Editorial Zig Zag, 213 páginas

Por Antonio Rojas Gómez

Guarello es un conocido periodista, que, como muchos de sus colegas, incursiona también en las lides literarias, que pueden tener similitudes, pero en el fondo son muy diferentes de las periodísticas. En esta novela, de corte policial, el autor sale bien parado. Presenta a los lectores, de manera muy explícita y con notable claridad, un mundo del que todos creemos tener algún conocimiento, pero del que en realidad sabemos poco: el de los futbolistas de elite, un grupo de chilenos surgidos de los estratos más bajos del escalafón social, que han triunfado en Europa, juegan en los clubes más renombrados del mundo y ganan sueldos millonarios en euros o en dólares.

Los personajes de esta novela son los integrantes de la selección chilena de fútbol, la Roja que la llaman. Y el escenario es el complejo deportivo Juan Pinto Durán, en donde se preparan para sostener dos partidos por las eliminatorias del campeonato mundial de fútbol.

Pero claro, esta historia es una ficción. Los personajes no son los jugadores que conocemos y aplaudimos. Tienen otras identidades. Pero resultan muy convincentes. Uno de ellos muere, en el camarín de Juan Pinto Durán. Se supone que otro lo ha asesinado. Sin embargo, el caso se archiva rápidamente como presunto suicidio. Al muerto lo hallaron colgado de una viga con su cinturón atado al cuello.

A pesar de todo, hay un policía que duda. Se llama Maikol Aqueveque, y aunque el caso está cerrado, decide seguir investigando por cuenta propia y pasa tres o cuatro años en ello.

Juan Cristóbal Guarello no es periodista policial; tal vez si lo fuera, el policía porfiado descubriría la verdad. Pero Guarello es del ámbito deportivo y está más interesado en mostrar a sus lectores las vivencias de los futbolistas de elite que las pericias detectivescas.
Un personaje importante en el libro es Rebottaro, un argentino que se transforma en el agente que gestiona las carreras de los futbolistas chilenos, y les roba sin piedad. Es un tipo muy desagradable, sin ninguna moral, y que al final recibe su merecido. Pero no nos adelantemos al final. Llegará a su debido tiempo.

Antes de que eso ocurra conocemos a un grupo humano diverso, a pesar de que todos viven en torno al fútbol. Y nos percatamos de sus intimidades. Vemos de qué manera, sin que lo adviertan, aquellos ídolos de multitudes son manipulados con el dedo meñique por su representante; conocemos las estratagemas de este para estafar a los cracks, presenciamos, también, las rivalidades entre los jugadores, en especial de los mayores con los jóvenes, que fatalmente tendrán que reemplazarlos algún día. Y da un poco de pena comprobar que el dinero que ganaron con tanta facilidad, y abundancia, en sus escasos años de actividad, se les escapa como arena entre los dedos. Claro que también hay una excepción, William Colipi, un muchacho del sur, de ascendencia mapuche, por lo que es descalificado por los consagrados, que además pecan de racistas. La madre de Colipi, de buen nivel educacional, no se deja embaucar por el argentino Rebottaro. Este muchacho Colipi es un personaje que se distingue por las diferencias que presenta con el resto de los futbolistas. Su inclusión es uno de los mayores aciertos de la novela.

Hay otros, como mostrar las interioridades en el manejo no solo de los contratos de los futbolistas, sino del fútbol mismo, de la institución que lo maneja. Parece que los dirigentes de los clubes fueran tan elementales como los jugadores. Pero claro, es lo que ocurre en la novela, nadie dice que sea así en la realidad.

El libro se lee rápido, la historia está bien contada, con una prosa ágil, clara, escrita con corrección. Se llega rápido al final que sorprende, y que el detective Maikol Aqueveque no consiguió desentrañar. Un muerto en el camarín tiene los condimentos ideales para sazonar una novela: la selección chilena de fútbol y un crimen. ¿Qué más se puede pedir?