MICROS PARA PUEBLA

 

 

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Para Paqui Noguerol por razones obvias

 

En el silencio absoluto tronó la voz estremecedora:

—¡Hágase la luz!

Las partículas de oscuridad, flotando en el infinito espacio, percibieron una vibración y se miraron entre sí, azoradas. Aún no existía la palabra luz, ni la palabra hágase, ni siquiera el concepto palabra. Y la noche perduró inconmovida.

—¡HÁGASE LA LUZ! —volvió a ordenar la voz, perentoria.

Sin resultado alguno.

Entonces, en la opacidad reinante, Aquél de las palabras recién estrenadas hubo de concentrar su esencia hasta producir un punto protuberante que al ser oprimido hizo clic. Y cundió la claridad como un destello. Y se pudo oír la queja de ese Alguien:

—¡Ufa! ¡Tengo que hacerlo todo Yo!

 

 

 

Uno de misterio

 

Acá hay un sospechoso, qué duda cabe. Usted vuelve a releer el microrrelato, lo analiza palabra por palabra, letra  por letra, sin obtener resultados. Nada. No se da por vencido.

Gracias a la frecuentación de textos superbreves como el que tiene ante sus ojos usted sabe leer entre líneas, entonces se cala bien las gafas y ausculta el espacio entre las letras, entre los escasos renglones. No encuentra pista alguna. Nada. El sospechoso es más astuto de lo que suponía. Toma una lupa y revisa bien los veinte puntos, las veinte comas, sabe que debe esconderse en alguna parte. Piensa en el misterio del cuarto

amarillo, cerrado por dentro. El sospechoso no puede haber salido del texto. Piensa en lo secretos que debe de estarse robando.

Usted busca el microscopio de sus tiempos de estudiante y escruta cada carácter, sobre todo el punto final que es el más ominoso. No encuentra absolutamente nada fuera de lo normal. Acude a una tienda especializada, compra polvillo blanco para detectar impresiones digitales y polvillo fluorescente para detectar manchas de sangre. Sigue las instrucciones al pie de la letra con total concentración y espera el tiempo estipulado sin percatarse del correr de las horas.

Pasada la medianoche oye un ruido atemorizador, indigno.

Está solo en la casa, en su escritorio, ante el relato que cubre apenas un tercio de la página. Insiste en su búsqueda, no se asusta, no se impacienta, no se amilana, no se da por vencido.

Y descubre, consternado, que para mí el sospechoso es usted.

 

 

 

Puerta

 

 

Abrí la puerta de calle y me enfrentaron tres desconocidos de aspecto facineroso. Uno dio un paso adelante y mis ingentes esfuerzos por cerrarle la puerta en las narices estaban resultando inútiles cuando desperté.

            Acá terminaría el cuento si de cancelar el miedo se tratara, pero siendo sueño y vigilia dos estados incompatibles, vaya una a saber cómo continúa aquello que creímos interrumpir abriendo los ojos. Y ahora me pregunto quién ha logrado colarse en esta casa mía que es mi mente.

            Hoy me siento otra.

 

 

 

Contaminación semántica

para José María Merino en Neuchatel

 

 

            La vida transcurría plácida y serena en la bella ciudad de provincia sobre el lago.

            A pié o en coche, en ómnibus o en funicular, sus habitantes se trasladaban de las zonas altas a las bajas o viceversa sin alterar por eso ni la moral ni las buenas costumbres.

            Hasta que llegaron los minicuentistas hispanos y subvirtieron el orden. El orden de los vocablos. Y decretaron, porque sí, porque se les dio la gana, que la palabra funicular como sustantivo vaya y pase, pero en calidad de verbo se hacía mucho más interesante.

            Y desde ese momento el alegre grupo de minicuentistas y sus colegas funicularon para arriba, funicularon para abajo, y hasta hubo quien funiculó por primera vez en su vida y esta misma noche, estoy segura, muchos de nosotros funicularemos juntos.

            Y la ciudad nunca más volverá a ser la misma.

 

 

 

CONTAMINACIÓN SEMÁNTICA II

Para Eduardo Gotthelf en Neuquén

 

 

Comprimido dentro de su confesionario, el padre Agustín estaba al acecho, orando para que el joven Idelfonso, el más rebelde de su congregación, se arrodillara ante él tras la mirilla. Un rato antes y una tras otra, dos muchachas de distinta procedencia habían reconocido idéntico pecado: ¡malos pensamientos!

Explícate, conminó el párroco a la una tras la otra.

“Es que el divino de Idelfonso me tiene totalmente bulevarada” había admitido la primera muchacha con un profundo suspiro. La segunda también se acusaba de malos pensamientos. Pensamientos asesinos. Porque Idelfonso, le confesó ella al padre, la tenía bulevarada hasta el mango y no lo soportaba más a ese imbécil.

Dos buenas razones (o mejor dicho una sola) para que el padre Agustín rogara que Idelfonso se decidiera a confesarse. Dijese lo que dijese, el padre estaba dispuesto a imponerle la más severa de las penitencias. ¡Tanto bulevar a troche y moche vaya uno a saber a qué abismos conduce!

 

 

 

S simpática

Simios super sociables se sienten sibaríticos saltungueando en sagradas saturnalias sexuales. ¡Santa sátira, señoras y señores, señoritas!

            Simplemente sigamos a los simios: salgamos a saltar, a sacudirnos las sombras de las sienes, a soplar sonrisas soslayando situaciones siniestras y sicarios sinuosos, sibilinos. Saciada así la sed sicalíptica, seamos sensuales, sentémonos a saturar simbólicamente la silueta sorbiendo sabrosa sopa de sémola salpimentada, sana; saboreando sándwiches salados, sutuosas salsas, sardinas salteadas en sésamo, sandía sancochada en sambuca. Y sumerjámonos a la sazón en sedimentos selváticos para salpicar a sotavento salvajadas sonoras  y sandeces sin sentido.

 

Moraleja: Las cosas de monos pueden resultar monísimas.

 

S sobria

 

Sanguijuelas sedientas succionan las sangres sin siquiera saber si son sangres sanas o sucias. Su sistema simpático se seda en el sueño; el suero, el sudor y la saliva las salva. Las sanguijuelas simulan saciedad sin sentirse sinembargo satisfechas. Saltan sobre las sabrosas sobras sonrojándose, se saben salutíferas, salpican soluciones salinas. Son sagradas, las sanguijuelas, en la Sociedad de las Santas SAlimañas. Sin sospechar siquiera sus sutiles sortilegios, sacerdotes y seglares las secundan en su servicio de sangrías supuestamente sanitarias. Sotretas, las sanguijuelas succionan stacatto, sin solemnidad ni sacarina, simplemente en socorro de simismas.

 

Moraleja: A los chupasangres más vale no venerarlos.

 

                                               De Abc de las microfábulas, FCE, Mexico 2018.

 

Luisa Valenzuela, nacida en Buenos Aires, lleva publicados más unos cuarenta libros entre novelas, volúmenes de cuentos y ensayos. Sus últimas publicaciones son: es Fiscal muere, (novela), 2021. Los tiempos detenidos. Encierros y escritura, 2022. El Gato Eficaz, (reedición), 2023. Sus obras de microficción comprenden BREVS, microrrelatos completos hasta hoy, 2004, reeditado y aumentado como Brevs, microrrelatos completos hasta ayer, Macedonia Ediciones, 2017; Juego de villanos, antología, selección y prólogo de Francisca Noguerol, Barcelona, 2008; El ABC de las microfábulas, ilustrada por Rufino de Mingo, Madrid 2009 e ilustradas por Lorenzo Amengual, edición de arte La Vaca, Buenos Aires, 2011 y Fondo de Cultura Económica, México 2018; Zoorpresas zoo/lógicas, Buenos Aires 2013 y Zoorpresas y demás microfábulas, Lima, 2013. Sus textos figuran en innúmeras antologías.