César Biernay Arriagada es bibliotecario, profesor y escritor. Autor de la trilogía “Macabros” (Editorial Catalonia), el 2023 recibió el premio de la Cámara Chilena del Libro por su trabajo en la promoción y fomento lector.
“EL VIEJO DE LA LLUVIA” DE RODRIGO TÉLLEZ
Un libro necesario. Una lectura necesaria
Por César Biernay Arriagada
No siempre sucede que tras leer la última hoja de una novela el tiempo se detenga. Lo que sucede con frecuencia es la reflexión espontánea, la meditación o en el mejor de los casos el dibujo de una sonrisa con los ojos puestos en el cielo imaginando al personaje en el devenir de su desenlace. Lo que ofrece la última hoja en blanco de este libro es distinto. Especial.
Al analizar las grandes piezas que nos ofrece la literatura universal, son muchos los ejemplos de tramas donde un hombre mayor trasciende en un púber, legando la sabiduría que se alcanza a punta de errores. También hay películas muy afamadas, como “Monsieur Ibrahim y las flores del Corán”, “Los siete pecados capitales” o “El padrino”, cada una con su sello por cierto, pero todas con la impronta magnánima de un hombre que vive en el ocaso de su vida, frente a otro que despierta a la dicotomía del bien y el mal.
Don Emeterio y Roberto, alias “cojinova”, constituyen la dupla de protagonistas de esta historia, que en apenas un puñado de páginas viven juntos una historia digna de escribir. Sentimientos como el rencor, la pasión y el amor, se matizan con mentiras, dolor y angustia, en un relato que destaca al menos en tres aspectos. El primero, la historia sucede sin tiempo determinado, pudiendo haber sucedido hoy, ayer o hace cincuenta años. Segundo, es una narración sin lugares específicos, carente de nombres de pueblos, avenidas o calles. Por el oficio de artista circense que uno de los personajes asume en la acción, nos ubica en Chile y en lugares del Perú o la selva argentina, pero la historia bien puede suceder en una caleta nortina, sureña o austral.
Y el tercer elemento es la delgada línea entre ficción y realidad. Si bien las solapas del libro no dan luces respecto a la categoría de este manuscrito, pareciera a ratos contener párrafos ficcionados por la magistral capacidad creativa de su autor Rodrigo Téllez. Sin embargo, entre líneas se devela una pluma cercana al entorno de barrio, de provincia, con detalles del Chile profundo, el del vapor de la tetera asomando tímido frente al visillo de una cortina, que se mece como jugando, o en el perro que descansa sobre un pedazo de alfombra y en la cara curtida de barro seco tras una mañanera faena sumida en el fango.
Rodrigo nos cautiva y conmueve en ciento cuarenta y ocho páginas. Atrapa el interés del lector al ubicarlo en el sitial de la complicidad, al querer hacerlo parte de una historia que recién ahora el protagonista se anima a desclasificar. Y lo conmueve al detallar pormenorizadamente la vida triste y condenada a la pena que lleva uno de los protagonistas. Con una discapacidad física a cuestas, una familia disfuncional y un entorno carente de oportunidades para vivir una vida digna, el viejo de la lluvia llega un día para mostrarle al novato el sol que existe más allá del cielo plomizo que arrecia con un temporal.
Con el oficio de reparador de cosas, Don Emeterio se instala un día en aquel pueblo perdido y acoge como ayudante al joven Roberto que no tiene más esperanza que amanecer vivo cada mañana para volver a mirar a Jeny, su enamorada. La historia transcurre a la par del mal tiempo, sin tregua ni pausa, condicionando la vida de quienes viven en esos parajes. Y entre abrigos, botas y bufandas, la historia se arma y desarma como la vida misma, de un momento a otro.
Valga las dos metáforas que se elevan en el relato. El viejo de la lluvia llegó al pueblo a reparar cosas dañadas, en beneficio de sus habitantes que acudieron en su ayuda. Cuantos de nosotros hemos ido por la vida buscando a quien pueda reparar aquel flanco que mantenemos herido, y cuantos de nosotros hemos ido por la vida, sanando a otros en presencia de nuestros propios pesares. Que falta nos hace y que necesario es reconocer en ellos, nuestros adultos mayores, la inmensa sabiduría tras su camino recorrido.
Y la segunda metáfora, el temporal que se deja caer desde la página uno del libro, que da cuenta no solo del particular contexto de la trama, condicionada por el mal tiempo y el aguacero, sino que expone la tempestad más cruda que afecta los corazones de los hombres. Cargado de penas, desilusiones y angustias, cada cliente del taller de Don Emeterio vive lo suyo, sufriendo su propia pena, empapándose de su propio destino.
Que bendición es tener a un viejo al lado cada vez que se necesita, pero que invisible se hace la mayor parte del tiempo, en sociedades como la nuestra donde se le niegan los espacios para ser oídos y para ser amados. Nuestro destino algún día es llegar a viejo, pero que poco hemos cimentado para cuando aquello llegue. Con matrimonios enfermos, jóvenes solitarios y placeres al alcance de un clic en el celular, el futuro es poco auspicioso. Por ello “El viejo de la lluvia” se transforma en un libro necesario y de lectura obligada, para todos quienes vemos en el otro nuestra propia condición humana. Los párrafos conectan con aquel sentimiento que ata con lo ancestral, que golpea y ama como la vida misma, y que nos detiene en la vorágine de los tiempos que corren.
Por las tempestades que vendrán, lea usted “El viejo de la lluvia”.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…