Por Omar López

La guerra es y será el reino de la violencia y de la muerte:  no importa época, razones o circunstancias.  La guerra es el ejercicio del horror y el sufrimiento donde la gente, el pueblo, la comunidad es agredida, abusada y exterminada en la raíz de sus sueños y en el espacio de su dignidad.  La guerra no tiene justificación alguna y menos, sentido humano.     La guerra posee el lenguaje de la destrucción y el fuego que la alimenta reduce a cenizas no solo jardines y bosques; también futuro y confianzas; infancias y juventudes; serenidad y tiempo.

Luego… aquellos países que ya tienen un trágico historial de invasiones, genocidios, campos de concentración, racismo, hambrunas   y miserias humanas de toda índole y que están diseminados en todos los continentes de antiguas civilizaciones, vuelven a cometer los mismos  errores y acuden a los mismos argumentos para perpetrar sus crímenes o sus venganzas.  Desde la guerra en los años 70 de Israel contra los estados árabes y palestinos, pasando luego por el desmembramiento de la ex Yugoslavia a fuerza de bestialidades diversas entre serbios, bosnios y croatas hasta los intentos de los estados islámicos en el medio oriente, ha corrido mucha sangre bajo el puente de la indolencia y otras complicidades.  Sangre humana y generalmente, sangre pobre.  Y aquí no se trata de estar en este lado de la trinchera o en el otro.  Tampoco de banderas y líderes.   Cada bomba es una herida profunda en el planeta, en el nuestro, en el único.  Cada muerto en combate no es un héroe, es una persona menos que tenía derecho a la vida y más allá si era un director de escuela, un músico o un eventual científico, no estaba diseñado para matar o ser asesinado.  La guerra es veneno y   es   una estupidez del pensamiento   y cada moneda invertida en armamentos es y será siempre, una ganancia para los mercaderes de la guerra. 

La paz mundial, todavía con el peso de muchas contradicciones e injusticias, está seriamente amenazada:  las grandes potencias y sus organizaciones internacionales abren sus carpetas de intereses y cálculos políticos; sus baúles de finanzas y dependencias de suministro energético; sus tumbas de retóricas torcidas y sus máscaras de unidad contra el cuco de turno   pero también mueven sus ejércitos y aceitan la maquinaria de sus verdugos.  La paz, aun enferma de pandemia, narcotráfico y pobreza escondida está durmiendo por estos días en un albergue precario y oscuro, pero es necesario defenderla.  Es urgente de nuevo, repartir la “Paloma” de Picasso en la multitud y en los ojos de los niños, de los ancianos, de los trabajadores, de los campesinos, de los intelectuales, de los perdidos.     

Naturalmente, los países invadidos tienen todo el derecho de defenderse, así como cada dictadura impuesta a sangre y fuego, como ocurrió en nuestro país, debe ser combatida hasta recuperar al menos un sistema democrático, pero la guerra es un túnel perverso e inútil para la especie animal, humana y el medioambiente.

Omar López

El Tabo, 26 de febrero 2022.