Microficciones:

 

El francotirador

El francotirador se arrastró un par de centímetros y se quedó quieto. Su cuerpo se confundía con la arena del desierto. Tomó su fusil Mosin-Nagant y apuntó al blanco ubicado a 100 metros. “Sigilo y paciencia”, murmuró. A través de la mira podía adivinar el latir del corazón del hombre que se movía constantemente en un ir y venir. “Los dioses están conmigo”, murmuró. El blanco se detuvo alzando los brazos en señal de victoria. El francotirador apuntó con cuidado al punto vulnerable. Pasó la bala a la recámara. Dejó de respirar. Su pulso se afirmó en la quietud y jaló del gatillo. La flecha salió rauda en dirección al talón de Aquiles dando en el blanco. Paris, envuelto por una densa neblina provocada por Afrodita, regresó raudo a la protección de los muros de Troya.

 

La huelga

Después de algunas semanas de diálogo con el gerente de la constructora, se anunció el paro total. El diálogo se había roto. No había más que conversar, “Es el colmo compañeros, no vamos a soportar el abuso, en esta construcción queríamos llegar muy alto”.

A la huelga habían adherido los sindicatos que reunía a contratistas, subcontratistas, obreros especializados. Los trabajadores organizaron ollas comunes, protestas, huelgas de hambre y marchas. Nada parecía hacer mella a la empresa. El gobierno, pusilánime y a favor de la economía de mercado, del capital y la inversión foránea, sacó a la calle sus fuerzas de seguridad y las detenciones se sucedían día a día. Nadie se responsabilizaba por la represión policíaca.

La empresa constructora realizó la última movida y se declaró en quiebra. Con sus abogados recuperó los contratos, las pólizas y los cheques de garantía. En suma, no había perdido un solo peso del capital invertido. Pero el gobierno echó mano a la última carta oculta bajo la manga: recurriendo a sus dones de hechicero y apoyado por sus servicios de comunicación el Ministro del Interior confundió las lengua de los trabajadores, quebró el movimiento sindical quienes, obviamente, no se comprendieron y los sindicatos, contratistas y subcontratistas decidieron partir cada uno por su lado.

La obra quedó a medio camino. De la Torre de Babel nunca más se supo transformándose en un elefante blanco que sirve de guarida para vagabundos, soñadores y marginales del mundo.

Pedro Guillermo Jara nació en Chillán, Chile, en 1951. Realizó estudios de Literatura en la Universidad Austral de Chile.

Fue fundador, editor, Director de la revista de bolsillo Caballo de Proa. De los 14 libros que ha publicado, los siguientes giran en torno al microcuento: Para Murales (El Kultrún, Valdivia, 1988); Relatos in Blues & Otros Cuentos (Puerto Montt, 2002); Cuentos Tamaño Postal (El Kultrún, Conarte, Valdivia, 2005); De Trámite Breve (Edición Caballo de Proa, Valdivia, 2006); El Korto Cirkuito (Afiche-literario), Autoedición, Valdivia, 2008. Además, sus microrrelatos integraron las antologías Brevísima Relación del Cuento Breve de Chile, de Juan Armando Epple, Ed. Lar, Santiago, 1989; Cien microcuentos chilenos, Juan Armando Epple, Editorial Cuarto Propio, Santiago, Chile, 2002; y Arden Andes, Antología de microficciones Argentinochilenas, Selección y prólogo de Sandra Bianchi, Macedonia Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2010.