NOVELA NEGRA: ENTREVISTA CON JULIA GUZMÁN WATINE
Bartolomé Leal

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Tú has reflexionado sobre el tema de la dicotomía entre lo policial y lo noir. ¿Cómo lo ves?

Cuando me introduje seriamente en el género policial tenía nociones muy generales o poco precisas de la relación entre lo policial de enigma y lo noir. Contaba con una conciencia tangencial de ese conocimiento que se debía al cine negro y algunos referentes de la novela negra norteamericana. Por esa limitada noción, me costó relacionar el género negro con la literatura negra chilena, sobre todo con la saga de Ramón Díaz Eterovic que seguí y sigo atentamente. De hecho, mi novela Juegos de villanos surge como consecuencia de lo cautivada que me siento y he sentido con sus novelas. Volviendo a tu pregunta, cuando estaba escribiendo ese relato, no tenía conciencia si sería novela policial (de enigma) o negra. Y como ya lo he señalado en otras oportunidades, Rolando Menéndez, escritor cubano que vive en Madrid, fue quien hizo que me decidiera entre las dos variantes (enigma o noir) y, naturalmente, me invitó a que escogiera la más oscura, la más intrincada y difícil de tratar. Me di cuenta de que mi novela no estaba terminada.

¿Se refleja eso en la construcción de Miguel Cancino, tu personaje protagonista?

Miguel Cancino, como buen aprendiz de Heredia, tuvo que levantar la alfombra e ir a las causas de la fechoría, no quedarse en el crimen mismo; tuvo que poner un lente de aumento y, así, desenmascarar las fuerzas que movían sus hilos impunemente y sin temor. Por mi parte, para darle consistencia a la historia, tuve que retomar la investigación, entrevistar a testigos de un delito pasado y armar la lógica de la canallada. En resumen, en la primera versión (e inacabada de la novela) se lograba un equilibrio después de la adquisición de la verdad, sin tanto escarbar en la sociedad que permitía que se produjera el delito. En esa primera versión no ponía en peligro a mi detective, solo estaba sometido a sus miedos existenciales; en la versión negra, tuve que apelar casi a un milagro para salvarlo. Por último, la crítica a la sociedad, este develamiento de corrupción y crimen, se mantuvo durante todo el relato (quizás por eso Rolando Menéndez esperaba una conclusión negra de la novela) y la segunda versión solo reafirmó la tendencia de descontento que se venía dando desde el comienzo.

¿Reconoces fuentes en tu aprendizaje del tema?

Para seguir desarrollando la relación entre el relato de enigma y negro, me ha ayudado bastante el libro Le roman policier de Yves Reuter. Él plantea que la novela de enigma tiene dos historias. La primera es la del misterio, asesinato y del culpable. Sin embargo, esta acaba antes de que comience la segunda historia: el relato de la investigación del detective y de la construcción de la primera historia. Entonces, el discurso de la investigación se construye sobre el gran silencio de la primera historia. Yo estoy plenamente de acuerdo con esta explicación de la estructura de novela de enigma, sin embargo, este modelo, también creo que se da en la novela negra: el detective del género negro también intenta reconstruir a través de su historia, la primera narración, que es ocultada intencionalmente.

¿Puedes abundar en ese punto?

Por otro lado, entre las distinciones que profundiza Reuter y que quiero mencionar, el autor señala que el saber es fundamental en la novela de enigma y que, en cambio, en la novela negra, la acción y las aventuras desplazan esa voluntad de enterarse. Lo anterior puede manifestarse en algunas novelas como, por ejemplo, en D’ont disturb de Eduardo Contreras Villablanca, donde el suspenso envuelve persistentemente el relato desde el comienzo. Sin embargo, desde mi perspectiva, si bien se privilegia la incertidumbre acerca de la suerte del protagonista por sobre la investigación, hay también una búsqueda de la verdad. Y eso se relaciona con las dos historias del relato policial de enigma y negra, aunque la segunda privilegie, en algunos casos, la acción y el suspenso. Además, en tu artículo «Novela negra ayer y hoy. Permanencia del paradigma semiótico», tú señalas que la novela negra de Henning Mankell, Donna Leon, Andrea Camilleri o Ramón Díaz Eterovic se acercan a aspectos formales del relato policial de enigma y eso cuestiona lo propuesto por Reuter. Con estos ejemplos y otros del género negro, se puede apreciar una tensión entre esa voluntad de descubrir y las penurias que vive el héroe.

También has trabajado la temática del éxito y el fracaso en la búsqueda de la verdad y la reparación. ¿Cuál es tu propuesta en lo específico del género policial/noir?

Aquí se presenta otra diferencia entre lo policial de enigma y lo negro. En el relato de enigma se obtiene la verdad, se recrea la primera historia escondida y con eso viene el éxito del detective, se recobra el equilibrio y casi no se llora a la víctima. En la novela negra hay muchas formas de fracaso. El más benigno es el hallazgo de la verdad, pero sin que se recupere la armonía perdida ya que la impunidad acompaña dicho descubrimiento. Luego, podemos oscilar entre la imposibilidad de investigar (cuando las instituciones no desean que se escarbe más allá de la mentira), la muerte del detective, la perdición y abandono del mismo investigador. En fin, se revela todo el fracaso del detective que se degrada a medida que se involucra más con la realidad oculta, hedionda y camuflada en pachulí.

Surge el tema del detective como lector de signos no lingüísticos (huellas, indicios) frente al lector como lector de palabras. ¿Te parece un tema relevante?

Me interesa el punto del detective como lector de signos lingüísticos (literatura): Dupin, Heredia, y hasta mi humilde Cancino, que emplea la teoría crítica policial de Pierre Bayard y un cuento largo «La aventura de las pruebas de imprenta» de Rodolfo Walsh, para reescribir una historia basada en el consenso y los prejuicios. La intertextualidad o la creación dentro de la creación, creo, son un aporte importantísimo para que el detective lector logre crear un sentido y una coherencia mayor. Sin embargo, aquí hay un doble juego que hay que sortear hábilmente. Debe apreciarse un relato en todos sus niveles de comprensión. En este sentido, mi gran ejemplo es Manuel Puig y no por su novela policial The Buenos Aires affair, sino por El beso de la mujer araña y Pubis angelical, donde rescato y admiro esas múltiples posibilidades de interpretación y lecturas: desprevenidas, inocentes, cultas, académicas y pienso que con esa manera de narrar, que plantea el equilibrio entre el placer, la entretención y la apertura, se puede lograr (si se tiene la pericia y la voluntad) un juego con estos detectives lectores y lectores lectores, como espejo infinito de decodificación de signos literarios. En este sentido recuerdo el cuento de Juan Ignacio Colil «Cosas que no creerías», donde aparece un escritor silenciado y un detective burlado por poderes recónditos, que a toda costa quiere seguir la pista del lenguaje cifrado de una novela que casualmente llegó a sus manos.

Interesante punto de vista. ¿Y en cuanto a la lectura de signos no lingüísticos?

El tema de la recopilación e interpretación de indicios me parece y ha parecido muy complicado. En tu artículo ya mencionado señalas y ejemplificas con los autores las diferencias entre deducción, inducción y abducción. Como lectora de indicios literarios me veo continuamente descifrando, desdiciéndome y, en ese sentido, he podido apreciar contradicciones, incluso en las traducciones. Te voy a dar un ejemplo. A mí personalmente me cuesta mucho identificar si un modo de razonamiento es deductivo o inductivo (no ocurre los mismo con un escrito o un ensayo, cuando esa estructura está expresada en la organización textual) y me encontré con que en la traducción de Los crímenes de la calle Morgue de Julio Cortázar, cuando Dupin se refiere a su modo de razonamiento, menciona sus «inducciones»; en cambio, en la traducción de Julio Gómez de la Serna, en la misma parte del relato, el detective habla de sus «deducciones».

Personalmente creo que los métodos de Dupin y Sherlock Holmes se parecen mucho. Al leer a Pierre Bayard que expone su «Crítica policial» para echar por tierra la investigación de Holmes en El sabueso de los Baskerville, se aprecia la existencia de los tipos de indicios que interpreta Holmes y estos son, entre otros, las huellas y los gestos faciales. Recordemos que al inicio de Los crímenes de la calle Morgue, Dupin también hace una descripción de los comportamientos humanos en el juego, y los indicios sicológicos, que sabemos que se interpretan en La carta robada. Además, Bayard menciona las etapas del razonamiento deductivo de Holmes, que consisten en comparar lo que se observa con la experiencia, o siendo más exacto con el conocimiento que se tiene del tema a través de teoría o de la misma práctica (lo que Dupin demuestra tanto en Los crímenes de la calle Morgue como en El misterio de Marie Roget), y el razonamiento hacia atrás, que consiste en saber cómo se ha formado el indicio.

Pero, ¿son tan distintos los métodos del chevalier Dupin y Sherlock Holmes?

Durante mucho tiempo me había parecido que Dupin era el opuesto de Holmes, ya que a Poe se le ha asociado a una resistencia al monopolio de la razón en la aproximación e interpretación de la realidad; también a una crítica al razonamiento matemático puro. De hecho, en las introducciones a sus relatos policiales, me daba la impresión de que, sobre todo en El enigma de Marie Roget, hablaba de coincidencias como anomalías de la ciencia; en La carta robada, con lentes oscuros y una habitación de cortinas cerradas, encontraba el documento (gracias al equilibrio entre el pensamiento matemático y la poesía), y se oponía al método del prefecto que consistía en el sentido común y la meticulosidad propia del saber policial. Además, como señala Ricardo Piglia en un capítulo de El último lector, con el relato policial de Poe, se presenta una sociedad despersonalizada y peligrosa, como consecuencia natural del progreso. Por eso, al leer la traducción de Cortázar, la inducción que menciona Dupin en sus operaciones mentales me daba más sentido que una deducción. La intuición mencionada por Holmes (a quien se le ha asociado con el pensamiento positivista) intenté erradicarla de mis registros mentales para evitar la contradicción que perduró hasta que leí tu artículo. En él mencionas y explicas, siguiendo a Umberto Eco, lo que es la abducción, que consiste en el golpe genial de intuición y de iluminación que también se da en los científicos cuando se enfrentan a algún invento o descubrimiento revolucionario. Lo mismo le ocurre a Holmes en sus hallazgos y esclarecimientos de los crímenes que investiga.

Volviendo a una pregunta anterior, ¿en qué punto para ti coinciden el detective como lector de signos no lingüísticos y el lector de palabras?

Pienso que depende del lector, del escritor, del traductor. Hay una serie de reglas que debieran ayudar al lector a seguirle la pista al detective. Sin embargo, en ocasiones, el investigador se pasa de listo e intenta humillar al lector y a los testigos de su genialidad, con el ocultamiento de datos importantes que le permita al receptor llegar a una conclusión plausible. A su vez, está el lector desafiante, como Pierre Bayard, que intenta constantemente poner en duda la lectura de indicios realizada por el detective ficticio. Por lo tanto, las interpretaciones del lector dependen de muchos factores. No olvidemos que como lectores nos convertimos en detectives amateurs, con más ocupaciones y preocupaciones que el suertudo investigador que la mayoría de las veces orienta toda su voluntad al esclarecimiento de aquel secreto encubierto.

Por otro lado, en cuanto a los indicios, creo que en la novela negra son más sicológicos, y se orientan a la observación de los personajes, a la relación de los testimonios y a la discriminación entre lo verdadero y falso. Por ende, pienso se da más la coincidencia entre el entendimiento del detective lector y el lector de palabras. Un ejemplo de dicha coincidencia se da en Linchamiento de negro. En tu novela se produce un vuelco interesante en el proceso de investigación, porque partimos sabiendo y se debe probar esa verdad. Sin embargo, a la mitad del relato se produce una relativización de las certezas iniciales, de los roles de víctimas y victimarios. Los testimonios que buscan aclarar solo confunden a los detectives y esta oscuridad, como el intento y, finalmente, de esclarecimiento del embrollo, es compartida plenamente por el lector a través de las charlas entre los investigadores de la agencia y las notas que intentan ordenar la información.

Pasando a otro tema, bastante relevante en el policial/noir. ¿Existe una visión propia de escritoras?

He leído y espero seguir descubriendo escritoras chilenas que cultivan el género negro y prefiero evitar las generalizaciones en cuanto a su calidad (nuestra calidad). Lo mismo ocurre con la escritura de los hombres que cultivan este género. Por eso se me hace imposible tener una visión. ¿Cómo comparar a Gonzalo Hernández contigo, siendo tan diferentes? ¿O a ustedes con Hammett o Chandler? En este sentido, resultaría lógico pensar lo mismo en el relato negro escrito por mujeres.

Sí tengo una opinión acerca de las obras de algunas mujeres que he leído. Por ejemplo, Paula Ilabaca, en la novela La regla de los nueve, muestra una prosa fabulosa, fluida, natural y un conocimiento de criminalística y criminología impresionante. Por otro lado, Valeria Vargas, en El misterio Kinzel, con la aparición de la primera investigación de Laura Naranjo (espero que hayan más entregas) se produce un cuestionamiento muy lúcido y entretenidísimo a las prioridades y valores que impone la sociedad. De Gabriela Aguilera, he leído cuentos y microrelatos excelentes. Resalto en esta ocasión «La Arlequina» que se encuentra en la compilación Santiago Canalla, por la genialidad al introducirse en visiones de mundo y mentalidades de personajes de otras épocas. Me parece un desafío impresionante y prodigiosamente desarrollado.

En cuanto a Sonia González a quien también conozco a través de sus cuentos «Esfuerzos colectivos» y «Lo que se respira», admiro su prosa tan original, única y variada y, además, esa creación de atmósferas y tonos tan profundamente personales y originales. Aparte de las temáticas de sus crímenes, presenta un cotidiano misterioso, lo que me parece un efecto muy difícil de lograr. Acabo de leer microcuentos del Colectivo Señoritas Imposibles, cuyos relatos narran desde las víctimas, las que, algunas veces, pasan a ser victimarias. También contienen las mentes enfermas distorsionadas e insensibles de los criminales. Todo esto con una lucidez y síntesis abarcadora y muy profunda. Leí una antología titulada El invitado a tomar el té, donde cinco de las escritoras integrantes de dicho colectivo (Gabriela Aguilera, Claudia Farah, Karla Zúñiga, Francisca Rodríguez y Lorena Díaz) invitan a destacados representantes del género negro, como Eduardo Contreras y Martín Pérez, y también a escritores que no se han relacionado anteriormente con el género.

Cada obra es política y me ha parecido notar un tema predominante en la mayoría de los relatos escritos por mujeres, que es la presencia de personajes excluidos: desde unos ancianos desplazados por esta sociedad consumista y neoliberal; desde una mujer que se abrasa en su soledad; unos colegas que se unen para consumar una venganza por falta de justicia; desde una prostituta, una mujer pobre que ha podido sobreponerse a innumerables carencias y vejámenes. En fin, emergen voces de descontento que anuncian y señalan una sociedad enferma y exitista, un orden que impone vidas, subyugaciones, existencias solitarias, frustradas, violentas, violentadas y, en algunos casos, desquiciadas.

En tu opinión, ¿existe una sintaxis particular del género que lo diferencia de otros enfoques narrativos?

No sé si hay una sintaxis propia del género. Cada autor tiene su estilo. Quizás unos más apegados a lo clásico que otros. Considero que las innovaciones y los cambios pueden orientarse tanto a la historia y a la construcción de los personajes como a la prosa. Por ejemplo, a través de un detective microtraficante, que se aparta de la investigación y que envuelto en una prosa perfecta y diálogos indelebles, presentan la novedad en la historia misma. Me refiero a Gustavo Huerta, el detective de Gonzalo Hernández en la novela Entre lutos y desiertos. También se me ocurre Desierto de Daniel Plaza, un relato donde no se evidencia una búsqueda de la verdad acerca del culpable, el móvil o las circunstancias del crimen, sino que, como señala Raquel Olea, se presenta el asesinato como un cebo para referirse a la marginalidad de la marginalidad.

Creo que es muy estimulante la búsqueda de una sintaxis; sin embargo, algunas veces la originalidad o la genialidad, agota o descoloca a los lectores de novelas negras, que probablemente buscan dejarse llevar por el argumento. Y en este sentido me pregunto, dónde está el equilibrio entre la originalidad, esa búsqueda del tono o de la prosa con la temática de lo Noir. Luego recuerdo a Juan Ignacio Colil, en sus novelas Un abismo sin música ni luz y El reparto de olvido; pienso también en Jorge Calvo con la novela Ciudad de fin de los tiempos, Max Valdés con Fragmentos de un crimen y Crimen de semana santa de Antonio Rojas Gómez. Los cuatro autores mencionados desarrollan una sintaxis particular; demuestran que la originalidad y complejidad pueden equilibrarse con los temas pesimistas y oscuros del género negro.

Entonces, este género permite la existencia de metaliteratura, montajes, multiplicidad de voces, juegos de espejos; reconoce microrelatos, cuentos y novelas, es decir, desmiente la existencia de una sintaxis propia del género. Admite la búsqueda que se expresa en cada obra, como una especie de alquimia irrepetible y memorable entre la experimentación formal y el quiebre de las funciones de los elementos que corresponden tradicionalmente al género negro.

Para terminar, ¿algunas ideas de cómo enfocar la crítica de nuestro género policial/noir?

Pienso que la crítica se manifiesta de diversas maneras: a través de las entrevistas que tú realizas, por ejemplo. De hecho Trazas negras es un excelente modo de conocer los escritores que dan su testimonio acerca de sus obras y ellos mismos, como también de enterarse de otros relatos y otros autores. Los congresos, mesas redondas, ferias policiales, entre otros, también son una suerte de crítica. Y, en cuanto a la acción de escribir acerca de otro texto, pienso que es tan fundamental como escasa. Por lo mismo, para no restringirla, para no especializarla, más que decirte cómo debe ser, creo que debe ser, tiene que existir y generalizarse. Es fundamental la crítica, ya que ella muestra, comenta y recuerda la existencia de universos negros que rondan y acechan en algunas librerías.

Fuente: www.libreros.cl/