A continuación reproducimos el prólogo de la antología de microrrelatos UNIVERSOS BREVES escritos en idioma español elaborada por Francisca Noguerol, profesora de la Universidad de Salamanca. La antología fue encargada por el Instituto Cervantes a la doctora Noguerol para una edición en idioma portugués, en Brasil, publicada por la editorial COBOGÓ en 2022.

El libro incluye microrrelatos de las autoras y autores: Esther Andradi; Jorge Ávalos; Alberto Barrera Tyszka; Pía Barros; Bibiana Bernal; Raúl Brasca; Guillermo Bustamante Zamudio; Homero Carvalho Oliva; Rafael Courtoisie; Lilian Elphick; Lorena Escudero Sánchez; Patricia Esteban Erlés; Cecilia Eudave; Henry Ficher; Marco Flecha Torres; Miguel Gomes; Ibeth Guzmán; Rafael Ángel Herra; Fernando Iwasaki; Enrique Jaramillo Levi; Isabel Mellado; José María Merino; Agustín Monsreal; Diego Muñoz Valenzuela; Andrés Neuman; Julia Otxoa; Kras Quintana; Ednodio Quintero; Solange Rodríguez Pappe; Nana Rodríguez Romero; Alberto Sánchez Argüello; Rolando Sánchez Mejías; Ana María Shua; Ricardo Sumalavia; Aida Elizabeth Toledo; Luisa Valenzuela; Ana Lydia Vega; Laura Elisa Vizcaíno; José Zelaya

UNIVERSOS MENUDOS:
MICRORRELATOS EN ESPAÑOL
Francisca Noguerol
Universidad de Salamanca

Hace la friolera de treinta años, publiqué mi primer artículo sobre el microrrelato. Por entonces, yo era una muchacha en sus veinte años que, en la universidad de Sevilla, había descubierto unos textos con los que disfrutaba especialmente: en ellos se conjugaba el espíritu lúdico con la pasión por las palabras, la reflexión crítica con la seducción, por lo que galvanizaban a sus receptores gracias a su quintaesenciada expresión. Hasta tal extremo llegó el fervor que, cuando me tocó elegir tema de tesis doctoral, opté por adentrarme en la poética de Augusto Monterroso, autor canónico en aquella modalidad textual que, por entonces, no recibía siquiera nombre; o, mejor dicho, atendía a demasiados, entre ellos minicuento, micro—relato, microficción y short—short story.

Los amantes de aquellos textículos —Cortázar dixit— sabíamos que sus líneas, por entonces consideradas por la academia pasatiempos rateros (o, lo que es lo mismo, para pasar el rato), nos zambullían en los veneros más gozosos de la experiencia literaria, donde se exploran sin pudor los recovecos de ese prodigioso enigma que denominamos lenguaje. Signadas por la libertad, subvertían cualquier tipo de convención literaria para asumir, con orgullo, su condición desgenerada. Puesto que en ellas la densidad sémica corría pareja a la indefinición semántica, exigían la complicidad de sus lectores, que debían estar atentos para desentrañar las múltiples interpretaciones sin salir escaldados de la experiencia.

Pronto constaté, además, que sus creadores eran enemigos del concepto de Fast Fiction —repentina e improvisada—, por lo que desarrollaban un trabajo minucioso en el sentido etimológico de la palabra: cuidadoso, preocupado por la exactitud de la expresión, certero. De ahí el título de esta antología –“Universos menudos”—, elegido porque menudo define algo pequeño pero, también, delicado y exacto en su composición.

Y es que los mejores microrrelatos, con escasas excepciones, permanecen en el cajón del escritorio el tiempo suficiente para ser revisados en más de una ocasión. Recurriendo a un lenguaje elusivo y alusivo a partes iguales, responden a lo que supo sintetizar en tres líneas el venezolano Gabriel Jiménez Emán: “Me convenzo ahora de que la brevedad es una entelequia cuando leo una línea y me parece más larga que mi propia vida, y cuando después leo una novela y me parece más breve que la muerte”.

Hablamos, pues, de una literatura al filo de la navaja, que encuentra su expresión más certera en la palabra escrita. Así lo señalan los más afamados cuentacuentos, quienes equiparan el microrrelato a la poesía por su condición compacta, donde cada palabra vale su peso en oro por el lugar que ocupa: textos, en fin, en los que la red de pescar solo puede ser arrojada una vez. Pero ¡qué maravilla cuando se halla el filón! Las palabras, entonces, se electrizan, fungiendo como disparadores y provocando epifanías inagotables —e inolvidables— a pesar de su escasez.

La búsqueda de la sorpresa explica la frecuente adscripción del microrrelato a los mundos de lo insólito —extraños, grotescos, fantásticos, maravillosos—, en los que se violentan los límites entre realidad y ficción. De ahí que la primera antología en español sobre el tema, editada por Jorge Luis Borges y Bioy Casares, se titulara Cuentos breves y extraordinarios (1953), a la que siguió otro volumen de nombre significativo: El libro de la imaginación (1970), a cargo del mexicano Edmundo Valadés.

Por otra parte, debe destacarse el rol jugado por el silencio en estos textos, definidos frecuentemente como desnudos, parvos, parcos, leves o lacónicos. Como señala Luisa Valenzuela en “Taller de escritura breve”: “La primera y quizás única (a mi entender) regla del microrrelato, aparte de su lógica y antonomástica brevedad, consiste en estar plena y absolutamente alerta al lenguaje, percibir todo lo que las palabras dicen en sus variadas acepciones y, sobre todo, lo que NO dicen, lo que ocultan o disfrazan”. De ahí que haya sido presentado como un ejercicio en el que importa tanto contar como descontar, pues atiende, ante todo, a la elocuencia del silencio1.

En este leonardesco “arte di levare”, marca la diferencia el hecho de que los textos sean vistos de un solo golpe de vista, lo que regodea al ojo y contribuye a la percepción “física” de las palabras, en una asunción de la obra cercana a la que se manifiesta en la percepción poética. A ello contribuye la utilización de signos suprasegmentales como la coma, el punto seguido y el punto y aparte, que dan lugar a frases más paratácticas que hipotácticas y a textos con ritmo tan marcado como fragmentario.

Destaco, asimismo, el recurso a estrategias expresivas proclives a los huecos. Es el caso de la transtextualidad –que obliga a recabar información de pre-textos–, la metaficción –que cuestiona los límites de la escritura—, el humor y la ironía –que privilegian la expresión oblicua y el sobrentendido— y, finalmente, la imagen —que permite lograr un coágulo conceptual alrededor del cual surgen las palabras.

Llega ya el momento de hablar de esta antología, cuyo encargo agradezco al Instituto Cervantes porque me ha permitido disfrutar con la lectura de textos extraordinarios, elegidos con total libertad por quien suscribe estas líneas. En ella se reúnen diecisiete mujeres y veintidós hombres indiscutibles en el ámbito del microrrelato en español. Procedentes de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, cada uno de ellos me ha permitido seleccionar un microrrelato entre algunos inéditos para conformar el presente volumen, generosidad que quiero subrayar en esta introducción.

En la selección se reúnen varias generaciones de escritores, algunos canónicos y otros menos conocidos. Desde la decana Luisa Valenzuela al joven José Zelaya, constituyen un conjunto de voces donde algunos países —Argentina, Chile, Colombia, España, México, Venezuela— disfrutan de especial representación por su tradicional interés por el tema que nos convoca. Destaco la gran diversidad de tendencias que se aprecia en los textos: desde las minificciones comprometidas con el mundo en que vivimos, muy frecuentes entre las que recibí y que dan idea de la tensión que solivianta nuestros extraños días—, hasta las que apuestan por los mundos insólitos, los juegos lingüísticos o la reflexión filosófica.

En todos los casos se aprecia la vitalidad del microrrelato, que desde finales del siglo XX disfruta de especial proyección —a la que sin duda ha contribuido el imperio de la brevedad en las comunicaciones— pero que, de ningún modo, puede ser banalizado, siendo necesario deslindar los textos verdaderamente valiosos de la Fast Fiction. De ahí que este volumen haya sido planeado como instrumento de divulgación, encaminado a hacer disfrutar con la lectura y, asimismo, a mostrar qué es un buen microrrelato y cuáles son sus principales cultores en español. Así lo hicieron antes antologías modélicas como La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas (Antonio Fernández Ferrer, 1990), Por favor, sea breve. Antología de relatos hiperbreves (Clara Obligado, 2001) o La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (David Lagmanovich, 2005), cuya senda espero seguir.

Concluyo expresando mi alegría por el hecho de que este volumen aparezca en Brasil, país con el que me unen estrechos lazos personales y señero en la práctica de la microficción. Dan fe de ello sus ilustres antecedentes (Machado de Assis, Oswald de Andrade, Lima Barreto), sus continuadores (Drummond de Andrade, Lispector, Eno Theodoro Wanke, Moacyr Scliar, Wilson Bueno) o Elias José, que colocó en el subtítulo de O tempo, Camila (1971) por primera vez el marchamo de míni-contos. La excepcional salud del microrrelato se mantiene hoy de la mano de los canónicos Dalton Trevisan y Marina Colasanti, seguidos en el ámbito específicamente literario por nombres como los de José Eduardo Degrazia y Fernando Bonassi y, en el plano trans- e intermedial, por propuestas tan estimulantes como las de Ana Mello o Carlos Seabra.

Sirva Universos menudos, pues, para extender puentes culturales a través del microrrelato, esa radiante brevería que algún día definí en unas lúdicas y breves líneas —no podía ser de otro modo— con las que cierro mi exposición:

ABC del microrrelato
Acrobático, brioso, certero, chispeante, desnudo, elegante, flexible, glosador, hipnótico, impactante, jalador, kinésico, lúcido, llameante, musical, neotérico, ñudoso (que también aparece en el diccionario), oblicuo, pronto, quijotesco, resuelto, sobrio, terso, ubérrimo, veloz, xilofónico, yoyó, zahareño.


1 Bien lo supo ver en el ámbito lusófono Francisco Maciel, que tituló uno de sus artículos “Do conto ao microconto: a estilística do tácito, a temática do nefando em Dalton Trevisan” (2003).