Esto es lo que un héroe trágico como Hamlet debiera declamar ante la observación aguda de nuestra actual coyuntura cultural. Las cifras que demuestran la extrema pobreza de los niveles de lectura en Chile son tan abundantes como demoledoras.

El resultado de la última encuesta de consumo cultural y uso del tiempo libre (INE y CNCA, 2005) revela, por ejemplo, que la Región Metropolitana en un 93,8% vio televisión en la última semana y sólo un 39,9% había leído al menos un libro en los últimos 12 meses. ¡Esto significa que el 60% de los chilenos no leyó ningún libro en el último año!

Un 15% de los hogares no tiene ningún libro. Sólo el 50% de los hogares tiene más de 10 libros. Cifras patéticas. Los libros son caros, fundamentalmente por los bajos tirajes de las editoriales locales (menos de mil ejemplares por término general; en muchos casos, menos de 500). Si no hay lectores y el Estado no surte adecuadamente el sistema de bibliotecas públicas, ¿de dónde van a surgir?, ¿por generación espontánea?

Con suerte tenemos una librería por cada 100.000 habitantes, suponiendo que existan 160, cifra que me parece dudosa (pienso que es mucho más baja, inferior al centenar). En  países desarrollados esta proporción anda en el orden de una librería cada 10.000 habitantes. Estamos lejos, muy lejos.

Para más remate, un estudio internacional indica que dos tercios de los gerentes y profesionales chilenos quedan clasificados en las dos peores categorías de cinco en lo que se refiere a comprensión de la lectura. Estas son las personas que comandan nuestro viaje al futuro. ¿Podemos extrañarnos que las cifras de crecimiento se estanquen si no contamos con las armas de la imaginación y la creatividad?

Cuando hablamos acerca de nuestro sueño-país de desarrollo acelerado en lo económico social, ¿qué expectativa realista podemos tener con estas cifras terroríficas? Ya no podemos decir que estas cifras sean alarmantes, porque es la realidad a la que aludo materia sabida desde hace muchos años. La alarma sonó hace más de una década y media (es claro que estos problemas no le interesaban a la dictadura).

Interesa la solucionática más que la problemática, las iniciativas por sobre las promesas y los discursos. Necesitamos un PLAN TRANSLECTURA que nos saque de esta inercia en la que hemos caído y que parece una trampa de lo que no logramos salir. Y no saldremos mientras no haya cambios radicales e iniciativas novedosas. Reflexión para la acción. Y es el gobierno quien debe pronunciarse.

Letras de Chile ha hecho propuestas en muchas y diversas formas. Los escritores deben ir a las escuelas y liceos del país a fomentar la lectura; hay que crear un programa financiado que lo permita. Los jóvenes deben leer todas las semanas literatura: cuentos, poemas. Podría haber una cátedra especial con este fin. Pero se requieren libros a disposición, buenos libros y abundantes; se ha hecho un esfuerzo relevante –nadie lo duda- pero se requiere diez o cien veces más inversión. ¿Cómo estimular la existencia de nuevos puntos de venta de libros? En fin, hasta aquí en estas materias poco se ha hecho.

Los miembros de Letras de Chile seguiremos en nuestro empeño, con los recursos a nuestro alcance, que principalmente son el compromiso personal de un grupo de escritores que cree profundamente en el valor de la lectura. Un valor múltiple, heterogéneo: factor decisivo de desarrollo tanto de la individualidad humana –léase el espíritu si prefiere- como del sentido de responsabilidad social y la impronta democrática, y –por qué íbamos a omitirlo- de la economía de esta comarca llamada Chile que amamos por haber nacido y crecido en ella, hablando esta lengua maravillosa, plena de literatura, que es el idioma de Cervantes, Neruda, Rulfo, Vallejo, Borges y tantos otros maravillosos ejemplos de imaginación.

Diego Muñoz Valenzuela