“Paisajes desde el olvido” y la palabra viva de Fernando Torres Véliz.

Durante la dictadura hubo más de mil centros de detención y tortura a lo largo del país, más de cuarenta para la sola región de Antofagasta. Algunos conocidos, como retenes de carabineros, cárceles, comisarías, y otros clandestinos, los peores, como la Iglesia ex Divina Providencia de Antofagasta, donde estuvo Fernando Torres Véliz antes de ser enviado al recinto de Tres Álamos en Santiago, para luego partir al exilio.

Fernando, escritor y músico del conjunto musical Grupo Raíz formado en Berkeley, se empara de la palabra en 41 relatos estremecedores para que no olvidemos. Su libro es, por lo demás, el primer libro publicado por un ex-preso del centro de detención y tortura de La Providencia, lo que le da un valor histórico aún mayor.

Hago notar que algunos sobrevivientes del holocausto del pueblo judío han pasado o pasaron el resto de sus vidas, incansables, dando sus testimonios en diferentes instancias, y en particular antes jóvenes. La fuerza de esos testimonios marca a vida a los que los escuchan o a los que los leen. Es lo que debiera ocurrir con libros bien escritos como “Paisajes desde el olvido”. No hay negacionismo que resista a la palabra viva. Los sobrevivientes de los centros de tortura de la dictadura deberían sean invitados a todos los colegios, a las universidades. Escucharlos o leerlos debería estar de los programas escolares.

Me han invitado a comentar “Paisajes desde el olvido”. Considero que en lugar de agregar mi palabra a la del autor, más vale citarlo:

“Los gritos de los torturados se mezclaban con el canto de las monjas y la risa de los niños. Cualquier película de Boris Karloff quedaba chica”

“…Los trabajadores se tomaron la fábrica y estaban defendiéndola inútilmente. La batalla tuvo lugar durante varios días, pero sólo durante la oscuridad de la noche. Avance rápido: 41 años después: No hay nada que recuerde el combate en la fábrica de botellas de cerveza ni a los trabajadores muertos. El frontis de la fábrica es ahora la entrada a un bullente centro comercial, un templo del consumismo. Todo ha sido olvidado”.

“Tocarás una melodía en la quena justo a las doce de la medianoche”, Castillo, un miembro del Consejo de Ancianos, me dijo en un tono tal que no pude decir que no. Todos estarán esperando escuchar la melodía.”…

“Treinta y ocho años atrás sentí el mismo ruido de piedras bajo mis pies. Esa vez era de noche y no tenía todos mis sentidos funcionando. Una mano me tomó del brazo y a la orden de “¡salta weón!” salté adivinando alguna altura, pensando en un precipicio y apretando los músculos para evitar, como tantas veces lo hice, el dolor.”

“Con los jóvenes detectives que no le despegaban la vista, Francisco se despidió de su papá con una mirada. Afuera el coche policial comenzaba a brillar por el primer sol de 1976, era el Año del Dragón.”

“¡Siéntate en el pico mi comandante!” Dudando lo que escuchaba el Comandante detiene la cuenta al instante. “¡Un paso adelante el weón con el repollo!”. Luciendo su arrugada camisa blanca dominguera, el Erizo da dos pasos adelante. “Repita lo que dijo”, le ordenó el Comandante, taconeando sus brillantes botas en la tierra arenada del campamento. Dije “sesentaicinco ¡mi Comandante!” respondió sin titubear.”

María Isabel Mordojovich, 11 de diciembre 2022