Por Omar López

Una de las cosas destacadas que tiene el país de la vejez, es el mapa tiempo. Porque este se usa con una dimensión muy distinta a nuestras edades anteriores y si bien nadie puede saber o calcular realmente el saldo que existe a la fecha en la cuenta de ahorro “Tiempo” , lo sabemos finito. Por lo mismo, explorar las opciones de su uso y descubrir lo sorprendente de este ejercicio a partir de una decisión cotidiana, espontánea o circunstancial nos otorga instantes saludables, revitalizadores e intransferibles.

Hoy nuestra carta de navegación contemplaba un paseo matinal a la “Quebrada de Córdova” …ubicada en dirección oeste frente a las costas de El Tabo: tour ofrecido por el Departamento Turístico de su Ilustre Municipalidad. Un costo mínimo de mil pesos para el ingreso a este santuario de la naturaleza (así declarado recién en 2017 por las instituciones pertinentes) y luego iniciar el descenso al centro de un bosque de extraordinaria y misteriosa vegetación. Nuestro grupo de turistas estaba compuesto por una joven mamá y su hijita de más menos cinco años; Adriana (mi pareja) y yo. Más dos jóvenes funcionarios de la municipalidad en sus roles de guías y especialistas en materias silvestres y geológicas. Dato muy importante este, porque ellos nos enseñaron mucho de la historia del lugar desde sus orígenes tectónicos y las distintas composiciones de piedras, rocas, arbustos, árboles; es decir, flora y fauna y una detallada descripción en el movimiento de las aguas tanto en el río como en el comportamiento de los humedales y sus cruzamientos o efectos en la desembocadura al mar. Fue una clase magistral de ciencias naturales en dos horas y media de excursión que logró envolvernos en una atmósfera de encanto comunicacional con la madre tierra y sus íntimos perfumes: había allí un silencio majestuoso; una paz de enormes árboles caídos como gigantes en reposo eterno y que, a pesar de todo, transmiten una dignidad de tarea cumplida cuando su estatura y rumor de lejanas primaveras cantaban con el sol.

Fue en realidad una experiencia conmovedora: hubo un momento en que estos dos jóvenes profesionales (Matías y Felipe) y mientras disfrutábamos del paisaje en la orilla de una pequeña laguna tapizada de un color verde potente, nos compartieron la prueba de un experimento fantástico. Conectó a la hoja de una planta una especie de placa – sensor que unida a un aparato no más grande que un celular, podía transmitir en forma musical… “el estado emocional de ese vegetal”. Y así, casi al instante pudimos escuchar una suave melodía que interpretamos como un “estar tranquila como planta” aunque con algo de ciertas aprensiones por eventuales amenazas bacterianas del ambiente u otras especies más invasivas. Lo curioso del aparatito es que consigue traducir en notas musicales “la vida interior” del vegetal confirmando entonces su calidad no solo de ser vivo y sensible, sino que también sus miedos o sus plenitudes como tal.

Lo cierto es que el entorno y la atmósfera de este paisaje posee un encanto y una sensación de oxigenación pura que se transforma en algo así como un golpe vitamínico frente a cualquier dolencia o a cierto temor ciudadano que hoy por hoy nos ofrece el sistema de la implacable competencia y la acerada fortaleza de la tecnología. Contaminados de una infinidad de virus políticos, económicos y sociales es necesario y recomendable saltar por la ventana de cualquier día y llegar a escuchar el silencio de los bosques o el dormir centenario de piedras enormes que parecieran ser guardianas de una prehistoria más sabia y testigos potenciales de un futuro sombrío por la necedad de algunos ejemplares de la especie humana.

Esta hermosa y mágica “selva” donde las plantas hablan con música y los pájaros sonríen está a no más de kilómetro y medio de la playa ahí en El Tabo, pero tan hundida y oculta a los depredadores con dinero, que firmamos la confianza de que no será vencida todavía por la garra del fierro y el cemento.