Por Josefina Muñoz Valenzuela

Este es un libro en el que su autor recorre los caminos sinuosos del poder y, en especial, refiere a varios momentos de nuestra historia, especialmente aquellos de tinte político y económico después de la dictadura que vivimos, que aquí y en la mayoría de los países que la sufrieron en nuestro continente, nos ha enseñado que sus huellas son de larga duración, en tanto transformaron a las sociedades y las personas de manera profunda, al igual que a los medios de comunicación y la concepción misma de la comunicación.

También, y de manera importante, Mirko Macari (1970) ha estructurado una biografía personal y laboral en el contexto del país post 90, con la que de algún modo cierra un ciclo desarrollado en el mundo de las comunicaciones y, desde luego, su quehacer dentro de una contingencia mayormente signada por los temas políticos, en importantes medios de comunicación, pero que no logran contrarrestar el peso de la desinformación constante generada desde los programas televisivos y la centralidad que alcanzan las vidas faranduleras, los choques o los asaltos. Veinte años en la prensa escrita, además, como director de un medio, no son para olvidarlos y es tanto una mirada de la trayectoria personal como de la historia del país después de dictadura y en un momento en que ha decidido dar un giro total a su quehacer profesional.

La primera parte del libro, El desplome de las instituciones y las claves del nuevo ciclo, opera como un resumen explicativo de los temas que serán abordados. Se inicia con una frase de su profesor Mladen Yopo que lo marcó a fuego: “información es poder”. Desde ahí, sus trabajos e intereses partieron de una pregunta permanente sobre el poder en general y el propio de los medios de comunicación y quienes trabajan en ellos. También, relaciona esto con el caso Watergate de mediados de los 70, de resonancia mundial, en el cual periodistas y medios de comunicación fueron los principales artífices de una denuncia que tuvo resultados inesperados no solo para el propio Nixon y su supuesta reelección, sino también para los partidos políticos y el país mismo.

Como periodista, Macari ha trabajado en importantes medios, como El Mercurio, La Nación Domingo, revista Cosas, The Clinic, El Mostrador. En 1997, trabajando en el Cuerpo D de El Mercurio, año del escándalo de las casas COPEVA, y también año de elecciones, cita a quienes escribían en esta sección, periodistas como Raquel Correa, Pilar Molina, Blanca Arthur y muchos otros, cuando el diario vendía 500.000 ejemplares el domingo. Desde allí, en diferentes menesteres periodísticos fue afinando su “olfato editorial”, en compañía de estas y varios destacados colegas a quienes describe con admiración por haber aprendido mucho de cada uno, representantes de la clase alta chilena en su gran mayoría y con quienes trabajó muchos años.

Una inquietud central, quizás el leitmotiv que atraviesa estas reflexiones sobre su actividad profesional, es lo señalado en la siguiente cita: “Convencido de que las cosas ya no funcionaban como antes, en 2017 dejé la dirección de El Mostrador y salí a buscar respuestas a la pregunta de dónde estaba el poder”. Esta decisión no deja de llamar la atención, ya que varios de los medios en los cuales trabajó tenían y tienen muchas relaciones con el poder.

Desde mi lectura, este es un libro que despierta comentarios simultáneos en sus lectores, en el sentido de contrastar opiniones propias con las expresadas por el autor. En la p. 18 leemos: “Soy de los que cree que, efectivamente, el país requiere de una nueva constitución porque la del ochenta fue diseñada en Guerra Fría, para un contexto histórico y social profundamente distinto al de hoy. Pero no creo que sea más urgente para el chileno medio (…) que los problemas de seguridad, los precios de los alimentos y servicios, la salud pública, las pensiones y otra serie de cuestiones cotidianas y prácticas”.

Como ciudadanos, sin duda, tenemos poca claridad del rol central de toda constitución en relación a la vida cotidiana y, desde luego, con el aseguramiento de los derechos humanos y las necesidades básicas para una mejor calidad de vida; sin embargo, sería difícil pensar que por una iniciativa espontánea el 24 de septiembre de 1973 -pocos días después del golpe civil militar- se realizara la primera sesión de la Comisión Constituyente. Y esa nueva Constitución fue elaborada a partir de esa fecha y aprobada en 1980, bajo dictadura y sin registros electorales. Desde esa Constitución ilegítima se consolidó una fuerte privatización, un Estado subsidiario que deja en manos de privados la salud, la educación, la seguridad social; todo aquello que había sido parte de nuestros derechos pasó a ser mostrado como “libertades” a elegir, solo que según las capacidades económicas individuales -algo que no se mencionaba.

En esta mirada a su pasado laboral muestra sucesos importantes de esos años, sobre los cuales también entrega opiniones que ayudan a explicar mejor ciertos temas y conductas. En la p. 64 escribe “Pero los socialistas, que perdieron amigos y parientes a manos del régimen, entregaron la posibilidad de justicia y reparación a esas víctimas, a cambio de las condiciones que le permitieran gobernar a Lagos. Hicieron un trueque por el poder”. Como esta, muchas páginas del libro entregan información y opiniones, que interpelan activamente a sus lectores y generan un diálogo interesante y necesario, a mi juicio, más allá de concordar con todo lo que en él se afirma.

Sin duda, el periodismo tiene un ángulo provocador en muchos sentidos, que despierta alertas necesarias. “Pero se me fue dando, casi naturalmente, el meter el dedo en la llaga. Leer la debilidad ajena y explorarla” (p. 79). Es el momento para referirse a La Nación Domingo y relatar con detalle su gran amistad con Julio César Rodríguez y los numerosos desafíos periodísticos que emprendieron juntos. A esa altura de su experiencia profesional, enfatiza su convicción de que no existían temas que no fuera posible abordar.

También es el momento de explicitar algunas de sus críticas: “Ya señalé mis críticas a medios de izquierda cuyo enfoque era meramente discursivo, ya que basaban su línea editorial exclusivamente en culpar al modelo neoliberal del origen de todos los males. Esto los instalaba en un nicho mucho menor de audiencias, más bien ideológicas, pues eran predecibles y monótonos. Y el periodismo, como parte de la industria de la entretención, tiene que ser impredecible. Sorprender explosivamente para mantener capturada la atención de su audiencia” (p. 117). Poco más adelante reconoce la importancia de los matices, con una cita especialmente relevante en el contexto y en relación a las vías que fueron privilegiándose y que sería difícil describir sin profundizar en el análisis: “La tecnocracia económica era un discurso transversal a los bloques políticos, que se fue convirtiendo en pensamiento único. Lagos lo refrendó cuando nominó para el Banco Central a Vittorio Corbo, como parte de su alianza estratégica con el CEP, en vez de al respetable académico de la Chile Ricardo Ffrench-Davis. Este también era doctorado en Chicago, no era ningún incendiario alternativo al consenso de Washington, pero tenía reflexión propia y eso era suficiente para dejarlo fuera del club de la autocomplacencia, brutalmente apabullante por esos años” (p. 118).

Me parece especialmente interesante esta reflexión, porque hemos ido viviendo una permanente consolidación de la autocomplacencia que deja fuera de la preocupación social a ese gran sector que gana $500.000 y mucho menos, que vive todas las carencias de acceso a condiciones dignas de vida y de trabajo y que nadie pareciera tener el interés de hacer visible, en tanto situarlos en el espacio público.

En 2003, en un reportaje en La Nación Domingo, cuenta cómo abordaron la educación privada, con foco en INACAP y el poder político en las ISAPRES, en ese momento con protagonismo del grupo Penta. Son innumerables los ‘casos’ que se dan a conocer críticamente desde algunos medios de comunicación, la mayoría con incidencia en temas fundamentales para la calidad de vida: educación, salud, vivienda, trabajo, pero que, sin embargo, continúan lejos de tener respuestas adecuadas desde el Estado, en tanto son ejemplos de lo que ha significado la privatización en dichas áreas.

Es un libro escrito con agilidad, interesante de leer y por el que pasan dos décadas de nuestra historia reciente, con grandes falencias en lo que respecta a avances hacia una mayor igualdad, ya que hemos percibido de manera directa cómo se han profundizado las desigualdades a medida de la creciente concentración del poder y de la riqueza en un sector muy preciso de la sociedad chilena y también mundial, si miramos lo que sucede en otros países de nuestro planeta.

Al terminar de leerlo, tenemos una visión de las últimas décadas y también de lo que significó para una gran mayoría de nuestra sociedad y su situación hoy. Una dictadura tan cruenta como la que tuvimos, fue lo que hizo posible que el modelo neoliberal fuera implantado sin contrapesos, sin mayores cuestionamientos desde ningún sector, porque estaba todo orquestado para que así sucediera y así se ha mantenido por décadas, gracias a un sinnúmero de decisiones y opciones, entre ellas, cuando R. Lagos dejó de lado a Ffrench-Davis como director del Banco Central.

Creo que la preocupación de muchos de nuestros políticos, intelectuales, periodistas, se ha centrado en exceso y por varias décadas en el poder, contribuyendo a invisibilizar aún más a esa gran mayoría de nuestra sociedad que carece de todo poder para cambiar aquellas profundas carencias que la afectan en los temas fundamentales para la vida: educación, trabajo digno, salud, vivienda, previsión. Es necesario situar en el espacio público, en el centro de la mirada estatal, esos millones de seres humanos que, en dictadura, fueron erradicados de sus lugares de vida y llevados a la periferia, lejos de sus fuentes de trabajo y sin existencia real para quienes no sufrieron esa feroz discriminación; peor aún, sus descendientes continúan en la misma situación e invisibilidad.

El país requiere docentes, profesionales, teóricos, políticos, dirigentes gremiales, del Estado, en suma, que centren sus esfuerzos en traer al espacio público a esa mayoría que carece de poder para cambiar positivamente sus condiciones de vida y de respeto por sus derechos humanos fundamentales.

“Señor Director, Memorias desde el antiperiodismo”. Mirko Macari, Ed. Planeta Chilena S.A., 2023, 264 pág.