Por Iván Quezada

Armando Uribe me influyó en el estudio psicológico de la escritura. Mucha gente desordena su pensamiento y hasta su personalidad en su propósito de escribir versos, pero se puede seguir el camino contrario y lograr un orden a través de la escritura. Desde luego, es un antimétodo: no tiene normas, sólo una hoja de ruta para la intuición.

Uno puede elegir los versos en forma igualmente automática a como los escribió y asimismo corregirlos. En mi caso, dejo reposar los poemas. Pueden pasar meses o años. También he reescrito mis versos, aunque los haya publicado en un libro. Al menos eso hice en mi «Antología Personal» con el fin de llegar a escribir de una manera distinta a como lo hice en mi primera etapa… Claro que no sé si esto lo pensé antes o después de hacerlo. Quizás sólo me di cuenta mientras lo hacía o lo pensé previamente en un nivel de conciencia diferente a la memoria.

Generalmente, para decir algo lo tenemos que memorizar, es la manera en que encontramos las palabras y satisfacemos la ilusión de que así guardamos los pensamientos para la posteridad. Tiene su lado bueno hacer el ridículo de ese modo: uno se puede reír de sí mismo. Yo lo hago todo el tiempo.

Uribe, en cambio, era de los que se lamentaba y le sorprendía que a mí me causase risa. Él necesitó llegar al fondo de su culpa, quizás para prolongar su vida más allá de lo esperado… ¡Vaya forma de conseguirlo! Y afirmando todo el tiempo que quería morirse. Su pregunta recurrente fue: ¿por qué tengo tanta culpa si no he hecho nada particularmente malo? Uribe, que era católico y a la vez racionalista, buscó explicarse el pecado original en la experiencia y luego en las palabras. Pero yo, como soy agnóstico, nunca he hundido el dedo en la llaga como hacen los cristianos. Prefiero la idea del surrealismo de que la conciencia es más alada que subterránea, más etérea que concreta y medible. De ese modo, el arte es un juego, y yo cuando niño siempre jugaba con alegría, solo o con amigos.

Armando Uribe
Armando Uribe