por Berta López Morales

La poesía de Matías Rafide surge como la construcción de una realidad que se abstrae de la experiencia vital y personal “desde el hueco del mundo” donde la naturaleza, el hombre o las cosas adquieren inusitado relieve o se revelan en asombroso abismo.

Su lírica contiene una doble tensión, pues a partir del mundo experimentado como “fosa de ausencia”, propone otro cuya escritura persigue lo vacuo, lo aparente, lo equívoco del universo original. Todo está sujeto a una suerte de negación que confiere realidad existencial a los contrarios: Busqué vivir/ Y equivoqué mi muerte (Autobiografía minúscula). En ella la plasmación de su mundo poético exige una traducción verbal que debe reflejar la desnudez de sus girasoles, ciudades o palomas. En esta perspectiva, podríamos afirmar que el misterio y la seducción que emana de su canto y que nos lo hace viviente, aunque de manera sobrecogedora en algunas oportunidades, reside en el intento riguroso de traspasar la realidad inmediata, desfigurándola a veces, asumiendo que lo real es solo la apariencia de una realidad oculta, trágica quizás en la que la vida es un Fantasma con cifra/ equivocada. Mueca /fugaz que inventa/ nuevas máscaras. (“Vida” de Antevíspera).

Entonces, ¿cuál es la clave de esta poesía oscilante, entre un nihilismo metafísico y un platonismo, que persigue en la constante sustantivación lo inasible y la totalidad del cosmos? La negación de esta apariencia de realidad funda un antimundo en contradicción con los supuestos convencionales que definen lo inmediato, Regresan los relojes. Y hasta / el ojo da un paso atrás. / Qué pavoroso viaje / en estación equívoca (“Ángel sonámbulo” de El Huésped). De este modo, la exploración poética nos descubre una realidad fantasmal, máscara sobre máscaras que el lenguaje deshoja y devela para mostrarla como una imagen inversa de la cotidianeidad. Lo inanimado cobra movimiento: El asfalto dobla / las últimas esquinas (“Transeúnte negro” de El Huésped); el tiempo no fluye: Engañoso puente/ suspende el lento pasar / del río (“Poemas temporales” de Antevíspera) o es susceptible de alongarse en la materialización de la inercia: En vano, una mujer prolonga/ la lentitud del mediodía (“Transeúnte negro” de El Huésped).

En consecuencia, lo singular de su escritura poética es la inversión del mundo, que torna confusos los límites de lo real, incluso los de la existencia. La muerte, en su anticipación más bien, tiene las connotaciones de una cosmovisión casi geométrica en su pureza; la abstracción de la forma y del espacio origina una poesía de luz y de sombra, de alguna pincelada amarilla que recuerda, por extraña asociación, la pintura de Miró y acentúa la sensación de un mundo vacío, de esqueletos ambulantes sobre su propia muerte, por ejemplo, en Antevíspera. Tal universo no podría reflejar otras luces que la oscuridad y el silencio.

Escritura sustancial, que esquiva los artículos y los salta para mostrarla en todas sus aristas, en todos sus matices, pletórica de significados que no desvían la singularidad de la materia poetizada; tal vez la ausencia de determinativos otorga esa desnudez y transparencia que subsume la emoción, para privilegiar los conceptos y las entelequias del hombre contemporáneo. Esta poesía de sustancias, de escaso movimiento, inesperadamente busca la adjetivación transfigurada, no por simple capricho sino por una necesidad de conferir al verbo nuevas resonancias y significaciones. La poesía de Matías Rafide encarna al hombre de nuestro tiempo inmerso en su soledad, en su angustia y en el absurdo de su existencia.