Ricardo González Sánchez, ingeniero civil (U. de Chile) fue estudiante del Liceo No. 7. Allí fue compañero de curso del escritor Diego Muñoz Valenzuela, quien nos ofrece una semblanza y homenaje en su funeral realizado el 28 de marzo de 2024. Ingeniero, empresario, luchador social, Ricardo González dejó en su vida una estela luminosa.

Querido y recordado Ricardo:

Un lejano día de marzo del mítico año 1968, quizás un inapropiado lunes, traspusimos -aun siendo extraños- el pórtico del Liceo 7, José Toribio Medina, para asumir aquella transformación tan añorada como temida: dejar de ser estudiantes de primaria (como se nos denominaba antes de la reforma) para convertirnos en alumnos de secundaria (media tras la reforma), por definición más libres e independientes. Teníamos apenas la friolera de doce años y el corazón emocionado nos tiritaba allá adentro, atento a la avalancha de nuevas experiencias.

Recuerdo la enorme atención con la que atendimos a primera lectura de la lista del curso. Aquella colección de cuarenta y algo demonios, por una milagrosa vez, escuchamos el sagrado silencio, como si se tratara de una ceremonia religiosa trascendental. Y claro que lo era, de capullo nos convertíamos en insectos.

En la lista había tres González y tres Muñoz, los únicos apellidos repetidos. Compartíamos ese sino, González Sánchez y Muñoz Valenzuela. No fue una amistad inmediata, ni fácil ni exenta de escollos; pero sí que fue enorme, definitiva, irreversible, arrasadora. No hay forma de expresarlo. Fuiste desde ese momento parte de mi existencia y lo serás hasta que la mía se extinga. Inseparables, más allá de las pruebas que nos ofreciera la vida, y -ahora- la muerte, esa temporada que nos asola con su dolor.

¿Qué es un amigo? Un gran enigma. Alguien que te conoce desde siempre. Con el que puedes hablar horas y el tiempo corre como la nada. Con el que es posible entenderse con una mirada o un gesto que reemplaza miles de palabras. Atahualpa Yupanqui, el gran folclorista argentino, propuso que un amigo era uno mismo en otro pellejo.

La amistad no necesita frecuencia: puedes no cruzarte por años, décadas incluso y reaparece, intacta, vigente. ¡Qué misterio! Nosotros hemos demostrado esto con creces, ¿verdad, Ricardo?

Una amistad se fabrica de miles de conversaciones y vivencias. Algunas de ellas están inevitablemente referidas en mis novelas y cuentos, en especial en la novela TODO EL AMOR EN SUS OJOS, que narra parte de nuestras aventuras entre 1968 y 1970. Constituyen un enorme mundo de hechos y emociones imposible de registrar. Ahora soy el custodio de esas experiencias, como ustedes los serán de las suyas.

Tuvimos interrupciones, como en cualquier amistad que se precie de tal, no por voluntad nuestra, sino que por hechos propios de la vida. Pero siempre nos mantuvimos en contacto. Nos reencontramos en la Escuela de Ingeniería: allí compartimos los avatares de la lucha clandestina contra la dictadura. Antes habíamos compartido las esperanzas de cambio que llegaron con la inesperada victoria de Salvador Allende en las presidenciales.

La amistad debió sobrevivir a la extrema exigencia de los estudios y las obligaciones propias de la lucha antidictatorial. No fue fácil, pero lo hicimos: cultiva esa amistad maravillosa e irremplazable fabricada a punto de canciones, risas, fiestas, bromas absurdas, sueños enormes, horrores y dichas.

Cito esta frase de Carlos León, gran escritor de Valparaíso: “Me atrevería a decir que en cada ser humano hay un héroe. Y, desde luego, todos los héroes están condenados. Pienso que lo más heroico de todo ser humano es la muerte, sometidos, como estamos todos, a esta suprema e ineludible aventura”.

La cito porque representa lo que pienso y siento. Fuiste un héroe de la vida: digno, fuerte, voluntarioso, tenaz, porfiado muchas veces, alegre, vital. Si te echado de menos desde que te conozco, imagínate ahora. Pero no te vas a salvar de mí, porque vives aquí dentro, en mi corazón y en mi mente, sometidos a la fragilidad de la vida, quizás, pero también a la eternidad de las palabras.

Cantaría para ti “Rocket Man” de Elton John, pero la letra se ha sumergido en los laberintos de la memoria y además soy terriblemente desafinado. Por eso prefiero leer estas palabras, que son el resultado de mi oficio de escribir.

Escribiré un microcuento para ti, como me pediste. Dame un tiempo, sabes que cumpliré. No hay despedidas entre amigos. Nunca. Cada mañana volverás conmigo.

Cito al gran poeta español Miguel Hernández en su Elegía:

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Espero de todo corazón que hayamos estado equivocados (ganaríamos si fuera así) y exista otra dimensión, más allá, quizás dónde, y podamos encontrarnos de nuevo y darnos un enorme abrazo, compañero del alma, compañero.

Diego Muñoz Valenzuela, 28 de marzo de 2024