Los invitamos a leer el comentario de Loreley El Jaber sobre el libro El idioma de la humedad de la escritora Camila Mardones Vergara (Santiago, 1991)

Loreley El Jaber es poeta y ensayista, autora de varias publicaciones. Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET.
Se desempeña como profesora de Narrativa Latinoamericana en la Universidad
Nacional de las Artes (Buenos Aires, Argentina).

EL IDIOMA DE LA HUMEDAD (O LA HUMEDAD DE LA HERIDA) de CAMILA MARDONES VERGARA

Me alegra muchísimo que Camila me haya invitado a compartirles una lectura, un pequeño recorrido de este libro. Celebro este encuentro, tantos años después y, sobre todo, la llegada de este bellísimo libro que les recomiendo y aliento a que lean, compren y degusten.

Voy a empezar leyendo un poema del poeta José Watanabe:

Mi casa

Mi vecino
estira su casa como un tejido que le ajusta.
No debería burlarme,
si yo mismo estoy inmensamente pegado a mi casa, tanto
que a veces las paredes tienen manchas
de mi sangre o mi grasa.
Sí, mi casa es biológica. En el aire
hay un latido suave, un pulso que con los años se ha concertado
con el mío.
Mi casa es membranosa y viva, pero no es asunto
uterino. Estoy hablando del lugar de mi cuerpo
que he construido, como el pájaro aquel,
con baba
y donde espacio y función intercambian
carne.
Afuera soy, como todos, del trabajo y la economía, aquí
de mi cuerpo desnudo…

(Cosas del cuerpo, 1999)

Empiezo por este poema de un autor que adoro porque pensé mucho en él cuando leía el libro de Camila. El libro está divido en partes – La casa, El bosque, Las ciudades, Humedales, Las islas- pero creo que el título de la primera parte -La casa- es un leitmotiv del libro. De hecho, así empieza El idioma de la humedad: “Al comienzo estuvo la casa/las aves/ y los ojos”. Como en un relato bíblico, en el principio era el Verbo, en el comienzo -aquí- es la casa. Pero no se trata de un mero proceso, no se trata de un hacerse relato, no se trata de fundación alguna por medio de la palabra. La casa de los poemas de Camila está horadada, intervenida por el tiempo. Porque nuestra casa -dice- “fue escombros”, “fue sótano que tirita su frío”.

Como en un rezo, el yo lírico ruega: “Madre mía, dame una casa que no sea un diluvio”.

¿Cómo se construye certeza sobre los restos? ¿Qué dice la baba del animal que puebla la casa? ¿Qué casa hay, qué casa queda en medio del agua?

El barro se llevó nuestra casa (…)
del río
a este humedal traje el llanto de tus paredes y tu suelo

Leemos y nos internamos en el libro de Camila como si camináramos en medio de un pantano, el humedal “figura camino” y es desvío, es surco, es “río sin cauce”:

“dijimos casa y pensamos en ciénaga”.

Casa y cuerpo son uno porque la casa-ciénaga interrumpe el recorrido, lo obstaculiza, las extremidades se mojan, se humidifican, el barro se mete en la piel, halla espacio en la materia, entre la uña y la tierra el agua une. Meterse en la ciénaga, tocar la masa primera.

Se habla en este libro de un “cuerpo pantano”, de un “cuerpo de agua”, un “cuerpo expandido” que llora, un cuerpo que es casa:

En mi cuerpo llevo tu casa
La única la primera huida en el destierro

Esta casa “arrastrada río abajo” tiene una historia de fuego y país. No es sólo la casa de la infancia, es la casa de una patria atravesada por la humedad: la humedad del agua, del bosque, del humedal, de la isla, del tiro en la carne, del cuerpo que brota recuerdo en el destierro.

Camila construye una casa sobre suelo profundamente resbaladizo. Y en ese resbalarse no hay paredes ni sogas de las que asirse. Entrar en la ciénaga -que es cuerpo, que es casa, que es memoria, que es patria- es entrar en un mundo otro donde los límites son tan endebles que se desdibujan. Entrar en la ciénaga es entrar en el sueño, con las posibilidades inmensas que ofrece lo onírico, porque entrar en el sueño-ciénaga es también ver de cerca a los monstruos. Entrar en el sueño es entrar en un mundo sin límites: sin espacio y sin tiempo.

Quiero migrar dentro de este sueño
migrar dentro de este sueño

¿Cómo, cuál es el idioma de la humedad en el sueño?

mi lengua un ecosistema
¡vaya desastre!
Es ahí el inundarse en lo largo
El saberse empantanado hasta los dientes y caminar
Caminar otra vez

Hay que caminar otra vez, entrar al bosque “como si fuese aquella casa que abandoné en la memoria de la infancia”, y contar la humedad como refugio.

Aún más, hay que “escribir sobre un viaje al centro mismo del bosque/ A su parte más húmeda y madura”. Sólo así se accede a eso que no tiene borde ni límite, hay que atravesar la materia fundante.

sube el sueño sube el asma sube el miedo
cerro arriba el desperdicio de carnes
desparramadas
arriba piedras escaleras por baldosas
cabezas por baldosas
negro como raíz

los bichos y las carnes gritan arribanegro
qué sueño es ese qué bosque es este
qué cuerpo soy esto qué bosque soy
cuántosbosquessomos
cuántos bosques eres

somos un bosque que quiso ser barco

¿cuántos barcos desperdicia este sueño
que tapa los cuerpos de barro en sus raíces?
(…)

cuánta realidad tiene este sueño
cuánto territorio abarca esta herida

Ya no hay cobijo, nada que pueda dar abrigo, esa “lengua ecosistema” se hace cargo de la materia fangosa y también se deshace- como el cuerpo, como la casa, como la piel en el contacto extremo con el agua.

Un cuerpo fragmentado busca fugársele
al encierro
No hay nada más que agua, en este suelo
agua llena de peces suicidas
agua llena de ojos de peces suicidas agua llena de imágenes tristes de los ojos de peces que
se ahogan en las madrugadas y reviven
en los ocasos del agua que
se transforma en tierra
tierra llena de perros ahogados
tierra llena de ojos de perros ahogados
tierra llena de imágenes tristes de los ojos de esos
perros que
se suicidan en las madrugadas y reviven
en los ocasos del suelo que
se transforma en niña
niña llena de pequeños monstruos amables
niña llena de ojos de pequeños monstruos amables
niña de imágenes nuevas en los ojos
de esos monstruos que
entienden el lenguaje del agua y de la tierra

En el poema de Watanabe con el que abrí esta presentación, él habla de una casa que es biológica, de un afuera y un adentro y en ese adentro es donde se ES cuerpo desnudo. Camila construye en El idioma de la humedad una poética del adentro del adentro, como en un juego de cajas chinas, vamos de la casa, al yo, al sueño, al hoyo, al bosque, al barro, a la sangre, a la húmeda oscuridad primera.

¿Cuál es ese idioma al que alude el título? ¿Cómo se dice el agua desmembrando lo sólido? ¿Cómo se dice la casa-pantano, el cuerpo cenagoso deshaciéndose, el sueño acuoso de una niña repleta de ojos? Hay que ensayar un idioma nuevo, el del agua-cuerpo-casa-pantano, porque en él, en ese lenguaje (y sólo allí), se puede construir una voz espesa, tangible y única.

Si leen El idioma de la humedad, escucharán nítido su canto.

Loreley El Jaber
Buenos Aires, diciembre de 2022