Rolando Revagliatti (Buenos Aires, 1945) Dramaturgo,cuentista, microcuentista, poeta- En soporte digital tiene gran parte de su obra.Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com

LA CORRIENTE

Rolando Revagliatti

Una anciana baja al pavimento y vuelve a subir a la vereda, sosteniéndose en un Ford Falcon bordó estacionado sobre J. A. Pacheco de Melo (y casi avenida Pueyrredón). El semáforo está descompuesto. Muchos taxis ocupados. Otra anciana, aferrada a una mujer con anteojos ahumados, cruza Pacheco de Melo, y recién entonces la primera, la amedrentada, emprende el esfuerzo superior de cruzar, más bien descuajeringándose.

Hoy, en análisis, me quedé en el repaso sustancioso y pormenorizado de mis padecimientos físicos. Y en que ayer conocí al médico de la familia de Susy, especialista en huesos. Le llevé las radiografías de espalda y rodilla derecha que me saqué a fines de septiembre por indicación del traumatólogo de la obra social, quien, además, determinara tratamiento kinésico en base a masajes, onda corta, ultrasonido, lámpara y ejercicios. Me preocupa la rodilla: molesta tanto al subir escaleras. Lo de la espalda es ya crónico, estoy resignado, hace media vida que me duele en ciertas posiciones y cuando escribo a máquina. El tratamiento kinésico resultó un paliativo, y exclusivamente para la rodilla. Pero desde hace dos semanas está la rodilla como antes de haberlo comenzado. Por otra parte, este médico le otorgó trascendencia a los vestigios de sangre detectados en la orina. En el examen de la rodilla localizó la movilidad excesiva de la rótula, me explicó la función de los ligamentos, confirmó que las radiografías no evidencian lesión, y encomendó placas de ambas rodillas con piernas flexionadas. Aseguró que no hay nada definitivo que pueda hacerse, ni por la espalda ni por la rodilla. Está al acecho un proceso de artrosis. Y él considera que la rótula podría, alguna vez, fisurarse.

A mi analista le hablé del Genozim. Y de la muestra de semen que el viernes llevé al laboratorio por prescripción del andrólogo, a propósito de la escasa movilidad de mis espermatozoides. Y claro, cuando oí “escasa movilidad de mis espermatozoides”, me resonó “excesiva movilidad de la rótula”. Me siento raro no tomando el Genozim. Percibía ternura por ese remedio escrupulosamente ingerido durante meses, junto con uno de los tres (Control K, Holomagnesio y Vegestabil) ordenados por el nuevo cardiólogo (extrasistolia ventricular cumpliendo un lustro).

He bebido té de boldo (el cardiólogo me prohibió el café, el té común, el mate), y estoy con hambre. Me rondan ideas e ideítas, algunas sugerentes, ¿en cuál incursionar? ¿En la que abriría con un introito reflexivo sobre el enturbiamiento de algunos de nuestros mejores recuerdos? ¿En la concerniente a la ingratitud, a las bruscas o paulatinas desvinculaciones que nos inferimos irresponsablemente los unos a los otros? El caso de Jorge en el setenta y cinco (¡diez años ya!), o el de Ramón en el sesenta y tres. Y la disolución, la pulverización. Con mujeres con las que salí me quedó un sedimento…

He pedido un sándwich de pan negro, de crudo y queso, a un mozo zombi de esta confitería Alabama. Empecé garabateando en verde, pero la Edding 1700 agotó su tinta y la sigo en azul con una Sylvapen. Mi consumición en esta sentada ascenderá a un austral con treinta, según los tickets. Se sorteó la lotería de Navidad y no parece que nos hayamos favorecido Susy y yo con nuestras participaciones. Pasó una muchacha ofreciendo Curitas y ahora invaden el local chicos mendigando. Me solazo con el tarjetón de un instituto de investigaciones agropecuarias y bromatológicas recibido por nosotros para la ex-propietaria de nuestra casa. Al lado de un dibujito con personajes aureolados, reza: “¡Paz y Bien! Con la confianza plena en el Amor Providente del Señor y en la intercesión omnipotente de la Santísima Virgen, ruego a Ud. y familia ante el Niño Dios, encareciéndole al Salvador del Mundo los colme de sus mayores Gracias durante 1986. ¡Que Dios les Prodigue sus Prístinas Bendiciones!” Y firma un otro señor cuyo apellido nombra al instituto. Humm… Pergeñar las características probables de alguien capaz de redactar en serio o disponer la impresión con su clisé comercial de eso, supone un tránsito peligrosísimo y por ello fascinante, por los desfiladeros de lo írrito (para expresarlo con intriga).

Redondear, redondear la crónica antes de que la corriente me abandone. Pienso en esta materia prima, en estos enunciados. Pienso en la novela que planeo. Y especulo, también, organizando un relato con esta recortada información: En una aldea siciliana, Enzo Gennaro Basunca es agraviado por dos amigos, hermanos entre sí. Jura vendetta. Ofensores y familia desaparecen sin dejar rastros. Dos décadas después, Enzo se entera de que esa familia reside en la capital de una provincia norteña. Llega a esa ciudad, los descubre, y asesina a cinco integrantes. Es condenado a cadena perpetua. E indultado, tras cuarenta y seis años en la cárcel, excelente conducta y precaria salud. Viaja a Buenos Aires para visitar a su único hijo vivo, su nuera, nietos, bisnietos y tataranietos. Y en un hospitalito de Gerli muere, antes de cumplir los cien. Fin. Desde dónde el planteo, allí hay una historia; seca, brindarla económica; toquecitos para clima, alguna línea de diálogo, y tal vez un título a obtener del remate.

Fin, fin. Dejaré en la mesa una cifra en billetes y monedas que incluirá propina, me levantaré, le haré un gesto al mozo y me iré cantando, remando, sin dolor, transportado por mis ensoñaciones, plausible, sagrado, y también yo atravesaré J. A. Pacheco de Melo, reafirmando imprescriptibles condiciones, de prisa.

EL POEMA DE MIGUEL

Rolando Revagliatti

El dieciocho de agosto de mil novecientos ochenta y dos, la enfermera que acompaña a Miguel en el vehículo que efectúa su traslado desde el Instituto Ricardo Gutiérrez, nos proporciona los primeros datos: Miguel nació en Tucumán el ocho de diciembre de mil novecientos sesenta y seis. Sus arranques agresivos eran cada vez más azarosamente neutralizados por el personal del Instituto. El médico de guardia anota en la historia clínica al internarlo: “Hijo de madre soltera. Al año y medio enfermó de meningitis y fue abandonado. Permaneció en un hospital de Tucumán durante tres años, hasta que la madre es obligada a retirarlo. A los cinco años todavía no hablaba ni caminaba. La madre se casa y lleva a Miguel con ella y el marido. A los trece años, Miguel comienza a fugarse de su casa y a alcoholizarse. El padrastro bebía en exceso en forma habitual. Miguel es internado en el Tobar García, intoxicado. Luego queda a cargo de Minoridad en el Gutiérrez. Reitera fugas. Cíclicamente colérico, profiere amenazas. Y el siguiente episodio: persigue a otro internado con un cuchillo y pega a una celadora. En el Instituto habría concluido tercer grado. Se niega a ingerir otra cosa que no sea pasto y hojas de plantas. El paciente refiere ataques de temblor y mareos. Pulcro, con rigidez de movimientos. Hipoproséxico. Parcialmente orientado auto y alopsíquicamente. No presenta alteraciones perceptivas en el momento del examen. Curso de pensamiento retardado, con interceptaciones. Contenido, por lapsos, incoherente. Hipomnésico. Hipotímico, aunque con alguna labilidad. Se asusta al pasar a su sector. Llora y anuncia que cree que va a pegar a alguien. Hipobúlico. Juicio insuficiente. Diagnóstico presuntivo: debilidad mental; epilepsia”. Y añade: “A las ocho horas: Tegretol y Halopidol (…); a las catorce: ídem; a las veinte: Halopidol y Nozinam (…)”.

A los tres días padece una crisis de tipo epiléptico generalizada motriz. Se modifica la medicación.

A la semana, por la madre nos enteramos de que las convulsiones empezaron a los siete años y que fueron evaluadas “gran mal”. De que Miguel tiene cuatro medio hermanas, todas hijas de ella y su marido. Rectifica información: escolaridad de Miguel: primer grado. Siempre se mostró, asegura, “violento conmigo y con las nenas”. Finge ser mudo, en ocasiones, desde hace un par de años. Tenía un amigo que, en efecto, era sordomudo. La madre desconoce de qué juzgado depende su hijo.

Al iniciarse una sesión de musicoterapia, compañeros de habitación denuncian que Miguel al despertarse por las mañanas, se golpea la cabeza contra la pared. A él le satisface que se descubran esos hechos. Amaga con reproducirlos. Cuando otros integrantes del grupo ejecutan instrumentos percusivos, formula manifestaciones infantiliformes, algunas de tenor hipocondríaco. Evidencia sentido musical, soplando entre sus manos juntas y ahuecadas, semejando el sonido de la quena al obtener un ritmo folklórico del altiplano.

Al mes, los del plantel profesional coincidimos: pertinaz implementación seductora es la que Miguel actúa con nosotros.

El electroencefalograma de Miguel determina: “Marcadamente lento y desorganizado, con aparición de brotes de ondas. Inexistencia de paroxismos comiciales francos, tanto en el registro espontáneo como durante las activaciones. Puede corresponder a sufrimiento cortical inter o post crítico”.

El diagnóstico a partir de la audiometría tonal y vocal indica: “Anacusia de oído izquierdo. Hipoacusia perceptiva de tonos altos en oído derecho”.

Su psicoterapeuta individual transcribe en la historia clínica locuciones de su primer año y medio en nuestra institución: “Miguel es malo, no hay que quererlo”; “Miguel es malo porque a las madres hay que quererlas siempre”; “Miguel es malo para que no lo quieran”.

Lleva a cabo en el parque tareas muy simples por las que se le remunera. Compra atados de cigarrillos en el kiosco de la clínica y revende los cigarrillos por unidades. El no fuma todavía; esto ocurrirá más tarde, cuando, además, cese de afeitar su rala pilosidad.

Previo a cada reunión, en etapas sociables, al impartirse la orden de preparar la Sala de Comunidad, es el primero en movilizarse. Serio y enérgico manipula sillas de metal y de madera. Las revolea no sin destreza, como desentendiéndose de la integridad física de las personas próximas. Invariablemente sentado cerca de la puerta, la abre o la cierra cuando algún terapeuta entra o sale del ámbito. Y con renovados vigor y pericia colabora después en el desarmado del círculo de asientos. En esas asambleas, en los períodos más paranoides, prefiere apartarse, de pie y fuera de la ronda conformada por pacientes y profesionales. Redacta impresiones o solicitudes en hojas de libreta que impone como obsequio a mucamas y celadores. Cada tanto le entrega notas a la coordinadora de la asamblea comunitaria, para que ella lea en voz alta sus quejas: hurto del candado de su armario, o de la llave del candado u otra pertenencia, etc. La coordinadora sólo accede a que sea él quien lea su propio escrito. Y entonces Miguel lo hace con una voz distorsionada.

Sus berrinches promueven ásperas discusiones. En cambio, en sus rachas cariñosas se adhiere con torpe frenesí a cualquiera de nosotros, ríe y bromea procurando establecer incondicional alianza. Nos impacta su aire triunfante cuando se oye llamar tío, el tío, o cuando aporrea una lata, pueril bombo legüero, dando vueltas por la canchita de fútbol. Hay que estar atentos, porque por ahí se introduce en el office de enfermería, y arrebata su medicación del pequeño plato en el que consta su apellido, y la traga. Imperturbable, pero con el debido permiso, calienta agua en el calentador eléctrico. Sale y vuelve a entrar al office, vigilante, experto, con el mate en la mano. Y con su equipo a cuestas se instala en el portón que comunica el sector de adolescentes con el de adultos.

También en psicoterapia ha revelado: “Mis hijos son los animalitos. Mi mamá los mandó matar. Tenía dos perritas negras. Sueño con las perritas”; “Ahora crezco, los paso a todos”; “Me gustaría salir fotografiado en una revista con mi mamá y mis hermanas”; “Ahora están juntos viviendo, pero separados: así quería yo”; “Con los anteojos de mi padre veo bien”; “¿Qué será que me pasa que extraño a mamá?”; “Tengo miedo porque estoy solitario. Las madres sueltan a los chicos, se quedan solos y tienen miedo como yo”; “¿Si a los chicos les da un ataque, las madres se asustan y vienen?”; “Me iba cayendo como si estuviera en una rueda, se puso todo oscuro y me tiraron agua: me mejoré”; “Estoy solitario, me gusta estar así. Por eso le pego a los chicos”; “Si habla de la madre, Miguel se pone mal”; “Si Miguel es momia, está mejor. Si Miguel se mueve, es malo: muerde”.

Preguntó a la terapista ocupacional al recibir de regalo un barco de cartulina de una paciente: “¿Por qué quieren a Miguel?”.

Algunas conductas bizarras han ido cediendo: tal la de masticar caramelos sin sacarle la envoltura. Quienes lo tratamos no avizoramos confiables perspectivas de estabilidad: hay nula continencia familiar y daño irreversible.

Me entregó a mí esta vez un manuscrito, en letra de imprenta y plagado de errores ortográficos. Corregidos los errores y dispuesto el texto como verso libre, les doy a conocer este reclamo:

“Estoy queriendo que me lleven
de la clínica a un colegio,
para que esté más mejor,
esté bien en el colegio.
En la clínica me da lástima,
no quiero estar en la clínica,
quiero estar en el colegio
porque en la clínica me dan lágrimas,
porque no quiero estar en la clínica,
quiero estar en el colegio para que no llore,
esté bien en el colegio,
y en la clínica lloro.
Me quiero ir de la clínica,
si no me llevan a un colegio
voy a estar mal en la clínica,
todos los días voy a llorar.
Si me llevan al colegio voy a estar contento
y no voy a llorar en el colegio”.