A cincuenta años de la muerte de Gabriela

Por Miguel de Loyola

Con motivo de cumplirse por estos días los 50 años de la muerte de nuestra querida y cada vez más recordada Gabriela Mistral, y la coincidente muerte de su secretaria Doris Dana, se me ha venido a la mente la fascinante novela Los papeles de Aspern (1888), del escritor Henry James, cuyo eje principal de la trama gira en torno ciertas cartas de amor guardadas celosamente por una anciana que vive junto a su sobrina aislada en un herrumbroso palacio de Venecia. La novela se articula a partir del interés de un biógrafo editor por rescatar dichos documentos y las peripecias vividas durante su intento por conseguirlas.

 La obra, ambientada en Venecia, cautiva al lector desde la primera página por la intriga generada en medio de esa mítica ciudad levantada sobre las aguas del Adriático, por cuyos canales y palacios circula el protagonista craneando la manera de conseguir las cartas de amor escritas por el poeta Jeffrey Aspern  a su amada Guliana.

La relación analógica con  cartas y documentos de Gabriela Mistral, atesorados desde 1957 por su secretaria Doris Dana, han despertado siempre un interés semejante al que mueve al protagonista de Los papeles de Aspern. Se sabe de muchos críticos y biógrafos que habrían dado buena parte de sus horas por conseguir llegar a los papeles inéditos de Gabriela. Algunos, por cierto, dicen haberlo intentado en vano, culpando a Doris Dana de exceso de mutismo o falta de generosidad para revelarlas a sus investigadores más interesados. La norteamericana, como se sabe, optó siempre por salvaguardarlas de la codicia rapiña de algunas aves del cielo nacional. No sabemos y tampoco parece importante aclarar si lo hizo a modo de venganza contra el medio literario chileno, el cual, hay que reconocerlo y decirlo,  nunca fue generoso para ensalzar a esta gloria de la literatura mundial a su debido tiempo, ignorándola, e incluso despreciándola por sus orígenes campesinos, o por su condición de mujer en una sociedad machista a ultranza.

La norteamericana Doris Diana vio y fue también víctima, junto a la propia Gabriela, de  innumerables desprecios por parte de sus pares y, por cierto, nadie puede exigirle gratitud por una nación donde la clase intelectual tiene la costumbre de hablar mal de sus pares, descalificando a priori al primero que se le ponga por delante. Gabriela siempre fue una potencia intelectual superior a nuestro medio y por eso tal vez la divina providencia legó sus bienes a una sociedad donde todavía es posible mirar al vecino si envidiarle la casa. Por lo demás, con la obra hasta aquí conocida de Gabriela Mistral debiera bastarnos para admirarla. Cualquiera quisiera para sí la autoría de uno de sus innumerables Recados, o alguna de sus Cartas a las más diversas personalidades de su época. Para no hablar de su poesía, cuyos motivos y tópicos fueron fuente inagotable para el propio Pablo Neruda.

Se dice que Henry James tomó los materiales para su novela de la realidad, cuando conoció en Florencia a la condesa Gamba, casada con un sobrino de Teresa Guiccoli, último amor de Lord Byron, quien conservaba unas cartas de amor del poeta. James intentó conocer el contenido de dichas cartas, pero la condesa se negó a mostrarlas. Por esa misma época, Henry James tuvo noticias de la historia de un bostoniano admirador de Percy B. Shelley, quien se hospedara en casa de la anciana Claire Clairmont –amante de Byron y madre de su hija Allegra,  con la esperanza de apoderarse de las cartas de Shelley y de Byron. Al fallecer la anciana, la sobrina le propuso entregarle las cartas a condición de que se casara con ella. Por supuesto, en Los papeles de Aspern, alterados los nombres y algunas circunstancias,  se recrea mejor la historia que la misma realidad, como suele ocurrir con una obra de arte, y de paso nos ilustra y alumbra otras realidades,  como las referidas a las cartas de nuestra Gabriela. Coincide también en nuestra relación analógica la nacionalidad y la condición social de las poseedoras de las cartas, ambas norteamericanas pertenecientes a la aristocracia, alejadas, por cierto,  de los intereses y la de las grandes masas.

Una vez conocido el testamento de Doris Dana, tal vez podamos juzgar mejor las verdaderas aprensiones de la heredera plenipotenciaria de nuestra amada Gabriela Mistral.