El martes 26 se realizó la presentación del volumen de cuentos de 22 escritores y escritores de nuestro país, titulado MARTES NEGRO, de la Editorial ESPORA, recordando ese martes 11 de 1973, que quebró nuestra democracia.
El Salón de Honor de la Ilustre Municipalidad de Santiago acogió una numerosa concurrencia, interesada en conservar una memoria que siempre será parte de la historia. Damos a conocer la presentación de María Eugenia Góngora Díaz, académica de la Universidad de Chile e integrante de Letras de Chile.

MARTES NEGRO. Santiago: Espora Ediciones, 2023

“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para quien tiene corazón” Gabriel García Márquez.

Los relatos reunidos en la compilación que presentamos hoy llevan un título que es simple, pero solo en apariencia: Martes Negro. Es una referencia que tiene mucho sentido para quienes recuerdan un día martes de septiembre de 1973 que cambió de manera radical sus vidas y la vida de un país, un país que nunca volvió a ser el mismo.

Es cierto que podemos hablar de los procesos sociales que marcaron la historia de Chile durante el siglo XX. Podemos recordar también los días y meses anteriores al martes 11 de septiembre de 1973, intentar explicarnos cómo ha cambiado Chile en estos cincuenta años de historia marcada de tantas maneras por los acontecimientos puntuales de un día en particular y de los años que lo siguieron. Aun así, no es fácil entender ni abarcar con el solo discurso histórico lo que significó ese “martes negro”, como se ha titulado este libro de relatos, y que, gracias a ese título, nos abre a pensar en los varios sentidos que puede tener la palabra “negro”.

El negro, como sabemos, más que un color, es la ausencia de luz; y en el lenguaje coloquial o en lo que se refiere a nuestros estados de ánimo o a nuestras miradas sobre la historia y los posibles futuros, el negro es la ausencia de luz, la ausencia de esperanza.

Por otra parte, en el ámbito literario y artístico en general, la palabra “negro” o más habitualmente, la palabra francesa equivalente, “noir”, está asociada a una tendencia relativamente reciente que se ha manifestado principalmente en la literatura y en el cine. El cuento, la novela y el cine ‘noir’ se pueden comprender como una forma de mirar la historia y la realidad que está emparentada con otros géneros literarios, pero que se desmarca de ellos. Así, por ejemplo, la novela de terror, la novela policial, la novela realista, son todas ellas vecinas cercanas, pero no idénticas a lo que podemos llamar novela y narrativa noir.

Uno de los hitos de la novela negra es la aparición de este tipo de relatos en la década de los años 20 en Estados Unidos y, más tarde, en 1945, en Europa, especialmente con la creación de la así llamada Série Noire, de la prestigiosa editorial Gallimard.

En una cita ya clásica, el escritor norteamericano Raymond Chandler resumió la aparición del género negro afirmando que [Dashiell] “Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo tiró en medio de la calle. Devolvió el asesinato a las manos de la gente que lo comete por razones sólidas y no para proporcionar un cadáver a su lector”.

Por su parte, el creador de la Série Noire de la editorial Gallimard, Marcel Duhamel, escribió en 1948 que era importante que los “lectores inocentes no se confiaran: las novelas de la Série Noire no son para todos los públicos. El aficionado a los enigmas al estilo de Sherlock Holmes no quedará satisfecho. Estas novelas [en cambio], describen policías más corruptos que los delincuentes a los que persiguen. El detective no siempre consigue resolver el misterio. A veces no existe un misterio y otras veces ni siquiera hay detective… Pero entonces, qué nos queda? Lo que sí nos queda es la acción, la angustia y la violencia”.

De acuerdo a la escritora franco-argelina Anissa Belhadjin, en un artículo titulado “De la Política a la Novela Negra”1, el único tema en común que existe entre la novela negra y las novelas de ‘detectives duros’, las novelas centradas en los personajes de los bajos fondos o las novelas centradas en las crisis sociales y políticas , es el crimen y la violencia y, sobre todo, sus causas y sus consecuencias: si seguimos sus palabras, la novela negra sería lo que más se acerca a nuestra historia y a los relatos del Martes Negro que estamos presentando aquí.

Siguiendo con las comparaciones, la novela negra y la novela de misterio (o de enigma policial) están en polos opuestos, afirma la misma autora. El final de la novela de misterio celebra el triunfo de las convenciones, porque el culpable es descubierto, castigado y el orden social es restaurado. En contraste, la novela negra pone justamente en cuestión ese orden social. Existe por cierto un crimen, pero tiene causas reconocibles y de alguna manera la comisión del crimen se convierte en un pretexto; más importante que el mismo crimen, es el camino que conduce a que haya sido cometido. Y si seguimos en esta misma línea, ni en nuestro país ni en el mundo creado en estos relatos se ha logrado siempre castigar a los culpables ni menos aún, conocer toda la verdad.

En Martes Negro, el texto que aquí comentamos, los “detectives” no son profesionales, sino a lo más, personas que buscan saber la verdad de lo sucedido y ojalá hacer justicia; pero la justicia parece no llegar nunca ni tampoco podemos esperar con confianza el castigo de los criminales.

En esta línea de la narrativa negra asociada a la historia y a la política podemos entonces leer este Martes Negro. Como otra antología publicada por primera vez hace veinte años y titulada Cuentos en Dictadura (LOM 2003, editada por Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela), Martes Negro recoge las voces de 22 autores que quieren recordar lo vivido y recordarlo para poder contarlo. No necesariamente sus propias experiencias personales, aunque muchos de los relatos que encontramos aquí estén escritos en primera persona. La literatura permite reconocer y elaborar, a veces a través de voces ajenas, las realidades de muchos y muchas que vivieron y sufrieron a partir de los acontecimientos que rodearon el golpe de Estado de hace cincuenta años atrás.

Así pues, a través de estos relatos, nos sentimos interpelados por la aparición de una referencia a las realidades que se nos imponen a través de las palabras; reconocemos nombres de personas, de calles, de barrios, de pueblos perdidos o de ciudades que se nos hacen reconocibles y cercanas.

No podré recordar aquí ni comentar todas las historias que los autores de este Martes Negro nos han dado a conocer, y que en mi lectura se convierten en un solo gran relato a varias voces. Pero sí podemos recordar a los personajes, y las voces que nos hablan desde distintos lugares de Chile y también desde el exilio, de sus encuentros con la violencia, con el crimen, con la tortura, con el engaño, con el temor y con tantos sentimientos que nos recuerdan el “negro” y la oscuridad, la ausencia de luz que, todavía cincuenta años después, han sido la ‘marca’ reconocible de estos acontecimientos.

Al leer este relato escrito a varias manos y a muchas voces nos encontraremos, entre otros, con el personaje entrañable de Paloma, el travesti que cree llevar a una guagua en su vientre y que es asesinada al final del relato; conocemos a Ubaldo Dekker, el torturado de la Casa de la CNI Cóndor y su diálogo con Enrique Luther Mena, su torturador; también escuchamos al asesino obsesivo que, sin motivación aparente, empieza su carrera de muerte el 11 de septiembre de 1973; reconocemos a Irene y a su marido en los días posteriores al golpe; en una conversación casual, Irene da a entender que uno de sus vecinos puede ser de izquierda y luego este es detenido y desaparece para siempre. Conocemos a Miguel Sepúlveda, el marino que se convirtió paulatinamente en un soplón y al final murió asesinado; también podemos reconocer al narrador de un reencuentro de compañeros de colegio con el Flaco Gerardo quien, a pesar de las sospechas del narrador, no había traicionado a sus amigos y pudo saber tardíamente que se salvó gracias a la intervención de un militar; sabemos de la historia de Judas Gallego, el codicioso restaurador de la perdida Acta de la Independencia salvada del bombardeo de la Moneda y (supuestamente) destruida de manera definitiva en Nueva York, en el ataque a las Torres Gemelas. Un día 11 de septiembre de 2001. A través de un compañero de colegio, sabemos de René Pérez Prado, uno de los aviadores que bombardeó la Moneda y luego, sin emoción aparente alguna, da cuenta de sus hechos como parte de su obediencia debida; sabemos también la historia del coronel Anselmo Iturniego, que de niño jugaba con los soldaditos de plomo; de la experiencia dramática de una muchacha de población, que pierde a sus padres de derecha, el 11 de septiembre. Conocemos la historia del periodista Eusebio Sotomayor, a quien nadie le creyó que el golpe se daría ese martes negro; leemos la historia de Juan, el ingenuo panadero, y de la mujer que lo empuja al crimen. También conocemos el relato del miembro de la Asociación de Familiares que trabajó como periodista en su juventud en Puerto Saavedra y que va en busca de Nibaldo, un asesino y torturador. Se nos recuerda la historia de los hermanos Duvauchelle en el exilio en Venezuela, y del asesinato no resuelto de Héctor Duvauchelle, muerto con una letra L marcada en el cuerpo; un narrador sin nombre recuerda a su compañero de liceo desaparecido, Saúl Montero Zurza, apodado “el Lupa” por sus aficiones detectivescas. Su compañero dedica su vida a buscarlo, aunque sin esperanza. Leemos la historia de Sonia y su viaje al sur, a casa de sus abuelos en Neltume, y su obsesión con un vecino delator. El Gringo Joe, por su parte, es un agente norteamericano y se relata su asociación a la así llamada Operación Perseo. Recordamos también al personaje sin nombre que está marcado por la desaparición de un padre, por las ausencias, los continuos viajes y cambios, así como por la posibilidad del olvido, en el cuento “El equipaje”.

Para terminar, no puedo dejar de mencionar a Nicolás, el perro que se escondió, y con razón, ya antes de empezar el bombardeo de la Moneda y después siguió escondido y temblando, sin querer salir de su escondite. Tampoco puedo dejar de mencionar al héroe de los bajos fondos, el así llamado Ratón Mickey, un pandillero conocido, respetado y temido que ayudaba y protegía a los jóvenes de izquierda. Él murió en su ley, herido mientras asaltaba un banco. Junto al travesti llamado Paloma, el Ratón Mickey se convirtió para mí en un personaje inolvidable.

Espero que la lectura de los relatos aquí reunidos, con sus múltiples personajes, tantos de ellos cercanos y entrañables, nos permita abrirnos a conocer nuevas realidades, a recordar y a reconstruir nuestra experiencia como país. Y quiero terminar dando gracias a cada uno de los narradores de este Martes Negro: no podemos permitirnos olvidar sus historias.

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla. Gabriel García Márquez.


1 Anissa Belhadjin.“From Politics to the Roman Noir”. South Central Review, Volume 27, Numbers 1 & 2, Spring & Summer 2010, pp. 61-81 (Article) Published by Johns Hopkins University Press.