por Diego Muñoz Valenzuela

Pensar que hace solo unos pocos días te imaginabas ovacionado en Naciones Unidas. Ahora tu sueño se ha evaporado entre gases tóxicos, proyectiles letales, nubes de humo y fogatas que te envuelven en llamas, como si ya hubieras ingresado a tu propio infierno.

Tus esbirros te mantienen criogenizado, aislado en un cubo de vidrio impermeable, flotando en un líquido que te preserva de cualquier mal. Otros deciden tus palabras, tus momentos, las acciones de tu presunto gobierno. Te has convertido en un pelele, una marioneta inútil, un muñeco de trapo, el espectro de un estadista fracasado hasta los tuétanos. Todavía no percibes bien lo que ha ocurrido, ahora que el tiempo es tan gelatinoso y tan líquido como la realidad. Lees las palabras de otros, te retiras de vuelta al catafalco transparente para dormir ese miserable sueño donde todavía mantienes la esperanza fútil de ser lo que no eres, mandatario zombi.