Jaime Soto

El siguiente texto es una síntesis del pensamiento del biólogo chileno Humberto Maturana, muerto el 2021 a la edad de 92 años. Su autor es escritor, académico y empresario, autor de los libros El juego de la vida (2011), El juego de los negocios (2013), El juego de las organizaciones (2017), El juego del conocimiento (2017) y La crisis permanente (2020).

 1. La primacía del observador

Vivimos en un mundo de ilusiones en que lo abstracto se ha vuelto real, pero para nuestro perjuicio. Así, llegamos a creer que el trabajo y los negocios son asuntos de dinero, cuando el dinero no es más que un símbolo de nuestras necesidades y no el mejor de todos. Pero en realidad cuanto hacemos se funda en y se dirige a las relaciones humanas; cada uno depende del resto, desde la misma infancia en que el niño no sobreviviría sin los cuidados maternos. Dichos esmeros no son en absoluto materialistas o interesados, surgen de una emoción femenina originada en una cadena de interrelaciones personales durante aquella deriva que llamamos «tiempo».

Adherimos abiertamente al pensamiento del biólogo y epistemólogo chileno Humberto Maturana (1928 – 2021) respecto del conocimiento humano. Sus ideas sobre la autopoiesis molecular de los seres vivos las extrapolamos, sin pretensiones de rigor científico, al mundo de las organizaciones económicas para comprender didácticamente los procesos que permiten el aprendizaje en la vida social.

Digamos que con nuestras palabras queremos crear una «aplicación», en el sentido cibernético, de su particular epistemología. La lucha por la supervivencia en el mundo actual se ha desplazado desde el plano físico al tecnológico, en donde las relaciones virtuales, sin embargo, siguen poseyendo muchas de las características del entendimiento cara a cara de las personas en su diario vivir.

Desde luego, para nuestra exposición es imprescindible resumir algunas de las posturas de Maturana y así luego emplearlas como premisas. Para el maestro chileno todo comienza por hacer una invitación a reflexionar y el instrumento para el caso son las preguntas. Su Biología del Conocer traslada las prioridades desde la «realidad objetiva» (punto de vista tradicional) al «observador» (nuevo paradigma). Se interroga por el observador, arguyendo que la realidad no es independiente del mismo.

Para mucha gente puede ser absurdo afirmar que incluso los objetos materiales no existen sin la participación de un observador. Es un hecho que la vida humana está cruzada por dilemas cognitivos: coincidimos, polemizamos, argumentamos, negamos y peleamos por asuntos cognitivos. Muchos veces ni siquiera estamos de acuerdo en si hace frío o calor. ¿Cómo entonces renunciar a la creencia generalizada de que una mesa no puede sino ser sólo una mesa?

Vamos por partes. Si hay algo que le desagrada a Maturana es la palabra «negocio». Cuando algún asistente a sus charlas le sugiere que las personas «negocian» un entendimiento para hacer algo juntas, él de inmediato niega el empleo de dicha palabra. Por lo visto la considera artificiosa, impuesta, antinatural. Un instrumento de poder o codicia que malogra las interrelaciones espontáneas de los seres humanos.

2. Todo es biología

De modo que el conocimiento no es un beneficio, sino simplemente una condición sine qua non de la vida. De hecho, cuando se interrumpe la biología se acaba el conocer. De la muerte nadie sabe nada, todo lo que se especula sobre ella pertenece a este mundo y no al otro, si acaso existe. Asimismo, un accidente físico determina las capacidades de una persona para conocer la vida.

El conocer es un fenómeno biológico que sucede en la vida cotidiana, incluso las especializaciones técnicas pertenecen a dicho plano. Como la investigación académica de la química, que no es sino un expansión del cocinar.

La vida cotidiana es el punto de partida y llegada.

Durante ella realizamos afirmaciones a las que atribuimos verosimilitud. Para esto requerimos de ciertos criterios que justifiquen lo dicho dentro de un dominio de validez. En este punto corresponde la pregunta por el observador (cualquier persona y en cualquier momento de su vida) y el observar.

Nos referimos a la experiencia, que consiste en distinguir cada cosa que ocurre mientras se vive, para lo cual naturalmente se emplea el lenguaje. Según el enunciado de Maturana, «el ser humano es un ser vivo en el lenguaje».

La invitación es a preguntarse cómo hacemos nuestras observaciones. Por ejemplo, un discurso, un argumento racional o calificar algo de deseable. El convite trae consigo la expectativa de una respuesta, es decir, una explicación. Aceptar la pregunta significa que uno se compromete a buscar la explicación o a pedirla. Quien propone tiene al menos que mostrar la naturaleza de la respuesta.

Una explicación es una experiencia, o sea, se refiere a una situación vital y nunca a una abstracción. Serían mecanismos generativos que originan lo que se quiere explicar, constituyéndose en el vínculo entre dos personas; son relaciones humanas que piden una respuesta. El observador revela el proceso que resuelve una duda y permite tal o cual hecho o realidad. Se deben cumplir dos condiciones: una formal, ser un mecanismo generativo; y otra informal, satisfacer algún criterio relevante para el observador. De este modo se acepta la explicación como cabal. El criterio de validación del observador puede ser cualquiera, el que desee. Afectivo, por ejemplo. Dos explicaciones opuestas pueden ser triviales o únicas, el observador decide por qué cree una más cierta que otra.

Desde luego, las deducciones posteriores resultan coherentes con el mecanismo generativo ya aceptado. A su vez, el criterio con que se acepta una explicación debe hacerse explícito en algún momento. Esto contradice la visión tradicional del conocimiento, la cual afirma que las explicaciones son válidas o no en sí mismas, «objetivamente». Por esa vía no siempre uno se pregunta por qué una afirmación es correcta.

La pregunta por el observador implica que sus habilidades no lo constituyen, sino que derivan de su biología la que, como ya vimos, cobra realidad en la vida cotidiana. Ante la evidencia de que no existe una «verdad objetiva», para que dos personas con explicaciones distintas de un hecho o situación hagan cosas en común, necesitan querer hacerlas. La voluntad es vital en el medio social.

El observador distingue objetos, pero si acepta la interrogación sobre sí mismo se pregunta por qué puede distinguirlos. Todas las preguntas se vuelven legítimas. De otro modo uno se resta de un ámbito de preguntas y en tal caso no es posible una conversación. A menudo se ve a la razón como un mecanismo absoluto, pero al menor cuestionamiento se vuelve a plantear la pregunta sobre el observar.

La objetividad se funda en la supuesta validez universal de algo independiente de las personas, por ejemplo Dios, dando por descontado que poseemos la habilidad para distinguir entidades autónomas de nosotros mismos. Sin embargo, cuando a una persona se le exige ser objetivo, se le está diciendo que haga lo que se le ordena. Es un tipo de relación viciosa, que en caso de que el otro no obedezca la orden obtiene una condena.

En la postura objetiva se admite también un factor biológico, pero se le considera restrictivo. El lugar común dice: «estoy limitado a mi cuerpo». O sea, habría algo esencial y superior a la biología que lo maneja todo. En cambio, en la perspectiva de la pregunta al observador, el cuerpo proporciona amplias habilidades. De este modo los errores se deben a equivocaciones en la realización de la biología, no a problemas con un ente superior que contendría la «objetividad».

Cuando uno se equivoca no se da cuenta; el error nunca es deliberado ni se debe a la mala fe. Lo mismo pasa con la ilusión. Si acertamos corresponde hablar de percepción. Sin embargo, en un comienzo la experiencia cree que todo es una percepción y sólo con el cambio de las condiciones puede darse cuenta de que tal cosa era una ilusión. Para efectos de precisión en el lenguaje preferiremos la fórmula (objetividad), así, entre paréntesis, para ilustrar que es imposible diferenciar ilusión de percepción y por tanto la objetividad a secas no existe. Lo que distingo depende de lo que hago y de este modo un objeto surge de la función en que se emplea.

Es el ámbito de la incerteza y motiva a preguntarse cómo se validan las afirmaciones. Todas las preguntas pasan a ser válidas. El problema no es la experiencia, en verdad nos peleamos por las explicaciones.

Toda afirmación es un camino explicativo, nadie puede decir que algo siempre estuvo allí, ya que las cosas existen en el lenguaje y éste es un mero mecanismo explicativo. Si existiese algo independiente de nosotros no se le podría citar como referencia. La experiencia surge de la nada; es algo que nos pasa simplemente. No se trata de validar o no la realidad, sino de explicar la experiencia y en este caso la experiencia de observar.

Asumir que no podemos diferenciar la percepción de la ilusión nos cambia la vida, pero a la vez averiguamos que siempre fue así.

Aquí no se busca un resultado definitivo, sino profundizar en la pregunta por el observador. Esto produce un disgusto y por eso vivimos creyendo en algo independiente de cada persona. Con la nueva visión, sólo la experiencia explica la experiencia. De hecho, las premisas a priori de la ciencia siempre surgen de la experiencia. Lo fundamental viene a ser las relaciones dinámicas entre los individuos.

3. Ciencia cotidiana

El explicar científico no es sino un refinamiento del explicar cotidiano. Depende de que se den ciertas coherencias experienciales, vale decir, otras explicaciones científicas. La ciencia es un club. Einstein mismo decía: «las teorías científicas son libres creaciones del espíritu humano con que explicamos el mundo». En su Teoría de la Relatividad nunca hizo un experimento, pero con ella explicó el universo.

El científico, a diferencia del filósofo, quiere explicar una experiencia utilizando el criterio de validación de la ciencia y para ese motivo no se atiene a ningún principio, como la realidad, la trascendencia o Dios. La Biología del Conocer de Maturana es una ciencia, ya que no eleva ningún valor objetivo o absoluto ni pretende alcanzar un resultado en particular. Busca explicar al observador y en ese proceso no existe una referencia última o definitiva: apela a una «realidad entre paréntesis».

Conviene tener presente el siguiente ejemplo: el ser del borrador es borrar y el del observador operar en el lenguaje.

El dilema de si la «realidad» vista como un proceso que emana del observador genera conflictos entre la gente, debido a que cada uno es un mundo distinto, se resuelve a través del disfrute de la convivencia y las transformaciones de la socialización. Los problemas surgen de la negación de las diversas incertidumbres. Un entendimiento, en cambio, integra la historia de cada quien y la cambia. Esto se vive cotidianamente, pero muchas personas no se percatan porque no se hacen la pregunta sobre el observador. Uno puede vivir sin explicar, el explicar es superfluo, pero a la vez vivimos en un mundo en que urge la explicación, la cual surge de un proceso y permite que pasen otras cosas.

La gente vive diciendo o creyendo en una realidad absoluta e independiente, que puede ser el materialismo o Dios, negándose mutuamente los seguidores de una u otra postura. A lo que más se puede aspirar es a la tolerancia: una negación suspendida. Pero al plantear la objetividad entre paréntesis obtenemos otra opción o estado de conciencia en que opera el observador.

Existe una circunstancia en que por fin nos liberamos de las certezas: cuando se hace evidente el amor. El amor abre espacio a la reflexión. Permite ver el entorno de la persona amada, su circunstancia. Si el otro adquiere presencia, yo dejo de ser el dueño de la verdad. El otro cobra una importancia inusitada.

4. La dinámica de los seres vivos

Hay varias formas de contestar la pregunta de qué son los seres vivos, por ejemplo, los podemos definir como aquellos entes que nos rodean en nuestra vida cotidiana. También se puede aludir a sus componentes biológicos. Los seres vivos son dinámicos, se constituyen en su fluir molecular. No somos simplemente un conjunto de moléculas. Lo que nos hace ser es la interacción de nuestras moléculas mientras fluyen. Un tornado se define por el movimiento que expulsa a las partículas en todas direcciones y no por las partículas en sí. Los seres vivos somos tornados de producción molecular, o sea, una red de moléculas en dinámico movimiento. Es un enredo molecular, que a su vez produce otras moléculas, las cuales por su lado también forman una red especificando su extensión: moléculas entran y salen de la red. Lo que se conserva es la dinámica relacional.

Las células mismas crean a otras constantemente. El ser vivo define a su entorno. Somos unidades discretas, cuyo carácter circunscrito está dado por la dinámica. Esta dinámica particular en el continuo flujo de moléculas se le llama autopoiesis, es decir, los seres vivos se producen a sí mismo. No se regeneran. A lo largo del tiempo se presentan distintos modos de autopoiesis, y así tenemos diferentes tipos de células. Los diversos modos de autopoiesis explican la existencia de las variadas clases de seres vivos.

La historia nos permite apreciar dinámicas de conservación y de cambio. Una institución de cien años conserva varias cosas y también registra cambios: los cambios, en todo caso, son posibles a partir de lo que se mantiene. Para cualquier sistema lo que define su identidad es algo que permanece invariable y en tanto es así hay un espacio para que cambie todo lo demás.

Al hablar de los seres vivos traemos a la mano todas las regularidades de los fenómenos moleculares. Con las moléculas pasan ciertas cosas y otras no. Como seres moleculares, los seres vivos estamos determinados en nuestra estructura.

El determinismo estructural es la repetición de ciertas reacciones al ejecutar, por ejemplo, un experimento químico bajo condiciones ambientales constantes. Los atributos de los elementos también deben ser permanentes. La expresión «determinismo estructural» surge de una mirada poética. No es un supuesto de la realidad, sino una abstracción a partir de las regularidades de la experiencia.

En la propia vida cotidiana entendemos que cuanto le pasa a un sistema depende de cómo está hecho. Las personas son sistemas determinados estructuralmente, aunque no nos guste: dependemos de cómo estamos hechos en nuestra estructura molecular en un momento particular. ¿Qué pasa con la experiencia espiritual? Nada de esto lo niega, sino que se debe explicar según esta noción determinista estructural.

Existen dos clases de sistemas determinados, según la cibernética: los triviales y los no triviales. Cada vez que uno interactúa con un sistema trivial se producen cambios en su estructura que lo llevan a un comportamiento predecible. En el vivir resulta cómodo y confortable manejar este tipo de sistemas. Los no triviales, por su lado, implican que las interacciones producen cambios no repetitivos. En particular, los seres humanos somos máquinas no triviales. Pero ningún sistema es exclusivamente trivial o no trivial. Lo uno y lo otro no es bueno o malo en sí.

Las interacciones del medio con el sistema o viceversa producen un cambio estructural. Cualquiera que sea el sistema o ser vivo, en su faceta trivial o no, la historia de interacciones recurrentes con el medio gatilla un curso de cambios estructurales contingentes a las secuencias de interacciones realizadas. Aunque la variación sea reversible, como sucede con los sistemas triviales. Pero si se trata de un sistema no trivial, la secuencia de cambios modifica su estructura permanentemente. En los seres vivos esto es evidente hasta su muerte, en que se pierde la autopoiesis. Ser vivo y medio cambian juntos de una manera congruente; el ser vivo se desliza en el medio conservando la autopoiesis, pero van cambiando juntos.

La historia del ser vivo con el medio se prolonga mientras se dan dos condiciones: la organización autopoiética y la congruencia con el medio. Todo puede modificarse menos el hecho de la autopoiesis. En una persona puede cambiar su voz y lo que dice, pero se conserva el hablar y la forma humana.

El miedo genera que uno busque restricciones al otro para que no cambie valores supuestamente fundamentales. Pero no hay que temer, porque los peligros son cambios manejables, mínimos. El fenómeno del vivir sucede de todos modos. De hecho, dos personas al vivir en compañía cambian juntas y eso no las desmerece.

La deriva es la incapacidad de determinar el curso de las cosas. Sin embargo, se puede calcular la trayectoria de los sistemas a la deriva si se conocen ciertas condiciones. El vivir es una deriva estructural y de esta manera el organismo se encuentra siempre en congruencia con su circunstancia.

5. El lenguaje es distinguir

En la «objetividad sin paréntesis» se define el lenguaje como un sistema simbólico con el cual uno se comunica; el simbolizar sería un elemento constitutivo. Pero, ¿cómo surge esta operación? En el otro camino explicativo, la «objetividad con paréntesis», corresponde preguntarse qué hago yo para distinguir el lenguaje. ¿Cómo se opera en el lenguaje, bajo qué circunstancias se le distingue?… Qué difícil es explicar el lenguaje con el lenguaje, quien busca una respuesta siempre está inmerso en las palabras.

La pregunta conduce a la cuestión del origen del lenguaje. Por ese camino se me presenta el tema de la génesis de la conciencia, lo que no necesitaría de una explicación al afirmar que ella es constitutiva del universo. Uno puede usar el presente para explicar el origen de los seres vivos, como hacen los paleontólogos al remontarse en el tiempo a partir del estudio de fósiles hallados en la época actual. ¿Qué constituye el lenguaje? Maturana centra su atención en el carácter connotativo del «lenguajear» y concluye que es algo que hacemos todos juntos. A su juicio el lenguaje es un fenómeno de coordinaciones de coordinaciones conductuales. Vivimos tan inmersos en el lenguaje que es complicado ejemplificar esta visión. Pero nuestro autor lo explica así: otro se coordina conmigo y a la vez o sucesivamente coordina sus coordinaciones conmigo. Son dos operaciones. El lenguajear acontece cuando nos movemos en coordinación de coordinaciones conductuales consensuadas recursivas.

Esto se aplica no solamente al habla, también ocurre en la reflexión interna. Los seres humanas vivimos constantemente en estas coordinaciones. En el lenguaje surgen los objetos: éstos son una coordinación conductual que oculta otra coordinación conductual. Y así en cualquier dominio. Por ejemplo, un borrador lo es en tanto borra.

Recurrente y recursivo. La diferencia radica al aplicar estas lógicas en distintos modos de asociación en dos dominios dinámicos. Una recurrencia es una repetición sobre un mismo objeto. Pero si en cada operación cambia el objeto y por tanto el resultado, se produce el fenómeno recursivo. Sucede cada vez que se hace una operación sobre el resultado de la operación anterior. En la repetición queda todo donde mismo, como cuando se «camina» sin avanzar. El caminar propiamente tal resulta de la recursión de dar pasos. La recursión implica la asociación de dos operaciones, una repetitiva y otra lineal, con lo cual se origina algo nuevo. Con el lenguaje tenemos una recursión en las coordinaciones conductuales: una coordinación se aplica a otra, porque aisladas no constituyen lenguaje.

Si alguien mirase todo esto desde afuera, podría hacer referencia a lo que sucede en el interior de los seres vivos: diría que están en una permanente dinámica de cambios estructurales hasta morirse. Vería que el ser vivo fluye en su relación con el medio y a esto le llamaría «conducta», definiéndola como una interacción recurrente. Las conductas de un individuo son contingentes a las conductas de otro. También observaría que ambos cambian juntos en su estructura. Todo esto se da en la vida cotidiana. Por ejemplo, las amistades de pares varían estructuralmente a ambos participantes.

Mientras existan las interacciones congruentes acontecen los cambios estructurales congruentes. Dos interacciones son recursivas cuando la primera se coordina y la siguiente es una coordinación de la coordinación. Las interacciones se repiten, pero si uno asume las consecuencias se descubre la recursión. Hay un momento en que aflora, aunque no es forzosa su aparición. El lenguaje tiene lugar en la relación entre los sistemas coordinados, en el fluir de la misma. Los cambios siempre son contingentes al fluir del lenguajear. Si uno participa de cierta manera en un lenguajeo, el cambio será consecuente con ese cierto modo. Al decir algo se acaba el lenguajear interno; siempre al explicitar se modifica el tipo de lenguajear. El cambio se produce en las estructuras de A y B, pero generalmente no se le ve así, ya que se considera al lenguaje como algo abstracto. Pero realmente se relaciona con el hacer y se produce en la relación, ya que los «haceres» surgen de la convivencia. El significado de las palabras depende de los haceres que coordinan. El sonido puede ser el mismo y tener distintos significados según la curva en que se participa.

El lenguaje sucede en el encuentro recurrente que resulta en cambios estructurales. No es abstracto, sino tiene la «concretitud» del hacer; coordina el hacer.

El hablar es un modo de lenguajear, pero también los gestos lo son mientras participan en la cadena de coordinaciones. El lenguaje es una manera de vivir, no un fenómeno ocasional o intrascendente. Al vivir en el lenguaje, conservado de generación a generación mediante el aprendizaje de los niños, de pronto de la recursión surge el observar y así A y B se convierten en observadores. El observar es la distinción de la distinción. El observador surge con la distinción de la observación más la distinción de la localización del observar. Pero cada vez que cambia el vivir en el lenguaje, se modifica la estructura según lo que hacemos en el lenguajear.

6. A la caza de las emociones

Lo que distinguimos al distinguir emociones son clases de conductas. Por ejemplo, al observar a un perro le atribuimos acciones o actitudes según el dominio conductual en que estamos, incluso sin aludir a lo que realmente hace el animal en ese momento. Hacemos una apreciación sobre el dominio conductual en el cual el otro o uno mismo se mueve. Lo efectuamos cada vez que nos referimos a los miedos, alegrías, penas, etcétera. En términos biológicos, es una apreciación de una cierta dinámica corporal que especifica una clase de conducta posiblemente experimentada por un individuo en dicho momento.

Cada vez que hay un cambio emocional, sucede una transformación del dominio conductual o de acciones. Las emociones competen a todos los seres vivos. El emocionar, que es el cambio en el dominio de acciones, se parece a las distintas velocidades en los automóviles. Cuando uno pone primera la configuración del auto se modifica respecto a la anterior y puede hacer ciertas cosas y otras no. Las velocidades implican un cambio estructura. Lo mismo nos ocurre a las personas en el fluir emocional.

Tenemos distintas maneras de argüir según las emociones que nos embargan. Se dice que ellas distorsiona el pensamiento lógico, lo que demuestra una falta de comprensión de lo ocurrido. Cambia el dominio lógico, pero el operar en la rabia, el enojo o la tranquilidad es algo coherente en un dominio particular de acciones. Muda el razonar porque cambia el dominio de coherencias en que uno se mueve. Todo razonar se funda en premisas aceptadas a priori implícita o explícitamente; es un constructo a partir de un conjunto de nociones, implícitas o explícitas, que uno trata como válidas y que usa como elementos definitorios de las coherencias de ese dominio. Todo dominio de realidad es un dominio racional.

La experiencia permite aceptar ciertos axiomas o nociones. Sobre esa base se aprende, por ejemplo, la geometría euclediana con su regla de que las líneas paralelas nunca se interceptan. Pero si uno dice que eso sí puede suceder, se genera una nueva geometría, en este caso, curva.

Cambia el emocionar y varían las premisas a priori en la generación de los argumentos. Si el otro reemplaza sus premisas y yo no, lo acuso de ilógico, irracional, emocional, etcétera. Como si uno fuera puramente lógico. Un cambio de emociones es como un cambio de cerebro. Se modifican las dinámicas circulatorias, hormonales. La psicología dice que las emociones se asocian a diversos ritmos respiratorios. Uno podría modular los ritmos respiratorios y por esa vía también el emocionar. Toda la configuración del cuerpo se transforma.

Toda exigencia es una relación que niega al otro. Muchas emociones surgen de distintas maneras según las diferencias culturales. Algunas del lenguaje, a las que no acceden los animales que carecen del mismo. La emoción más fácil de caracterizar es el amor.

Los dominios conductuales cambian dependiendo de sus dinámicas internas y las transformaciones históricas que experimentaron en sus interacciones con el medio. Primeramente los animales se mueven en espacios conductuales cambiantes determinados por las variaciones en las circunstancias. En los humanos también era así antes del lenguaje. Seguimos viviendo como animales en el emocionar, pero asimismo en el lenguajear. Si cambia el emocionar, la persona se convierte, incluso puede no ser reconocible para quien está con ella.

Los conflictos fundamentales nunca se resuelven por la razón, sino por la cordura. En otras palabras, por la emoción. Dinámicas o dominios de encuentro que no dependen del raciocinio, sino de la aceptación del otro: aceptar que podemos hacer algo juntos. Compartimos la intención. En cambio, las guerras religiosas nunca tendrán solución por la razón, como se intenta ahora.

La tolerancia hace como que no existiera el conflicto entre personas con visiones ontológicas distintas. Así se puede continuar viviendo juntos hasta que uno elimine al otro o se separen. También con el tiempo la tolerancia puede perder importancia y los oponentes se hacen amigos, o quizás permanezca como un quiste no maligno suspendido en el tiempo. Con la objetividad entre paréntesis se puede afirmar que el otro es tan inteligente como uno. Entonces éste habla desde un dominio que desconozco y por tanto considero inadecuado, preguntándome en qué plano es válido. Si acepto al otro el resultado puede ser un nuevo dominio o elevar la discrepancia como algo legítimo. Así ninguno de los dos anhela la eliminación del otro. Un matrimonio con amor de dos personas con religiones distintas no padece de ese problema ideológico.

En la vida cotidiana la palabra «amor» se emplea en circunstancias precisas. Por ejemplo, uno va por un cerro acompañado, ve una araña y dice rodeémosla para no pisarla. La otra persona puede afirmar que está con un amante de los animales, lo que no resulta impertinente ni extemporáneo. El amor es el dominio conductual en que el otro surge como un legítimo otro en convivencia conmigo. La convivencia con la araña es el reconocimiento de su legítima existencia como araña.

En el respeto al otro, uno percibe su espacio de vida y nunca lo invade. Le sacamos la mayúscula a la palabra amor para bajarla del pedestal y ponerla en la vida cotidiana, donde realmente se encuentra. El amor es la emoción que funda lo social. Pero no todas las emociones traen a la mano los mismos dominios de acción. No todas las relaciones humanas son de la misma clase. La emoción le da carácter a la conducta con una cierta acción y no otra. No la define el movimiento o el encuentro, sino la emoción desde la cual se origina el comportamiento. Un gesto es una agresión o un saludo según la emoción desde la cual se haga y reciba.

Sólo son relaciones sociales aquellas en que se legitima al otro en la convivencia. Las relaciones de trabajo no son relaciones sociales. Por eso se introducen reglas conductuales que modulan las relaciones laborales, como la legislación laboral, cuyo fin es recuperar lo humano en dicho ámbito. Tales reglas consisten en la admisión de un compromiso para realizar una tarea. Pero aprobado el compromiso, lo esencial es la tarea y la persona desaparece, incluso puede ser reemplazada por un robot.

El amor funda lo social en los humanos y todos los animales. Por ejemplo, en las abejas, baratas y hormigas. ¿Cuáles son las condiciones en que el otro aparece como un legítimo otro en la convivencia con uno? Son variables. Se da el caso de que en un viaje largo, un pasajero que se suma en el camino produce sospecha durante un tiempo, una hora por decir algo. Sin embargo, en una sociedad racista un negro nunca será aceptado. Sólo si está presente el amor no importará la apariencia, edad o raza.

Como animales pertenecemos a una historia de tres mil 500 millones de años, en tanto que como seres humanos nuestra historia es de sólo tres millones de años. Esto hace que tengamos una serie de características correspondientes a nuestra historia animal, sobre las cuales se superponen otra serie de atributos de nuestra historia humana.

Algunas personas creen que la agresión es lo contrario al amor, pero en verdad lo es la indiferencia. El amor es visionario: con sus auspicios uno ve al otro. En cambio, la indiferencia es ciega. Si hago una escala con la aceptación del otro, el mínimo quizás debo situarlo en la relación con los demás en la calle. En el otro extremo está el enamoramiento. La amistad es como el enamoramiento, pero no incluye necesariamente dimensiones como el sexo. Si se considera el sexo de otra manera, no tanto físicamente, se podría decir que también existe una sexualidad en la amistad.

Con un amigo se puede conversar de cualquier cosa: es una relación que siempre se encuentra en la objetividad con paréntesis. Así, cuando aparece la exigencia uno de inmediato se queja: ¿no que somos amigos? Pero entonces se puede aclarar el punto y afirmar que el objetivo es el encuentro, porque nos queremos.

7. Palabras para cambiar y sentir

Un bebé humano crece en el lenguajear, pero también en el emocionar de la comunidad y su familia. En otras palabras, vive en las coordinaciones de las coordinaciones conductuales y en el fluir emocional de su entorno social, que incluye a sus padres, otros niños, familiares, maestros, etcétera. En la convivencia se transforma, emocionándose. Y aprende el lenguajeo con los adultos con quienes convive. El vivir juntos, como dijimos, es un estar en interacciones recurrentes en el cual hay una transformación congruente que resulta del mero hecho de estar en interacciones recurrentes.

El aprendizaje es un proceso de transformación estructural acontecido en el convivir. En los estudios formales uno entra a un espacio de convivencia y en su interior se va convirtiendo de una forma congruente con las interacciones de ese espacio. Todo lo cual implica también el lenguajear del vivir allí.

Los cambios dependen de la historia de las interacciones entre los participantes de una comunidad y a la vez sus condiciones personales influyen en sus posteriores transformaciones. El medio no determina lo que les ocurre, porque son individuos determinados en su estructura. Sólo puede gatillar cambios estructurales definidos de antemano. La historia de los cambios surge como una deriva en el vivir; en la estructura uno sólo puede detectar los cambios posibles, pero los que realmente suceden se verifican sobre la marcha.

Vivimos en dinámicas estructurales que estabilizan un cierto ser. Es posible que la percepción de una persona sobre otra, al calificarla de floja en un momento, se mantenga permanentemente y así ese individuo se ve reafirmado en su pereza, que bien puede ser sólo un prejuicio.

Mientras se tiene vida (la conservación de la organización), el sistema está en constante transformación estructural. Reconocemos los sistemas por su estructura, pero su identidad de clase es connotada por la organización. A veces a un aspecto estructural se le considera parte de la organización y acaba definiendo la identidad de clase. La organización es la relación entre los componentes que definen la identidad de clase y la estructura son los componentes y sus relaciones que realizan una unidad de una cierta clase.

Nadie tiene una identidad fija, trascendente, sino múltiples identidades y que además son cambiantes. Así se comprueba con la objetividad con paréntesis.
El lenguajear y el emocionar del niño se entrelazan en el vivir. Al fluir en uno cambia el otro y viceversa. A ese entrelazamiento Maturana lo llama «conversar». En él uno admite una fluidez en donde no hay defensa de posiciones. No se trata de un absoluto, pero estos asuntos varían sólo en sus connotaciones.

Las palabras nunca son triviales, porque obedecen a distintas conversaciones. Corresponden a diversas distinciones durante el vivir o expresiones de la poética histórica de la comunidad. Los estudios etimológicos, sin ir más lejos, no son banales porque revelan algún aspecto del mirar que todavía persiste en la actualidad. Prácticamente no existen los sinónimos.

Todo el vivir humano se da en redes de conversaciones e implica un emocionar; no es cierto que existan labores exclusivas para la razón y otras para los sentimientos. Cuando uno se encuentra en el fluir emocional muchas veces no se da cuenta de sus emociones, ya que están afuera de la conversación y por tanto no son un fenómeno humano. Puede ser biológico o animal. Sólo se hace parte del vivir humano cuando realizamos la distinción y hablamos de ello: inmediatamente adquiere una historia. Veo el presente de cierta manera e ipso facto configuro el pasado. En este proceso cambia la estructura.

Uno no puede hacer cualquier cosa, sólo las dispuestas en la historia en que se halla. Las conversaciones del pasado son claves, porque a la postre permiten distinguir un asunto de otro. No de una manera casual, sino a través de la transformación de la estructura del individuo. El observador, entre comillas, nunca es arbitrario. En el curso de las cosas humanas sí parece arbitrario. Pero lo que uno realiza depende de su historia, de lo que hizo anteriormente y el tipo de vida consecuente.

No es una limitación no poder anticiparse a lo que se dirá: es nuestra condición existencial. A la vez, ¿hay alguna referencia que aclare que este es nuestro camino de vida y no otro? ¿Siendo una deriva, tiene un cierto carácter peculiar?

El sentimiento es una reflexión acerca de cómo está uno en el emocionar. Los principios son supuestos implícitos o explícitos considerados válidos; nociones que originan o fundamentan cambios. El valor, por otro lado, es lo que se supone deseable en una relación particular. El amor sería un valor. Se entiende que en nuestra vida cotidiana el amor es recomendable porque es bueno. Pero el amor no es un valor. Es una emoción simplemente. Al menos, nuestro autor no escoge volverlo un valor para no convertirlo en una exigencia. Si hago del amor una virtud lo transformo en una dificultad. No siempre ponemos atención en lo que hacemos, aun cuando estemos enterados de qué se trata o sus consecuencias. Pero aquí el quid del asunto no es hacer distinciones extrañas o estrafalarias, sino simples variaciones de la vida cotidiana. Todo el tiempo tenemos actitudes en que el otro surge como un otro legítimo en la convivencia. Es algo común.

Lo normal es encontrarse en el respeto mutuo. Se da por descontado, porque de otro modo serían imposible la confianza y hacer nada en sociedad.

Al crear valores los asuntos de que tratan se vuelven exigencias, sacándolos del plano de la sencillez. «Yo soy un hombre de principios», dice alguien y el otro no sabe de qué se trata su declaración, pero tiene claro que existen infinidad de exigencias detrás.

Las personas no son buenas ni malas, simplemente están siendo en el fluir del emocionar y el lenguaje. Cuando proyectamos cómo querríamos ser o que fuera la vida, concluimos que estamos mal. Pero existe la posibilidad de movernos en otra dinámica, en que transformaciones suceden de un modo espontáneo, sin tensiones. Las tradiciones orientales ligadas ala meditación y el desapego buscan precisamente eso: la desaparición de las conversaciones que califican o valoran el fluir del vivir. Con la confianza de que el mero fluir del vivir es satisfactorio, armónico.

La confianza es el reconocimiento de las coherencias naturales del vivir. Claro que éstas son distintas en distintos vivires y momentos de la historia. En el explicar podemos comprender la clase de historia en que nos toca vivir y cómo las cosas que hacemos crean condiciones de infelicidad o sufrimiento. En último término, nos movemos en la vida en la búsqueda de bienestar.

La exigencia es la que crea el malestar, ya que es una negación de las personas. Somos animales que necesitamos vivir sin exigencia, pero así lo hacemos. Para entenderlo debemos enfocarnos en la dinámica histórica a la cual pertenecemos.

8. Una historia fallida

La reproducción consiste en el surgimiento de un sistema a partir de otro, pero conservando algo del anterior: la organización. Cuando hay una sucesión de reproducciones en la cual se conserva una cierta organización se produce un linaje. Puede ser un apellido o un hábito. Por el contrario, una variación en la costumbre, si se vuelve sistemática, crea un nuevo linaje. Mientras se conserve lo que define al linaje, todo lo demás puede variar. Las distintas clases de seres vivos corresponden a los diversos modos de vivir conservados de generación en generación.

La historia de la vida es el relato de la conservación y los cambios en los modos de vivir. ¿En qué momento se comienza a mantener un modo? Los genetistas dicen que hace cinco millones de años los antecesores de los humanos y de los chimpancés eran los mismos. Había una clase de primate que dio origen a dos linajes distintos. La diferencia genética entre el chimpancé y el ser humanos es de apenas tres por ciento. Pero en el vivir somos muy diferentes. ¿Qué sucedió para que estos dos linajes se diferenciaran tanto al pasar de los años? La respuesta viene de otra pregunta: ¿qué se ha conservado en el vivir en uno y otro linaje desde sus orígenes?

Los chimpancés se mueven en una permanente dinámica de dominación y sometimiento. Alianzas transitorias, amistades utillitarias, juegos que generan redes y desplazamientos en las relaciones sociales. Es una lucha por el poder. Resulta de esto que los machos dominantes tienen acceso preferencial a las hembras y la comida. Se asemeja a la dinámica actual de las sociedades humanas. ¿Revela, entonces a lo humano?

Bajo la lógica de sometimiento y autoridad, la comunidad resultante no equivale al orden de lo social. Apenas registra algunos islotes de relaciones sociales, como en la relación materno-infantil. Los seres humanos somos distintos, debimos serlo para que se generase el lenguaje y por tanto otra cosa se conservó desde los orígenes. Para el lenguaje es fundamental una convivencia íntima en la confianza mutua, en un espacio de aceptación recíproca que asegure la cercanía y permita el vivir en la coordinación de las coordinaciones conductuales consensuadas, las cuales se consoliden en la vida cotidiana a partir del aprendizaje en los niños. Así se conserva el linaje.

La ciencia sitúa hace tres millones de años a nuestros predecesores directos, quienes tenían una capacidad craneana tres veces menor. Entonces surgió el vivir en el lenguaje. Con el cerebro actual los niños aprenden a vivir en el lenguaje en un año o año y medio. Uno no puede lograr eso en un chimpancé. El cerebro se ha modificado en torno a la conservación del lenguajear oral. También en función de eso cambió el rostro, la laringe, la dinámica respiratoria y la movilidad de la lengua.

A través de signos los gorilas y chimpancés pueden entrar en el lenguaje, pero ¿por qué no asimismo en el lenguaje oral normalmente? Maturana propone que la intimidad en la convivencia debió de tener una permanencia en el tiempo, hasta alcanzar la vida adulta. La dinámica de la dominación y el sometimiento crea inestabilidad, separación. En el origen del lenguaje las condiciones de vida eran de mayor intimidad, grupos pequeños, cinco u ocho individuos recolectores de semillas, que posiblemente compartían alimentos. Vivían en la sabana, como animales bípedos y pequeños. No eran cazadores, quizás de animales pequeños, y probablemente eran carroñeros.

Para la biología esta historia de intimidad es una «neotenia», o sea, un relato de infantilización. La infancia se habría expandido en la vida adulta. Dicha infantilización modificó los cuidados de los bebés. Los lactantes humanos son muy incapaces, verdaderos fetos comparados con los bebés chimpancés. Y por eso los machos adultos habrían participado en la crianza de los bebés, disfrutando de hacerlo. Ahora existen discursos culturales que lo niegan, relegando esa labor al campo femenino. Pero sin este óbice la dinámica relacional con los niños es perfectamente satisfactoria.

La biología no especifica lo que puede ocurrir en el devenir existencial de un ser vivo, pero nada puede pasar sin que la biología lo permita. Si los machos humanos modernos tenemos la biología del cuidado, quiere decir que pertenecemos a una historia del cuidado. El bebé humano tiene que ser sujeto y acarreado, lo cual implica intimidad y coparticipación. En la biología social íntima o del amor, el lenguaje nos une. No quiere decir que el amor sea una condición esencial del último, simplemente digamos que no surgiría sin su concurso. Si con los niños en sus comienzos no hay una intimidad psicomotora, se interrumpe o trastorna su desarrollo.

Por todo esto el amor sería la emoción fundamental en el surgimiento de lo humano, no como una virtud, sino como la fundadora de lo social. Pero, ¿cómo fue que existió esta intimidad con permanencia en las relaciones?

Los chimpancés comunes tienen sólo un período al año de apareamiento. Aunque existe un linaje de chimpancés pigmeos con un interés sexual de cuatro o cinco veces al año. Por tanto en los segundos hay más permanencia en las relaciones interindividuales, menos agresión, la relación materno-infantil se extiende en el tiempo y las vinculaciones de los adultos son de otra clase.

En la especie humana la sexualidad de las hembras es continua. No se sabe en qué momento surge la expansión de su interés sexual, pero se piensa que la historia pudo ser de la siguiente manera: existen dos modos particulares de relaciones entre los mamíferos: la aceptación mutua en una recurrencia de relaciones en que los participantes están en la biología del amor; y la dinámica de dominación y sometimiento. En los animales solitarios se ve que en la infancia hay una intimidad materno-infantil, mientras en la vida adulta prevalece la separación. Y en los grupales ésta se reemplaza por el juego de dominación y sometimiento.

En el origen de los linajes humano y chimpancé se empieza a vivir en los extremos relacionales. En los chimpancés se conservó la dinámica de dominación y sometimiento, aun cuando registran un desarrollo del sistema nervioso y por consiguiente de otras relaciones. En los humanos, en cambio, se prolongó la dinámica de la biología del amor. Con esto permaneció la historia de la convivencia en la aceptación mutua.

Así, el ser humano no sería un «animal político», como sí lo es el chimpancé, sino uno cooperador. La cooperación tiene lugar en la biología del amor, porque no la hay en la exigencia ni en la dinámica de oposición. Contiene más bien otros tres tipos de relaciones: la sensualidad, la ternura y la sexualidad. La sensualidad amplia la visión, la ternura expande la la aceptación y la sexualidad amplifica la intimidad. La sexualidad no se refiere solamente a la relación física; no tiene que ver con la procreación, salvo accidentalmente. En los mismos chimpancés pigmeos hay una actividad sexual que no se vincula con la reproducción. El amamantar inhibe la fertilidad, pero igualmente a la hembra le aparecía el deseo sexual.

La ampliación de la sexualidad femenina estabiliza las cosas, al referirse no sólo al coito, sino a la relación de los sexos. El encuentro del hombre y la mujer tiene muchas más dimensiones. Es un placer que no necesariamente termina con el orgasmo. Sin inhibiciones tal vez finaliza con una frecuencia alta en encuentros erótico-sexuales. Pero como sea el placer de esta situación estabiliza el vínculo.

En el ser humano moderno, la estabilidad de la pareja depende de la conservación de las tres dimensiones: sensualidad, ternura y sexualidad. Es lo que se trata de restituir en las terapias.

Somos, por lo tanto, el presente de una historia que comenzó hace más de tres millones de años atrás, la cual aún conserva la expansión o validación cotidiana de la biología del amor en contradicción a la dinámica de dominación y sometimiento de los chimpancés. En algún momento apareció el lenguaje, lo que posiblemente se debió a las circunstancias cotidianas de la vida. Somos animales dependientes del amor. Todos los animales lo son en algún instante, como los perros y gatos domesticados, pero en el caso humano es determinante. De hecho nos enfermamos cuando se interfiere en la biología del amor. La ruptura de las regularidades del vivir siempre provoca, en cualquier animal, un trastorno en el plano emocional. Pero a nosotros especialmente y sólo nos curamos cuando se restituye la biología del amor.

Ella implica la aceptación del otro como un legítimo otro y de sí mismo como un legítimo sí mismo.

¿Qué pasa con la política? La idea de que los chimpancés son políticos nos produce desagrado y la desconfianza hacia la mentada actividad, que conocemos bien en nuestras sociedades. En la política están en juego la administración de la polis y la dinámica de la dominación y el sometimiento. No se puede negar la legitimidad de la preocupación por los asuntos de la comunidad, sólo que nos resulta inaceptable la instrumentalización de las relaciones humanos, creando el abuso y la queja, lo que no sucede al cooperar.

Llegamos a vivir en esta instrumentalización por la cultura a la que pertenecemos. En Occidente nuestra cultura se llama patriarcal, y enfatiza el control y la autoridad. El patriarcado se origina en Europa siete u ocho mil años atrás, cuando aún la habitaban comunidades que no se centraban en la guerra; la arqueología no encuentra signos de guerra ni fortificaciones, ni de relaciones jerárquicas reflejadas en las tumbas. No había apropiación de la tierra, tampoco armas en los decorados de las vasijas. En los lugares de culto se han hallado figuras femeninas o de aspecto andrógino, uniendo características femeninas y masculinas.

Pero aproximadamente hace siete mil años llegaron de Asia pueblos pastores, que después son reconocidos como «indoeuropeos», y ellos instalaron la guerra y el patriarcado a Europa. Según Maturana, la historia sigue el curso de los deseos, no el de los recursos naturales ni el de las oportunidades. La ruta de la sal, por ejemplo, responde a un deseo. Y el patriarcado también.

Una cultura es una red cerrada de conversaciones. Los miembros de la cultura crecen aprendiendo la cultura, generándola, configurando una red de emocionar y actuar. Consecuentemente, el cambio cultural depende del hacer y el emocionar.

A menudo las conductas son hipócritas y se descubren finalmente; corresponden al fenómeno de la indistinguibilidad entre la ilusión y la percepción, y según el contexto son o no legítimas. Claro que si la hipocresía es permanente no se descubre nunca.

El cambio cultural requiere de un cambio en el configurar del emocionar en la red de conversaciones en que se vive. Las circunstancias influyen en ese proceso, como cuando los pueblos matrísticos de Europa, quince mil años atrás, se movieron rumbo al Asia detrás de animales migratorios. Los lapones, de hecho, siguieron a los renos. Les acompañan los lobos como comensales. Parece que la convivencia funcionaba, pero en un momento los miembros de la familia humana comienzan a excluir sistemáticamente al lobo del acceso a su comida. Y entonces aparece la apropiación y un cambio emocional. Los niños aprenden de los adultos, lo cual implica una dinámica emocional distinta a la anterior en que no se discriminaba al animal. Se origina una nueva emoción, asociada a la negación del otro, restándole algo que le es legítimo.

El ser humano empezó a creerse dueño de los animales de los que se alimentaba y junto con la exclusión vino la desconfianza y después el control. En esto de corretear al lobo, en un instante se lo mata. No fue un hecho novedoso, aunque contiene una emoción inédita: no se le mató para comerlo, sino para excluirlo y así aparece el asesinato. Los instrumentos de caza se transforman en armas.

Más tarde vienen la enemistad, la guerra, etcétera. Y se empieza a valorar la procreación. De ella, tanto en los animales como en los humanos, deriva la seguridad y por último la mujer se convierte en una procreadora. Hombre y mujer se hacen patriarcales juntos, no hay una oposición entre hombre y mujer en el origen del patriarcado pastor. Desde luego, con esta valoración creció la población, aparece la pobreza y el daño ambiental por la explotación del entorno. Los clanes o grupos necesitan emigrar y se encuentra con otras comunidades, reproduciendo la lógica de la exclusión. Viene la guerra, cuyo resultado puede ser el exterminio del oponente, su desplazamiento o una especie de inclusión. Es lo que se lee en la Biblia con los judíos en la Tierra Prometida.

Nuestra cultura europea occidental proviene de este encuentro en que las mujeres matrísticas son dominadas por la cultura patriarcal. Si bien ambos sexos son patriarcales, en la guerra y la paz son los hombres quienes se apropian de las mujeres.

En el presente nuestros hijos crecen con dos problemas: confunden la oposición entre mujer matrística y hombre patriarcal como una oposición de lo masculino y femenino; el otro problema radica en la transición de la adolescencia. Pasan de una vida matrística a una en que imperan la defensa de los intereses y la competencia. Esto es peor para los niños, ya que las niñas algo conserva de la tierna infancia.

La vida patriarcal se centra en la lucha: obediencia, dominación y sometimiento, aun cuando la niñez se basa en la cooperación. A los adultos no les gusta el cambio, pero son hipócritas y dicen aspirar a situaciones utópicas. La democracia se origina como una extensión de la vida patriarcal. En el ágora aparece el tema público en las conversaciones y entonces desaparece la monarquía en Grecia. Es una cultura del patriarcado, porque en él los problemas de las familias competían a los patriarcas.

Los problemas de la democracia estriban en que el patriarcal quiere restituir el sistema autocrático y se enfrenta a la expansión de la ciudadanía, que eventualmente llega hasta los comerciantes y las mujeres.