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Por Pedro Guillermo Jara

Pedro Guillermo Jara nació en Chillán, Chile, en 1951. Actualmente reside en la ciudad de Valdivia. Realizó estudios de Literatura en la Universidad Austral de Chile.

Es fundador, editor, Director de la revista de bolsillo Caballo de Proa. De los 14 libros que ha publicado, los siguientes giran en torno al microcuento: Para Murales (El Kultrún, Valdivia, 1988); Relatos in Blues & Otros Cuentos (Puerto Montt, 2002); Cuentos Tamaño Postal (El Kultrún, Conarte, Valdivia, 2005); De Trámite Breve (Edición Caballo de Proa, Valdivia, 2006); El Korto Cirkuito (Afiche-literario), Autoedición, Valdivia, 2008. Además, sus microrrelatos integraron las antologías Brevísima Relación del Cuento Breve de Chile, de Juan Armando Epple, Ed. Lar, Santiago, 1989; Cien microcuentos chilenos, Juan Armando Epple, Editorial Cuarto Propio, Santiago, Chile, 2002; y Arden Andes, Antología de microficciones Argentinochilenas, Selección y prólogo de Sandra Bianchi, Macedonia Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2010.

***

De punto fijo

Para Heredia y su gato Simenon

 

“Un sospechoso camina como un sospechoso;

se viste como sospechoso;

 sonríe como sospechoso;

 y en cualquier parte del mundo,

 un sospechoso es un sospechoso aunque se opine lo contrario”.

(Peter William O’Hara, Detective Privado)

 

—Sí, Gutiérrez… desde el tercer piso del departamento visualizo al sospechoso… domino todo el panorama… Tengo una vista privilegiada… Cambio…

—…

—Sí… tras una persiana… Cambio…

—…

—Parece estar armado… es por el bulto que se le nota en el costado izquierdo aunque pudiese ser otro objeto… Cambio…

—…

—No lo sé… Quizás sea una billetera… Cambio… Pero es un bulto… Cambio…

—…

—Se encuentra frente la salida del edificio, entre los curiosos. Ahora se empina, trata de observar, avanza, se abre camino… Cambio…

—…

—Usa un sombrero alón que ensombrece sus ojos… Cambio…

—…

—La barba pareciera ser postiza aunque sin ella pudiese, a la vez, tener bigotes… propios… claro… sí… en realidad no lo sé… Cambio…

—…

—Usa un sobretodo gris, largo, de mangas anchas y bajo él un terno color café claro, aunque pudiese ser un poco más oscuro en las solapas… Cambio…

—…

—Corbata azul pero por el reverso pudiese ser roja y la camisa es de color beige aunque a la distancia pareciera ser blanca invierno… no lo sé… el pantalón es de color indefinido producto de la luz… es que por el sol la ropa da unos visos indefinidos… Cambio…

—…

—Sí, usa lentes aunque no sé si son gafas o lentes ópticos… Sin ellos sus podrían ser azules pero pudiesen ser lentes de contacto y sus ojos pudiesen ser color café claro… Sí… Cambio…

—…

—Sí, de pie frente a la puerta principal… Cambio…

—…

—Su actitud es relajadas pero pudiese estar tenso… Cambio…

—…

—¡Qué sé yo, puh, Gutiérrez!… Cambio…

—…

—Su rostro es anguloso pero por la sombra del ala del sombrero su rostro pudiesen ser más redondeadas… Cambio…

—…

—También percibo a la distancia que mueve la mandíbula como si mascase chicle pero también pudiese ser que masque tabaco… No tengo la certeza… Cambio…

—…

—¡Es que no lo sé, Gutiérrez, no te pongai quisquilloso!… ¡Cambio!…

—…

—¿A ver?… ¡Atento, Gutiérrez!… ¡Ha extraído desde el sobretodo algo metálico, quizás una grabadora o un celular que manipula y observa con atención!… No, otra voz… está hablando por celular… ¡Qué sé yo, puh gil, su actitud me pareció sospechosa!… ¡Cambio!…

—…

—Con equipos, filmadoras, luces, cables, máquinas fotográficas, despachos en directo, un par de camiones de la tele… móviles, de esos grandes con parabólicas… hay mucha expectativa por el anuncio… Cambio…

—…

—Sí, frente a la puerta se encuentra nuestro hombre que a la larga no sé si es periodista… o escritor… o pintor… o quizás actor… Cambio…

—…

—¡Cómo lo voy a saber!… ¡Es mi hipótesis, no más, Gutiérrez!… ¡No me huevees, ¿ya?!… ¡Cambio!

—…

—Sí, un metro 80, aunque usa zapatos con plataforma, bastante altos lo que me lleva a concluir que puede medir un metro 70… Cambio…

—…

—Gutiérrez… Hazme un enlace con el Prefecto… Cambio…

—…

—Prefecto… Cambio…

—…

—Por favor, que el chico Aguilar me suba una botella de agua mineral… estoy deshidratado… Cambio…

—…

—Gutiérrez… Oye, desde aquí te cacho re bien… ¡Pero no me hagai señas, gil!… ¿No cachai que el sospechoso se puede dar cuenta y emprender el vuelo?… Cambio…

—…

—¿Prefecto?… Cambio…

—…

—¿Prefecto, me copia?… Cambio…

—…

—Me avisan que el primer Ministro está pronto a abandonar el edificio para ofrecer la conferencia de prensa… los periodistas se inquietan, preparan sus equipos porque apareció el Edecán… ¿Lo ve?… Sí… Creo que podemos proceder según el plan… Cambio…

—…

—¡Gutiérrez!… ¿Me escuchai?

—…

—¡Sí, proceda mi niño!… ¡Es todo tuyo, irás directo al ascenso, a la fama y a la gloria!… ¡Los dos iremos a la gloria!… ¡Que no te tiemble la mano si tenís que meterle un tunazo!… ¡Cambio y fuera!…

—…

—¡Oye, Gutiérrez, ése no!… ¡No!… ¡Es el de la derecha, el que se corrió un poco hacia el centro!… ¡Gutiérrez, huevón, si ese no es!… ¡Suéltalo, huevón!… ¡Te digo que ese no es!… ¡Te digo que es el que pasó a tu lado, pelotudo!… ¡Ese, el que masca chicle o tabaco!… ¡Ese, huevón!… ¿No loo cachai, gil?… ¡Ya, puh, Gutiérrez, detenlo, huevón, detenlo!… ¡El de los zapatos con plataforma!… ¡Cómo que no sabís, gil, cómo que no sabís, huevón inepto!… ¡Con las pistas que te di cualquiera puede darse cuenta quién es el sospechoso, huevón, gil, pailón de mierda, qué te enseñaron en el Instituto, agueonao, por las re puta, Gutiérrez, qué te enseñaron!… ¡Aplica tus conocimientos, Gutiérrez, conchetumadre!

Cuando apareció el Primer Ministro saludando a las cámaras de televisión, el sospechoso extrajo tranquilamente su arma con silenciador y jalo del gatillo un par de veces. Luego, sin inmutarse, sin mover un solo músculo de su rostro, el sicario se retiró del lugar sin que nadie se percatara de quién había sido el autor del atentado.

González, el hombre de punto fijo, fue dado de baja; Gutiérrez no consiguió su anhelado ascenso y junto con el Prefecto Cárdenas se les inició un sumario y luego destinados a Putre. Por ineptos.

Finalmente se estableció que Luis “Cara de Angel” Soto había sido el autor de los disparos, fallando en todos ellos en el atentado contra el Primer Ministro. Aún se encuentra prófugo y encargado a la Interpol.

El “Chico Aguilar” continuó en el servicio. Él me contó esta historia.

 

El ladrón ilustrado

Después de llegar de la pega, agotado, el ladrón ilustrado cuelga el vestón en la percha, desata el nudo de la corbata, se saca los zapatos, se coloca las pantuflas, afloja el cinturón, destapa una cerveza y se instala a ver las noticias. Le interesan las noticias policiales porque tienen que ver con su profesión. Frente a sus ojos van pasando las noticias: asaltos, robos, estafas, evasiones tributarias, estupros realizados por sus colegas escapistas, monreros, asaltantes, cuenteros y el ladrón ilustrado va tomando nota de lo que no tiene que hacer en su pega. Toma conciencia que tiene que ser cuidadoso con los libros de contabilidad, con las boletas, con las facturas, con las cuentas bancarias, con las cámaras de vigilancia, con el teléfono intervenido por el fiscal de turno, con los cuadrantes, con las redadas, con los ratis encubiertos, con los soplones, con la policía uniformada, con los abogados, con los jueces.

El ladrón ilustrado llega a la conclusión que frente a este mundo globalizado tiene que perfeccionarse y piensa en voz alta, mientras enciende un cigarrillo: Mañana mismo me matriculo en ese post grado de la universidad. Necesito perfeccionarme. Total –reflexiona– recupero mi inversión porque este curso me devuelve los impuestos.

 

(En “Cuentos Tamaño Postal”, Ediciones Kultrún, Valdivia, 2005)

 

Una muerte dulce

Para Claudia Paz, mi hermana la menor

Según el informe del forense por las venas de la mujer, en vez de sangre, corrían ríos de mermelada y manjar. Y su muerte había sido dulce y serena. Éso es lo que se dijo.

La bala errante

La bala siempre estará ahí, pasando. Primero algo leve, un crujido de ramas quebradas y luego el zumbido.

Si has convocado a la bala, ésta vendrá rauda y perforará sin compasión, fríamente tu cerebro, si así lo deseas.

Luego, rauda, como mariposa o abeja, la bala continuará su vuelo eterno a la espera de la llamada patética del próximo suicida.

 

Espejito

El hombre, para despistar a la policía, había decidido cambiar su rostro. Después de una cirugía plástica el médico le pregunta, mientras retira las vendas del rostro:

—¿Cómo te llamarás ahora?

Y el ganster le responde de buen talante:

—¡Doran Gray, doc!

El médico le acerca un espejo:

—¡Mírate!

El ganster se observa y es tan hermoso que en ese instante muere mientras en el espejo se conserva un rostro que sonríe.

 “Manual de Bob el Constructor”

Para Cristian Mera, rati, quien me contó esta historia.

Al saber de la resolución suspiran aliviados. Después de siete horas de punto fijo frente al domicilio del sospechoso, mucho café y cigarrillos, llega la orden del Fiscal: «Procedan según instrucciones»

Los buenos muchachos, radiantes, con el dedo en el gatillo –es un mero formalismo– ingresan al inmueble. Están solos. Y proceden según el Manual de Bob el Constructor: pared por pared, tabique por tabique, tabla por tabla, larguero por larguero, clavo por clavo, bisagra por bisagra, van desnudando la casa por dentro con meticulosidad de termita. El trabajo lo realizan a conciencia porque saben que el Fiscal sabe, que el Prefecto sabe, los testigos saben que el ave de cuentas ha cargado a un menor con la droga y que el sujeto ha emprendido el vuelo.

Por eso los buenos muchachos proceden según el Manual: desarmar el inmueble por dentro en busca de la prueba que no existe porque el ave, insistimos, ha emprendido el vuelo y el menor es inimputable. «Pero el badulaque no la sacará barata», piensan los muchachos mientras tararean una vieja canción con el diablito entre sus manos desarmando la casa del traficante.

Las frutas maduras del crimen

Los ratis conocían de memoria las caletas de carteristas, monreros, escapistas, cogoteros y demases en donde se reunían todas las noches para beber y comentar sus fechorías. Eran caletas ubicadas en barrios marginales, lúgubres, mal iluminados. Los hampones sabían de las redadas que cada cierto tiempo realizaban los ratis. Y había que estar preparados, «limpios», sonrientes de oreja a oreja. Y bien peinaditos.

Lo más extraño para el detective Hipólito del Tránsito Baeza era un leve sonido que invadía el local cuando realizaban la redada: «¡Toc-toc-toc!» Y después de «¡Vamos, rapidito, cédula de identidad, contra la pared, piernas separadas», venía el registro para ver si había armas blancas o fierros. Como inocentes palomas todos los badulaques estaban limpios de polvo y paja. Todo era muy sospechoso. Y sobre todo esas sonrisas de oreja a oreja.

A Hipólito del Tránsito lo intrigaba eso del «¡Toc-toc-toc!», que lo persiguió por un largo tiempo.

Pero cierta noche descubrió el acertijo por «cachativa», por «inspiración», no por libros, ni teorías, ni por Cesar Lombroso, ni Hans Gross, ni por Edmond Locard sino que por pura corazonada.

En una de las últimas redadas de control y una vez que los malandrines estuvieron contra la pared, Hipólito del Tránsito recorrió el local en búsqueda del origen de la musiquilla que le quitaba el sueño: «Mis nudillos contra la puerta y tenemos el toc-toc-toc», pensó; «Mis pasos sobre el cemento y tenemos el toc-toc-toc», pensó; «Mis dedos tamborileando sobre la mesa y nuevamente tenemos el famoso toc-toc-toc», pensó; «Metal sobre madera… Metal sobre madera», pensó… y abruptamente un fogonazo iluminó el cerebro del rati: dio vuelta una de las mesas y ahí estaba la evidencia: cuando los malandrines veían ingresar a la policía tomaban sus armas blancas y las ensartaban bajo la mesa: ¡Toc-toc-toc! y los corbos, cholitas, dagas, cortaplumas estoques, punzones y quiscas quedaban colgadas como frutas maduras del crimen, ocultas a la vista de los ratis mientras los malandrines sonreían de oreja a oreja bien peinaditos y «limpios».

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