Por Miguel de Loyola

Dionisos, el dios de la fertilidad, del desenfreno de los sentidos, se hace presente cada año en nuestras consuetudinarias Fiestas Patrias. Un acontecimiento tal vez único en el mundo, porque no se trata de un día, sino de una semana completa de farra y abandono.

El pueblo exige más, tutelado por el dios del vino, amigo de las ninfas, sátiros, silenos, ménades, bacantes, una comparsa de alegres amigos del placer y del olvido.  Los festivos por calendario y ley son 18 y 19, pero cada año resurge la polémica y la exigencia por parte de las agrupaciones sociales de agregar los días restantes de la semana, ya como sándwich, regalía o lo que sea. El 17 de septiembre ya es prácticamente un feriado ganado por tradición, nadie quiere trabajar ese día, a sabiendas que vendrán otros dos feriados seguidos. Los parlamentarios hacen lo suyo y de las suyas, y agregan a su dieta otra semana completa de vacaciones, subsiguiente al dieciocho. En fin, Dionisos  hijo de Zeus nunca está conforme  y consigue emborrachar a multitudes que lo siguen y vitorean por donde quiera que pase su comparsa. En Coquimbo, en un lugar llamado La pampilla, establece uno de sus más atractivos y masivos campamentos. Corre el mosto día y noche, y los zapateos se oyen a cientos de metros a la redonda. En Santiago, Dionisos envuelto en su pellejo de cabra atraviesa todas las comunas con su comparsa, dejando una estela inconfundible de hambrientos de fiesta y jolgorio. En los campos chilenos deja tumbados contra el polvo a cientos de huasos pasados de vino.

El dieciocho es sin duda la fiesta más dionisiaca de Chile, son seducidos por el dios del vino y la naturaleza todos los segmentos sociales, el vino corre de rey a paje. En los barrios altos de la capital también hay ramadas con empanadas, anticuchos, chicha y vino en toneles de quinientos litros. Es en definitiva la fiesta de la alegría y de la llegada de la primavera, el despertar de los sentidos, de la sensualidad, de los corazones dormidos durante el largo invierno se instala por completo. Por eso Dionisos arrasa en su carruaje tirado por leopardos,  despertando los sueños de las multitudes dormidas. Sueños de juventud, sueños de grandeza, sueños y fantasías eróticas resurgen del fuego propiciado por el dios del vino.

Dionisos es el dios que viene a cortar lazos con la razón, a invitar al hombre a dejarse llevar por los sentidos, devolviéndolo a su estado natural de barbarie, a volver a ser un animal feliz bajo la presencia del sol, de la vida en buenas cuentas, de este hálito misterioso y pasajero, de este sueño o realidad de ser consciente en un mundo las más de las veces inconsciente.

¡Viva Dionisos, viva Chile!

 

Miguel de Loyola  – Santiago de Chile