LA IGLESIA DE ISLA DAWSON

Por Miguel Lawner

Hoy se cumplen cincuenta años, desde que se reinauguró la Iglesia de Puerto Harris, restaurada por los prisioneros de guerra, que fuimos confinados en Isla Dawson inmediatamente después del golpe militar iniciado el 11 de septiembre de 1973.

A continuación, reproduzco un capítulo del libro Memorias de un Arquitecto Obstinado, que publicamos en 2013. (1)

Este es el primer dibujo que hice en Isla Dawson. Nótese que está realizado en el cuaderno escolar de una de las
hijas del comandante, bajo cuyo mando estábamos confinados.

Recortada sobre una loma que domina la aldea, se observa a lo lejos una robusta construcción de madera. Consulto sobre su destino al sargento encargado de nuestra custodia, y me aclara que se trata de la Iglesia de Puerto Harris. No está muy seguro, pero cree que está abandonada desde unos 30 años.

Durante la pausa del mediodía presto atención a los detalles de la construcción posibles de captar desde nuestra ubicación. El edificio parece revestir algún interés arquitectónico, y solicito al sargento autorización para visitarlo. Accede y ordena a la patrulla la vigilancia de los demás compañeros, mientras ambos nos encaminamos hacia la iglesia efectuando un rodeo, a fin de eludir el contacto con los lugareños.

Debemos hacer grandes esfuerzos para acceder hasta la meseta donde se alza la iglesia, ya que es necesario remontar un pequeño talud de fango, que cede al pisarlo. Sorteamos cuidadosamente las matas de calafates dispersas en desorden alrededor del templo, y que nos obstruyen el paso con la agresividad de sus espinas. Champas revueltas de coirón se arrastran por los escasos claros del terreno, o intentan trepar por las bases de los pilares.

Giramos en torno a la construcción abriéndonos paso gracias a la habilidad del sargento en el manejo de una hachuela que esgrime abatiendo los matorrales. Asomamos la cabeza a través de uno de los ventanales, evitando el degüello con los restos de vidrios adheridos a sus marcos. Se observa un interior despojado de mobiliario y de imágenes, con abundancia de desperdicios: tablones, trozos de latas, tarros oxidados de conservas, periódicos arrugados, clavos sueltos, hojas de cuadernos colegiales, o envases de plástico.

La construcción fue ejecutada íntegramente con madera, obviamente el único material de construcción disponible en la isla. Es un cuerpo rectangular de unos 20 metros por 8, con la techumbre en planchas onduladas de zinc, y una inclinación muy pronunciada cayendo a dos aguas. Robustas basas de coigüe, labradas con hacha de los bosques milenarios que poblaron la isla, se emplearon en la confección de los cimientos y también para pilares y envigados de piso y cielo. No se percibe la existencia de piezas podridas o desaplomadas.

La iglesia consiste en una sola nave, con un pequeño altillo destinado al coro. Adosada a un costado, se alza una torre que contiene una escalera subiendo en espiral hasta rematar en el campanario, protegido por una espigada cubierta a cuatro aguas, sobre la que se eleva una cruz metálica notablemente inclinada.

El ingreso está protegido mediante un atrio más bajo que la nave principal, abierto como una terraza con balaustres de madera tallados en un rústico estilo barroco americano.

En el exterior frente a la entrada, nos llama la atención un espeso matorral que parece ocultar algo. El sargento vuelve a hacer uso de la hachuela hasta comenzar a descubrir lentamente la existencia de un busto colocado sobre un modesto pedestal de hormigón que luce una placa de mármol muy sucia, con un texto imposible de leer. Arrancamos una champa de coirón para limpiarla, y atónitos constatamos que el busto está dedicado a monseñor Fagnano, con el siguiente texto:

MONSEÑOR JOSE FAGNANO
CIVILIZADOR DE LOS ONAS
TEHUELCHES, YAGANES
Y ALACALUFES
FUNDO EN ESTA ISLA (1889)
LA MISION SALESIANA DE SAN RAFAEL.

Me vuelvo a observar la iglesia, esta vez con mayor respeto. Debe ser obra de los misioneros que intentaron evitar el exterminio de las tribus aborígenes a fines del siglo XIX, por lo que se aproxima a los cien años de vida. Su arquitecto y constructor tiene que haber sido alguno de los frailes italianos que acompañaron a Fagnano.

Fue construida en uno de los lugares más remotos del planeta, careciendo de herramientas y de mínimos recursos tecnológicos, con una obra de mano inexperta, y, sin embargo, su factura revela un alto nivel de maestría. La construcción reclama con urgencia algún mantenimiento, pero es admirable que su estructura haya resistido indemne el embate de los aguaceros y vendavales patagónicos. Se trata de una reliquia digna de ser preservada tanto por su noble origen como por sus méritos arquitectónicos. No es común encontrar en Chile semejantes estructuras de madera en tan aceptable estado de conservación y ubicada en el rincón más austral del planeta.

Regreso entusiasmado a comentar este hallazgo con mis compañeros, y después de un intercambio de opiniones, surge la idea de restaurar la iglesia. Algunos comecuras son escépticos, otros ironizan respecto a las intenciones de este judío converso, pero predomina la opinión de poder dedicarnos a una tarea éticamente relevante, en vez de estar forzados a cumplir labores sucias o estériles, como limpiar cauces o letrinas.

Al arribar al campamento una vez concluida la jornada de trabajo, me presento al comandante Fellay, y le propongo dedicar nuestros esfuerzos a la restauración de la iglesia. Medita algunos instantes, desconcertado al escuchar una idea tan insólita como inesperada, proveniente de individuos a quienes se calificaba en esos días como perversos anticristos. Pero recuperando rápidamente su apostura, contesta con la habitual lógica castrense:

“Positivo. Tiene dos horas para hacer el proyecto”

Contesto que es imposible. La iglesia ha permanecido abandonada durante 30 años, y yo debo hacer el proyecto en dos horas. Le explico que es necesario hacer un reconocimiento más cuidadoso y efectuar un levantamiento de la construcción para lo cual se requiere una huincha de medir.

“Conforme – concluye tajante – “mañana en la mañana irá a tomar las medidas y al regreso tendrá los implementos de dibujo. En la noche entregará el proyecto “.

Así fue como me hice de lápiz y papel. Hasta ese momento eran artículos que nos estaban prohibidos. Se había autorizado poco antes el envío de cartas a nuestros familiares, que debíamos escribir los días sábado en una hoja de papel que nos proporcionaban a cada uno, junto con cinco lápices que debíamos rotar entre nosotros, y devolver junto con la entrega de la correspondencia.

Al día siguiente, recibo un lápiz y un cuaderno de colegial con 50 hojas debidamente numeradas para evitar que alguna pueda desprenderse con otra finalidad. Junto con el sargento y con Lucho Vega(2) que se ofrece como ayudante, efectuamos un reconocimiento prolijo del edificio, deslizándonos de espalda por el suelo para examinar las fundaciones, registrando el estado de la estructura, de los muros, cielos y pavimentos. Tomamos las medidas, y regresamos a la barraca donde me concentro en la elaboración de un proyecto factible de ejecutar con las limitaciones existente en la isla, y lo entrego al comandante quién lo aprueba y ordena poner manos a la obra.

A partir de ese día nos entregamos apasionados a una tarea que nos motiva y nos restituye la dignidad. Debemos aguzar el ingenio para sacar provecho de los escasos recursos disponibles. Utilizando el aceite quemado que se emplea para lubricar los vehículos militares, iniciamos la faena de barnizar los tinglados de madera que cubren los paramentos exteriores, ávidos de recibir una capa protectora.

Escarbando cuidadosamente con un trozo de vidrio roto, descubrimos que el fondo de los aleros fue originalmente concebido con una pintura policromada, en hermoso contraste con el tono oscuro de los revestimientos de madera. El padre Cancino(3), que ha asumido con entusiasmo la restauración de la iglesia, se las arregla para traer desde Punta Arenas, tarros de pintura de colores amarillo, blanco y rojo, con los que pintamos el alero en forma de cuadrículas concéntricas, conforme a los clásicos cánones renacentistas. Orlando Letelier y Lucho Vega se apropian de esta tarea, introduciendo sus propias variantes al rigor estilístico que yo me esfuerzo por cautelar.

Clodomiro Almeyda se esmera en afianzar los nuevos vidrios de las ventanas, recorriendo sus contornos mediante una espátula, con la cual recoge la masilla que empuña en su mano izquierda. Confiesa que es la faena más útil realizada en su vida, ya que él, como buen sociólogo, se autocalifica como un “especialista en cosas inútiles“.

Carlos Jorquera, Jaime Tohá, Benjamín Teplitzky y Sergio Bitar asumen la más pesada de las faenas: raspar con trozos de vidrio roto, el entablado de piso que cubre una superficie cercana a los 100 m2. Es una faena agotadora que les provoca dolores lumbares porque se realiza en cuatro patas, pero que los gratifica cuando logramos restablecer el rojo encendido de los tablones, brillantes una vez encerados. Además, Jorquera se encarga de amenizar la actividad, entonando la inconfundible melodía del himno “Venceremos” de la Unidad Popular con las palabras: “enceremos … enceremos”.

Lucho Matte y Hernán Soto, arriesgan de verdad el pellejo, en cuclillas sobre la empinada techumbre mientras pintan las planchas de zinc con una capa de azarcón color rojo. Los intensos vientos polares nos obligan a tener siempre un ojo alerta en la eventualidad de una caída, pero no se inmutan. Mantienen un galón de pintura en su mano izquierda, mientras avanzan pintando un tramo con la otra mano. Una vez que lo concluyen, dan un saltito de costado a manera de una rana, prosiguiendo su faena hasta llegar al borde del faldón. Luego se devuelven un tramo más arriba, y así sucesivamente.

El Padre Cancino culmina su preocupación por equipar la iglesia en forma apropiada, y aparece con un altar de madera finamente tallado, que instalamos con toda solemnidad, junto a unos robustos cirios y otros implementos. Nos confiesa la firme: el altar proviene de un barco peruano atrapado en la guerra del Pacífico. ¿El Huáscar? Sonríe enigmático sin responder, dejando abierta la opción. La luz penetra a través de los ventanales recuperados y alumbra el flamante altar acentuando sus hermosas líneas, mediante el juego dramático de luces y sombras arrastradas, propio de las latitudes australes.

El 6 de diciembre, a menos de un mes de iniciadas las faenas, el comandante Fellay me cita para comunicarme que a partir del día siguiente cesa el trabajo de los presos en la iglesia, y que -en cambio- los cien integrantes de la compañía naval trabajarán durante todo el día siguiente bajo mis órdenes, hasta concluir las obras ese mismo día, e inaugurar la Iglesia el 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción.

Junto al sargento que nos ha acompañado con entusiasmo en la restauración del templo, me cabe la insólita responsabilidad de ordenar tareas a los mismos guardias que hasta el día anterior nos han fustigado, en ocasiones con severidad. Es el mundo al revés. No logramos sacarles trote, ya que su astucia para eludir la pega, supera largamente a la nuestra. Ninguno osa encaramarse a la techumbre, cuya pintura ha quedado inconclusa. El sargento ordena atarlos con sogas, a fin de garantizar su seguridad, pero todo es en vano ya que se esfuman en cuanto les quitamos la vista. Ni siquiera los disuade la amenaza de enviarlos al calabozo por desobedecer las instrucciones.

Cansado de perder el tiempo intentando disciplinarlos en alguna actividad, el sargento los fleta a todos de regreso al campamento, castigados por el día a ración de pan y agua. Nos quedamos solo nosotros dos, dando los últimos toques a la escalinata de madera que hemos proyectado a fin de facilitar el acceso a la loma. Son las nueve de la noche cuando concluimos la faena, gracias a la destreza del sargento para trozar en dos los troncos de diez pulgadas de diámetro, que instalamos para servir como gradas de la escalinata.

Damos algunos brincos para comprobar la resistencia de nuestra obra, y nos sentamos un momento, fatigados, enjugándonos el sudor y echando un vistazo en redondo, satisfechos de la obra ejecutada. El perfil de la iglesia luce más dramático en la penumbra del crepúsculo, acentuado por el silencio natural en esas soledades. Una bandada de bandurrias se posa graznando con su habitual estridencia sobre las ramas de una arboleda próxima, cuando el sargento me indica con la mano un matorral en las proximidades y me dice: “Allí hay algo que le manda mi señora“

Me dirijo al lugar señalado, en medio de toda suerte de conjeturas, y efectivamente descubro escondido entre las zarzas, un paquete en papel de envolver. Al abrirlo, constato que en su interior hay dos grandes frascos de vidrio conteniendo mermelada de calafate, de indudable confección casera. Un tesoro para quienes estamos acosados por el hambre.

El sargento ordena en seguida que abordemos el jeep para regresar al campamento. Durante el viaje no cruzamos una sola palabra, sacudidos por la calamina de la ruta. Unas lágrimas se deslizan por mi mejilla, y no me atrevo a dirigir la mirada hacia el rostro del sargento, que conduce el vehículo casi con ira. Presumo que lo embargan sentimientos análogos a los míos.

Al día siguiente, 8 de diciembre, la iglesia se inauguró en un ambiente innecesariamente tenso, ya que los maestros restauradores del templo fuimos invitados a asistir a la ceremonia desde las alturas, apretados en el diminuto coro bajo atenta vigilancia armada y severas instrucciones de permanecer en silencio. La planta baja de la nave acogió al personal de la marina y a sus familiares, que siguieron inquietos -debido a nuestra presencia- el sobrio oficio religioso conducido por el padre Cancino. Al término de la ceremonia, se aprovechó la ocasión para que algunos niños realizaran la primera comunión, en un templo irreconocible unas semanas antes.

Miguel Lawner. 08.12.2023.


1 Memorias de un Arquitecto Obstinado. Ediciones de la Universidad del Bío Bío, asociada con Facultad de Arquitectura U. de Chile y Lom Ediciones. Arquitecto Pablo Fuentes. Editor.2013.
2 Abogado detenido en Valparaíso inmediatamente después el golpe militar, junto con otros siete compañeros, todos los cuales fueron bárbaramente torturados en el buque escuela Esmeralda durante una semana, tras lo cual fueron confinados en la Isla Dawson.
3 Capellán enviado a la Isla para atendernos. Al comienzo estaba aterrado de acercarse a nosotros, aterrado
por la divulgación del Plan Z, infundio publicado por la dictadura, conforme al cual, el gobierno de Allende se aprestaba a pasar a degüello a toda la oficialidad de las fuerzas armadas, con motivo de la parada militar en septiembre de 1973.