algo de atractivo en su apariencia”, pensó.

Fue al otro día, al encontrarse de pronto con el señor Huneuss, que algo comenzó a perturbar la tranquilidad de Rose. No estaba solo, había dos personas a su lado, pero Rose no las vio. “Supongo que usted querrá conocer nuestra biblioteca”, le dijo. Él, con su eterna sonrisa que daban ganas de sonreír también, le respondió que ya tenía previsto pasar la próxima semana. Siempre muy amable y con una mecha rebelde que le caía sobre la frente. Rose agregó dos o tres banalidades más y cada cual prosiguió su camino. Pero ella llevó consigo la imagen imprevista del nuevo profesor.

Ese fin de semana la bibliotecaria se vio asaltada por la constante y viva imagen de un hombre que hasta hacía poco ignoraba su existencia.

Admirable ver cómo el sentimiento amoroso puede llegarle a una persona a cualquiera edad y cuando menos se lo piensa. Rose no comprendía por qué ya no le interesaba mirar la tele y cuando el sábado por la tarde su amiga Gabrielle la llamó para invitarla a salir, “que el tiempo está precioso y nos iremos al Café a tomar unos helados con chantilly”, ella le respondió que tenía una terrible jaqueca.

No quería que nada la distrajera de esa nueva sensación que vivía. El rostro del hombre se le aparecía una y otra vez y al despertar el domingo él fue lo primero en que pensó. Luego pasó el día ocupándose de su ropero, de lo que debía guardar para el próximo otoño, o lo que tal vez debería regalar a la Cruz Roja. Probarse si las faldas le quedaban bien todavía, buscar con cuál T-shirt o túnica combinaban mejor. Fue entonces que comprobó que ya no tenía el cuerpo de antes y que hacía muchos años, desde que murió su marido, que nadie la llamaba “ma belle” o “draga mea”.

¿Cuándo dejó de ser deseable? Quizás algún día se dio cuenta de que envejecía porque ya nadie la miraba con interés. Si eso la afectó ya lo había olvidado, estaba a gusto con su vida actual, tranquila y al mismo tiempo atenta a la época en que vivían, al transcurrir del mundo y a observar el planeta que los transportaba sobre su sufrido lomo por el infinito espacio estelar.

Años antes de vivir sola, antes de encontrar a Mihail y conocer los destellos de la felicidad con la familia que crearon; antes aún, en el tiempo en que vivía con su madre- mujer austera y solitaria-ella aprendió que había que huir del amor, que una mujer fuerte se valía por sí sola. Y ahora, como si el tiempo no hubiera pasado resurgía en ella la adolescente que miraba a otro lado cuando un enamorado se le acercaba, y que solo supo enfrentar su miedo por el amor a Mihail. Eso explica que cuando el lunes descendía las escaleras que bajan de la biblioteca y de las salas de los CP al verlo saludarla desde lejos con un cordial gesto de la mano, continuó derecho su camino simulando no verlo. La pobre mujer continuó angustiada su camino por su incapacidad a poder conversar con él.

En otra ocasión, al final de las clases, salía junto a otras personas del colegio cuando vio que ahí estaba él despidiéndose del grupo-¡Qué pasen una buena tarde, señoras mías! Todas respondieron con sonrisas salvo ella que lo miró sin decir nada. El profesor la miró extrañado y luego fue al encuentro de la joven que estaba de prácticas.

Recordando la imagen del hombre, su extraña mirada Rose comprendió que estaba actuando como una idiota, que se estaba hundiendo en un pozo sin salida, que la iba a creer tonta, lunática y…la idea la paralizó, ¡que la iba a creer senil! Del fondo de ella surgió una reacción violenta, vio lo absurdo de su comportamiento y sintió vergüenza por sus torpes niñerías. ¿Acaso no fue una mujer de carácter y al mismo tiempo de comprensiva ternura hacia los suyos? ¿Acaso no dio serenidad y alegría a los últimos años de su madre? Cuando Mihail llegó a su vida descubrió el encierro en que vivían las dos. Su madre ignoraba lo mejor de la existencia, la libertad, las emociones que procuran las artes y las letras, la naturaleza, la amistad. Su padre, un soldado de paso que murió antes del final de la guerra no llegó a levantar los cimientos de un hogar. Fue su madre que lo hizo, esfuerzo tras esfuerzo. Luego, con Mihail, el ceramista que vino del Este llegó la música, llegó el aire y el sol, llegó la tierra y el amor. Llegaron la belleza y la alegría.

Rose dominó sus miedos juveniles que una vida serena habían proscrito al fondo de su ser. Decidida a cambiar se propuso enfrentar al profesor con naturalidad y cuando lo encontró en el hall del colegio se dirigió a él con un sonoro y cordial saludo; ¡Pero sucedió lo inesperado! Ahora fue él quien sin mirarla y sin detenerse respondió con un seco ‘buenos días’, dejándola paralizada. Como una estatua de sal. Como un árbol herido por el rayo. Decididamente, él ya no quería saber nada de ella.

Callada y mustia como una flor marchita la bibliotecaria vivió unos días entregada a su trabajo incorporando al catálogo virtual las nuevas adquisiciones, escogiendo los libros que se regalarían a los alumnos premiados y, desde luego, atendiendo solícita a los que venían por consejos de lectura. En su mundo del saber y de los libros ella podía moverse a sus anchas, como pez en el agua.

De pronto, un día cualquiera, apareció por la biblioteca el señor Huneuss. Sonriente y encantador como en los primeros días. Rose pensó “ya me perdonó” y se dirigió a él llena de atenciones. –Me dijeron que seleccionara con usted los libros que se entregarán a los premiados –él dijo- deben ser de los nuevos, los recién llegados. ¿Qué ya ha seleccionado algunos? Mientras la escuchaba el profesor pensó que esa señora tan simpática sonreía demasiado.

Ocurrió que el profesor volvió varias veces a la biblioteca y entre sonrisas y libros, conversaciones personales y comentarios sobre la fiesta que se estaba organizando, la fuerza del amor golpeó el alma de la mujer ya gastada por los años, dándole el sentimiento de existir. Cuando él habló de un cóctel con música el día de la fiesta, por la tarde, entre los profesores, Rose llegó a su casa a lanzar su cuerpo al ritmo de las anticuadas y conocidas músicas Disco con los ABBA o Claude François o bien al ritmo de las sambas brasileñas. La mayor exaltación de su amor era saber que alguien pensaba en ella, como ella pensaba en él, sin percatarse que el hombre iba a la biblioteca por su trabajo, por sus clases de literatura. Ella hacía del silencio un nuevo nexo de amor entre los dos, porque en su utopía no existía el amor carnal, sólo la unión espiritual entre dos seres que se amaban.

Empezó a descender de su nube el día que observó desde la ventana de su salita de estar un extraño comportamiento de la chica que hacía su práctica: al salir del colegio se fue caminando sin prisas hasta llegar a la esquina y se detuvo como quien espera algo o a alguien. Al cabo de unos minutos salió también el profesor quien tomó el mismo camino, encontró a la joven conversaron y luego se fueron juntos doblando por la calle perpendicular.

Rose sintió un dolor físico en el pecho.

Llegó el día de la fiesta de fin de año. Los discursos fueron dichos, los alumnos premiados recibieron felicitaciones y libros y el colegio brilló por el ambiente alegre que vivían alumnos, profesores y apoderados.

Aquella tarde la bibliotecaria estaba turbada, antes de ir a la fiesta se preguntaba si sería él que se le acercaría o ella iría directamente hacia él. Al comenzar la música vio a la joven de las prácticas -que por cierto había terminado con felicitaciones de su profesora guía- que estaba sola en un extremo de la sala y luego vio que su profesor adorado se dirigía hacia la joven, moviéndose al ritmo de una música alegre, le cogía la mano y se la llevaba a danzar.

                                          -o-o-o

Las dos mujeres conversan en voz baja sentadas a una mesa del Café. Una habla y la otra, con la cabeza inclinada hacia ella la escucha religiosamente.

-No es nada, mi amiga. Todos hemos tenido penas de amor.

-¿Qué quieres que te diga? Se me llenó la cabeza de fantasía como a un don Quijote cualquiera. Pero a nuestra edad, eso duele.

-Verás que lo olvidarás pronto.

-Lo que hay de positivo en todo esto es que veo que mis emociones y sentimientos saben responder a un estímulo exterior. Es como las flores que se abren en primavera. Yo soy buena tierra, la belleza y la alegría me erizan la piel y la injusticia y la crueldad de los humanos me hieren el corazón.

-Volverás a la normalidad.

-Sí, mi vida es buena de vivirla, tal como es.

__________Adriana Lassel. Julio/agosto 2023,
Clichy-la-Garenne


Adriana Lassel es chilena, autora de novelas, cuentos y estudios literarios; en la actualidad reside en Paris. Nació en Santiago, donde realizó sus estudios secundarios y universitarios. La escritura y la enseñanza la llevaron a radicarse en varios países, hasta que en 1967 se instaló en Argelia. Actualmente reside en Paris.

Especialista en Cervantes en relación con el mundo musulmán y también en el estudio de los Moriscos. Estos temas la han llevado a participar en coloquios en países como España, México, Israel, Túnez y Argelia. Dentro de esta temática, en 2012 se publicó en Argel en versión original (español) y en traducción al francés, su novela histórica llamada “Cinco años con Cervantes”. Es autora también de la novela “Lucas el Morisco o el destino de un manuscrito encontrado”, publicada en Argelia y en España, editorial Azacanes, Toledo. Autora de novelas, cuentos y estudios literarios.