¿Por qué nos reímos de los chistes?

A propósito de los microcuentos más antiguos que recuerdo

Por Cristian Cottet

El microcuento o texto de mínima extensión, cobra en estos días cierta independencia de estudio y análisis, instalándosele en un ámbito de una novedad que muchas veces me parece sospechosa.

En este texto intento construir una simetría entre la antigua institución que es el chiste, entendiéndole como un texto de mínima extensión que convoca articulaciones simbólicas propias de la cultura que le crea y repite, con esa novedad que es el microcuento.

Antes de comenzar la fiesta el padre de la novia dijo:

-¡Ahora, bailen todos con entusiasmo!

Esa noche Entusiasmo López, prima de la novia, bailó con todos los varones que asistían al matrimonio.

¿Qué hace que un chiste provoque risas? ¿Sabía el padre de la novia que asistía una mujer de nombre Entusiasmo? A la hora de evaluar este texto, poco importa ese “dato”, como tampoco importa si lo sabían o no los contertulios. En este caso lo que genera la risa es el equívoco que deriva en el castigo sufrido por Entusiasmo López al tener que bailar con todos los varones; porque esa misma anécdota no provocará risas si el padre dice: “¡Ahora, bailen todos con mi sobrina Entusiasmo!”. Tampoco provocaría risas si el evento fuera un velorio. Debe existir el contexto cultural que anticipe al núcleo para que la historia se transforme en un equívoco: debe existir el reconocimiento del baile en un matrimonio, deben existir invitados que asisten al evento. El equívoco, en este caso, se instala en el núcleo del chiste. Podemos adelantar que existe en este chiste un núcleo y que le contiene un contexto cultural,

Como toda historia, lo convocante de un chiste es el comienzo que nos referirá a un sinnúmero de situaciones ya reconocidas y que no participan directamente de la narración pero que están presentes, flotando en rededor, asegurando el marco, estableciendo los límites. Como el microcuento, el chiste evoca una historia que antecede las pocas palabras que le hacen y no puede ser de otra forma. Decir: “Había una vez…” está demandando nuestra atención a cierta historicidad. No importa cuando, lo relevante es que “había algo” en donde sucede la historia que se contará. “Había una vez…” será la frase recurrida y recurrente que nos convocará a escuchar esta historia. Reconozcamos entonces que un chiste, cualquiera sea su extensión, su origen, sus personajes, su trama o su destino, es siempre un cuento que nos instala en un espacio temporal, histórico, geográfico y cultural, internalizado por aquellos que le escuchamos y que reímos. Puede este espacio apelar a la realidad inmediata, a la imaginería, a la religiosidad, a la cortesía, etc., pero siempre ese espacio debe ser reconocible, de otra forma el chiste se transforma sólo en una narración desconcertante, terminando por desperfilar el núcleo.

La narrativa del chiste, como la del cuento de corta extensión, se desplegará en ese espacio y no puede salir de él, cualquier desliz que le lleve a enfrentar otro espacio le resta energía al equívoco, por lo que abandona la comicidad que le justifica. La fidelidad a ese espacio, a ese contexto, es parte de una política de la narración, que organiza y administra cada uno de los elementos que componen la historia. Si en el chiste que comienza estas líneas interviene la madre de la novia para decir: “Pero deben bailar con sus parejas, no con mi sobrina Entusiasmo”, ahí mismo la administración de los actores fracasa y se pierde toda posibilidad de impacto. Es tarea de una eficiente política de la narración asegurar que ni la madre ni otro familiar o elemento se manifieste aclarando la situación para evitar el equívoco.

Hasta ahora hemos reconocido cuatro elementos que darán forma al chiste: el contexto cultural, el núcleo, el equívoco y la política de la narración. Podría terminar diciendo que con esto tenemos ya una plantilla para preparar cualquier tipo de chiste. Pues no, dado que estos elementos actúan en diferentes niveles de protagonismo, no es condición mecánica su participación. ¿Qué pasa, por ejemplo, con los chistes de elefantes (“¿Cómo entra a su casa un elefante si ha perdido la llave? Simple: Se mete dentro de un sobre y se desliza por bajo la puerta”), o con los de marcianos? Si bien los elementos anunciados se dan en este tipo de chistes (entendidos también como microcuentos), lo fundamental en ellos es la provocación que se hace al que escucha en cuanto a reconocerse, hacerse cómplice del cuento creyendo en marcianos o que los elefantes poseen casas con puerta y llave. Esa provocación, esa salida del marco que reconocemos como real y lógico es ya un contexto que provocará risas. No espera uno a saber qué hará el elefante, con sólo imaginar un elefante frente a su puerta revisando los bolsillos de sus pantalones (si es macho) o la desordenada cartera (si es hembra), provoca risas y el núcleo se desdibuja tomando parte de toda la narración. No existe allí un eje: todo el texto es absurdo y justamente eso lo hace completamente risible. Pero puede no resultar el trayecto de la comicidad si el que escucha se sale de ese  contexto y apela a cierta verdad avalada por la vida comunitaria, como: “Pero los elefantes no viven en casas…”. En ese momento, y si el resto de receptores está en el trance requerido, es aquel que se sale del juego el que provoca el chiste. Un chiste es sólo eso: un chiste y tomarlo a serio… eso también es un chiste, que se refrenda en el mismo contexto cultural, en la costumbre por la comicidad y el reconocimiento de la narración fantasiosa y engañosa.

Para reír con un chiste o hacerse cómplice de un cuento de mínima extensión es condición la pertenencia a una comunidad cultural altamente estructurada, con elevados niveles de complejidad y verticalismo, una cultura donde cuestiones como la comicidad son ecos de lo establecido. Una cultura que es capaz de contener espacios de disonancia para que los elefantes posean casa y deban abrir la puerta y no con esto desestructurarse, o donde los marcianos pasean en la plaza central, los nombres de las personas sean factibles de equívocos y  donde la vida y la muerte convivan en tranquila y absurda simetría. Sólo el riguroso sistema cultural de una compleja comunidad puede salirse de madres y reír, reír a carcajadas de sólo pensar en un elefante frente a la puerta de su casa, esto es posible en tanto esa rigurosidad se permite liberar energías. El chiste o el microcuento, más que una salida espontánea del contexto cultural, es la posibilidad de salir de él apelando a otros espacios que se desdicen de la lógica pero que, en definitiva, vienen a salvarle, a reafirmarle y asentarla en la risa, en la frustrada evocación a la cual recurre y que permiten lo no obvio.

La complejidad cultural y social en que convivimos se presta para esos hechos, complejidad que combina la horizontalidad y la verticalidad en las relaciones humanas. Y de esto sí que tenemos conciencia. La realidad sociocultural de que hablo permite la convivencia de disímiles planos de certeza. De una parte tenemos la certidumbre de aquello que nos estructura socialmente: la política se regula por elecciones, las sillas son sólo para sentarse, la cortesía es muestra de pertenencia; sabemos que ciertos fenómenos se sucederán sin grandes cambios ni sorpresas. Pero también compartimos la creencia de otros esquivos fenómenos que no siempre nos aseguran continuidad más allá del contexto en que se manifiestan. El Pato Donald ha sido compañero de muchas generaciones, sea en revistas, televisión o cine, y no debatimos con él su escasa movilidad intelectual, le aceptamos en ese contexto y por eso no lo calificamos de absurdo. No podemos invitarle a conversar ni a un refresco, sólo podemos verle y participar como espectadores de sus aventuras. Otro tanto ocurre con los superhéroes: ninguno nos salvará de las desgracias que a diario debemos enfrentar, más bien no contamos con ello, pero eso no significa que no existan en la forma de seres mitológicos.

La existencia de estos fenómenos es parte de la complejización cultural y de como esos mismos personajes regulan y acotan comportamientos y formas de vida. El chiste y el microcuento no escapan a esta articulación. Si otrora fue la religiosidad estrechamente ligada a la muerte y a la naturaleza lo que permitía regular y administrar la convivencia cultural mediante la tradición y el rito, hoy se ha sumado a esta forma de contención otra que apela a lo absurdo, o sea a lo contrario y opuesto a la razón, aquello que no tiene más lógica que la aceptada en el contexto que se nos propone. Es absurdo y opuesto a la razón creer que exista un conejo filósofo, o un haragán gato que privilegia por lasaña a la hora de su comida, o un superhéroe calcetín. Esto sólo se sostiene en cuanto el sistema sociocultural donde convivimos permite y estimula el despliegue de espacios fantásticas en pos de una regulación social menos evidente. Lo absurdo, entonces, no es propio del chiste. En verdad sólo le emplea a ratos, incluso sin mayor entusiasmo, tanto como el racismo, el dolor, el equívoco, la mentira, la historia. No privilegia por uno u otro espacio, más bien les contiene como el arsenal donde extraerá los contextos requeridos.

Otro elemento que vale la pena traer a colación cuando hablamos del chiste y lo entendemos como cuento, es su capacidad de develar zonas culturales ocultas, escondidas, omitidas en la convivencia; el efecto develador de estos instrumentos de convivencia son también digno de atención. Al respecto pongamos atención a este cuento-chiste:

En los momentos que Estados Unidos, Inglaterra y España preparaban el ataque a Irak, se recibió en el Comando Central de Fuerzas Aliadas un email de Galicia, que decía:

“Pues bien, visto que esta guerra es inevitable, la Galicia a decidido participar en el combate aportando un submarino tripulado con los mejores paracaidistas que tenemos”.

Este chiste contiene por lo menos tres absurdos: primero, dificulto que alguien pudiera comunicarse con el mentado Comando Central por email; segundo, Irak no posee mar (el poco que tenía se lo arrebataron en la Guerra del Golfo), por lo que un submarino es poca ayuda; y tercero, ¿paracaidistas en un submarino? Pero lo central en él no son estas tres erratas si no la necesidad de burlarse de los gallegos. Y no es por respeto a las cualidades guerreras de los gallegos, tampoco por develar cierta estupidez de ellos, ni por estrechar lazos de amistad. Lo develado en este chiste es la superioridad que desea marcar el que narra el chiste, el cual requiere de ese instrumento de burla para destacar las características opuestas como propias. Ejemplo de esto lo encontramos también en los chistes de africanos, que siempre son hambrientos, atrasados, desprovistos de recursos; o los chistes de alemanes, que resultan ser partícipes de una obviedad que raya la estupidez.

-¿Sabes lo que me ha pasado la otra noche Fritz? –pregunta Otto a su entrañable amigo.

-¿Qué Otto?

-Pues que llegué a mi casa más temprano que de costumbre y sorprendí a mi esposa haciendo el amor con el vecino en el sofá.

-¡¿Y qué hiciste, Otto?!

-Pues vendí el sofá y se terminó el problema.

Sabemos que la desconcertante respuesta de Otto podemos encontrarla en cualquier ser humano que peque de exceso de ingenuidad, pero lo destacable aquí es cómo el no-alemán que narra se burla de los alemanes minimizando su inteligencia para así destacar sobre ellos. Una mirada atenta a lo develado no es cierta característica de un pueblo si no aquella que veladamente aspira destacar de sí el narrador. Lo develado, entonces, no necesariamente es dado en el contenido del chiste pero no por esto no se expresa en el proceso de montarle, de generar el ambiente e instalar los personajes, en aquello que denominamos como política de la narración. Si queremos reconocer lo develado no siempre debemos atender al contenido; parafraseando a Clifford Geertz, en este ejercicio se requiere un “develamiento denso”, escarbar capa por capa lo escuchado como chiste, buscar en lo más íntimo de todos los elementos que constituyen el espacio contextual del chiste, para encontrar los factores que pueden acercarnos a un potente núcleo narrativo.

Para terminar enunciemos un factor fundamental en lo que es la arquitectura del chiste. Hasta el momento hemos denunciado los siguientes factores que inciden en su construcción y eficacia: el núcleo, el equívoco, el contexto cultural y la política de la narración, todo esto se articula como un andamio para cumplir las tareas de contención y referencia identitaria, pero aún reconociendo esto no tenemos la seguridad de hacer reír si no contamos con otro elemento: la sorpresa. Si dos practicantes del kunfu abandonados y sedientos en el desierto, se encuentran, se reconocen y abrazan, ¿qué espera usted que suceda? No lo piense más, simplemente se kunfunden. La rapidez del giro, lo imprevisto, la sorpresa que cierra el chiste para provocar la risa, es un elemento que hace ver a todos los otros elementos como cuestiones funcionales, estrategia que también puede ser reconocida en la escritura de narraciones mínimas. A diferencia de la narración extensa (por ejemplo la novela), que más apela a la convocatoria de sujetos, la sorpresa del chiste y el microcuento es el vínculo que determina el cierre del texto con elementos simbólicos, un plan de “supuestos” no explicitados, si no evocadosque el receptor es invitado a reconocer como propios. El cierre en este tipo de textualidades podemos leerlo como el nocaut cortazariano, el espacio donde terminan articulados todos los factores que participan, sean éstos materiales o simbólicos.

Leer estos textos que reconocemos como chistes y que he instalado en este texto como pequeñas ficciones, es también aprender a leer textos de mayor extensión; es de alguna forma internarse en la lógica de aceptar la sugerencia y la evocación como un supuesto que nos envuelve al extremo de llevarnos a buscarle en cada articulación cotidiana. La lógica de discriminar lo material de lo simbólico, lo cotidiano de lo exclusivo, ayuda al ejercicio de lectura más profunda. Quien no ríe con un chiste difícilmente podrá entender que un dinosaurio despierte, que tenga conciencia de si o que pueda habitar en la misma cotidianidad que acostumbramos respirar. Pero también, y como una cuestión básica, no podrá descubrir que los dinosaurios se extinguieron hace ya algún tiempo. Ese es el desafío cultural impuesto a estas textualidades: ser capaces de materializarse en poco para simbolizar lo mucho; ser capaces de tensar los factores simbólicos de su comunidad para así provocar a un lector mucho más desafiantes a las propuestas de un escritor que también debiera acercarse a la lógica de las economías literarias.