Ex Inferis

Por Sergio Alejandro Amira

El hombre de 1888 corría por las calles asépticas y vacías de aquella ciudad más de mil años en el futuro, gritando insistentemente la misma frase que nadie oía.

Gritó buscando alguien a quien apuñalar, alguien a quien degollar, alguien a quien destripar y cortar en pedacitos. Pero Jack no encontró a nadie.

Agotado, se refugió en las penumbras de un estrecho callejón similar al del número 13 de Miller’s Court, acurrucándose en el suelo lo mejor que pudo. Despertó en la habitación de los mil espejos. La habitación de Juliette. Estaba desnudo, en la misma cama donde había matado a aquella sibarita de la perversión, esa alma perdida que sin embargo, yacía junto a él.

 “¡No es posible!”, pensó Jack. “A esta puta la preparé igual que a la Eddowes. Tendría que estar muerta.”

 El hombre de 1888 extendió su mano y tocó el hombro de la joven que dormía. Era real.

Juliette se volteó repentinamente y Jack retiró su mano. La bella mujer emitió un ligero bufido y continuó durmiendo.

 Sus generosos y firmes senos de turgentes pezones apuntaban hacia arriba reflejándose en el techo de paneles empotrados. No había señal alguna del surco que Jack abriera con el extraño cuchillo que encontró bajo la almohada, aquella sanguinolenta hendidura de la cual extrajo los intestinos, el hígado y el riñón izquierdo.

El hombre de 1888 abandonó el lecho, contempló su imagen multiplicada cientos de veces en los espejos y buscó su preciado maletín y su anticuada vestimenta victoriana. Ambos estaban sobre una silla, en un extremo de la habitación.

Lo primero que hizo Jack fue abrir su maletín comprobando que todo estuviese en su lugar: sus escalpelos, el ovillo de catgut, los frascos y el feto. Respiró aliviado, se vistió con premura y buscó la forma de abandonar la habitación de espejos y a esa puta que cual Lázaro había regresado de entre los muertos. Instintivamente avanzó hacia uno de los paneles reflectantes y pasó su mano en frente. El cristal se deslizó revelando un blanco pasillo.

 Jack caminó durante largo rato en línea recta para finalmente llegar a lo que podría ser descrito solamente como una cocina. En medio del recinto, sentado a la mesa bebiendo café se hallaba una figura familiar.

 –¡Hernon! –dijo el hombre de 1888.   

–Jack Que bueno tenerte de vuelta. Veo que esta vez si me has reconocido.

–¿Esta vez?

–Sí, ¿Olvidaste acaso que me tomaste por Dios cuando te traje de regreso a casa? ¡Pensabas que era Dios!, ¿lo puedes creer?

Un gesto de asombro se dibujó en el semblante de Jack.

–El Viajero, las prostitutas, Whitechappel –murmuró el hombre de 1888.

 –Aún estás algo aturdido por los efectos del viaje en el tiempo y la expurgación mental –manifestó el anciano–. Toma asiento mientras te preparo un café. No debí extraerte de forma tan abrupta pero Van Cleef y los otros estaban presionándome. Querían que les pagara los tres formz adeudados…

–Y me mandaste de regreso a 1888 con esos malditos hedonistas en mi cabeza.

–No me dejaron otra opción, Jack. Iba a ser cosa de una sola noche pero te resististe formidablemente.

–Recuerdo a esa pandilla de vampiros, se retiraron de mi mente apenas los sentí…

–No, Jack. Tú los expulsaste. No te creían capaz de tal proeza y a decir verdad yo tampoco, de lo contrario hace tiempo que hubiese planeado deshacerme de ellos. Pero sea como sea ya está hecho. Al romper el vínculo les dejaste en estado de coma y los eliminé mientras tú te divertías con los pobres ilusos que trajimos del pasado para repoblar la ciudad. 

–¿Mataste a Van Cleef y los otros? ¡Pero eso es contra las leyes!

Silent enim leges inter arma, Jack. Estábamos en guerra ellos y yo.

–¿Y los pobres diablos de la ciudad? ¿Les maté a todos?

–Sí, a todos. Pero ya traeremos más gente en el Viajero. Ahora nosotros mandamos aquí, hijo.

–La mujer que degollé, en cuyo lecho amanecí. Cuando nos encontramos la primera vez me dijiste que era tu nieta…

–Sí, Jack. Juliette es tu hija.

–Juliette –repitió el hombre de 1888–. Ese no es el nombre con el cual la bautizamos su madre y yo.

–No, ese es el nombre que yo le di. Después de todo fui yo quien la crié.

–Malcriaste más bien.

–Para eso estamos los abuelos, Jack. Para malcriar a los nietos.

–¿Cuánto tiempo estuve en el pasado?

–Diecisiete años. Cuando te marchaste, Juliette aún no cumplía el año de vida.

–Pero la maté, ¿no es así?

–Sí, por supuesto. ¡Vaya lío que hiciste con sus entrañas! Una vez te marchaste le cloné un cuerpo nuevo. Sentimus experimurque nos aeternos esse.

–Maldito viejo sádico y morboso. Me trajiste deliberadamente del pasado con la memoria aún alterada y me metiste en el dormitorio de mi hija para ver como reaccionábamos.

–Conoces el viejo dicho, Jack. De tal palo tal astilla. Juliette mató a su primer “juguete” a los once años y resultó ser una asesina tan implacable como tú, aunque algo propensa al aburrimiento. He debido proporcionarle todo tipo de maquinarias de tortura para mantenerla distraída mientras regresabas.

–También la distraías acostándote con ella, viejo asqueroso y degenerado.

–¡Por favor, Jack! Deja de lado esa moral decimonónica que traes a cuesta. Sabes muy bien como son las cosas aquí. No hay tabúes absurdos como el incesto. Por lo demás tú mismo fornicaste con ella toda la noche y parte de la madrugada, como dos bestias salvajes. Lo he contemplado todo detrás de los espejos. Somos una familia que se ama mucho, Jack. Una familia de artistas. Es por eso que Lorna debía morir.

–¡Por supuesto, no murió en el parto! ¡Tú la mataste!

–¡Era la hija de Van Cleef, Jack! Tarde o temprano nos hubiese vuelto la espalda.

–Yo le habría clavado mi cuchillo de haberlo hecho. Pero no le diste la oportunidad.

Justum et tenacem propositi virum, así eres tú, mi querido Jack. Pero como dijo el poeta, mejor matar a un bebé en su cuna antes que albergar deseos malsanos.

–¡Y pensar que escapé al siglo XIX, huyendo de la pena y culpando a mi hija por la muerte de la mujer que amaba!

–¡Vamos, Jack! No te lo pasaste mal en la Inglaterra Victoriana. Inscribiste tu nombre en la historia. Vaya carta esa que escribiste con tinta roja. “Había guardado algo de sangre en una botella de cerveza después del último trabajo para escribir con ella, pero se volvió espesa como pegamento y no pude usarla”. Y esa notable posdata: “Sinceramente suyo, Jack el Destripador. No se refrenen a utilizar mi nombre artístico”. Eres un artista como no existió otro desde Da Vinci, Jack, de eso no cabe duda alguna. Como dijo Hipócrates, Ars longa, vita brevis.

 En ese momento entró Juliette en la cocina vestida con una breve y vaporosa blusa transparente. Jack la observó de pies a cabeza y sintió que un cuchillo le apuñalaba la ingle mientras los recuerdos de la lujuriosa velada junto a su hija se agolpaban en su mente. “Se parece tanto a su madre, pero es igual que todas esas mujerzuelas de Whitechappel. No, es un ángel, un ángel agreste de inocencia pura. ¿Ángel?, más bien es un demonio, un súcubo que debe ser exorcizado como todas las otras. Es una puta, una zorra maligna y putrefacta.”

–Buenos días, papá, buenos días, abuelo –dijo Juliette con toda la naturalidad del mundo cogiendo una roja manzana del frutero y propinándole un sonoro mordisco.

–Buenos días, tesoro –respondió Hernon–. ¿Has dormido bien?

–Estupendamente, con papá como amante no podría ser de otra forma.

 Jack, rojo de furia, extrajo el cuchillo Van de Graaf de su maletín. Ralentizó el tiempo en un radio de cinco metros y degolló a Hernon y Juliette para luego abrirlos en canal y extraer sus entrañas y órganos que procedió a esparcir por toda la cocina. Luego les cortó las cabezas y las intercambió logrando un cómico efecto.

 Finalizado su trabajo, Jack guardó el cuchillo en su maletín junto al ovillo de catgut y el frasco de formaldehído con el feto. Limpió la hoja doble de su daga y abandonó la cocina en dirección al Viajero. Él ya no pertenecía al 3077, era el hombre de 1888, era Jack el Destripador y regresaba a donde pertenecía, al Infierno.

***

Sergio Alejandro Amira (Concepción, julio 1973, Chile) Casado con Aurora, un hijo: Bastián. Estudios: Arte y Diseño, Inglés (Inglaterra), Licenciatura en Artes, Pedagogía en Artes y Magíster en Artes Visuales (Chile). Premios: Segundo lugar Fixion 2000, tercer lugar Pulsares 2002. Publicaciones en papel: Fixion 2000, Pulsares I, Tierras de Acero, Visiones 2005, Diez máscaras y un capitán, Años Luz. Publicaciones en la red: Quintadimension, Aurora Bitzine, Alfa Eridiani, Eridiano, Comiqueando, Fobos, TauZero, NGC 3660, Calabozo del Androide. Última exposición relevante: Cuello & Corbata, metro Cal & Canto, Santiago, 2003. Ex-Editor, director de arte y diagramador de TauZero. Editor del e-zine de cómics Calabozo del Androide.