Signo Editorial, 214 páginas

Por Antonio Rojas Gómez

“La partida” fue la primera novela que publicó Jorge Calvo, en 1991, y que le permitió anotar su nombre junto a los de otros narradores que gozan de ancho prestigio en la literatura nacional, como Fernando Jerez, Poli Délano, Ramiro Rivas, Pía Barros, Diego Muñoz Valenzuela, Alejandra Basualto, Ramón Díaz Eterovic, Gabriela Aguilera y algunos más.

Ahora, cuarenta y dos años después, se presenta la cuarta edición, con pequeñas variaciones sobre el texto original. Yo fui uno de los primeros lectores del libro y muy posiblemente el primero que lo comentó, en aquel año debe de haber sido en Las Últimas Noticias.

La lectura que hice ahora, y el comentario que escribo, son otra cosa. No tienen nada que ver con lo que entendí y dije en aquella lejana ocasión. Han transcurrido más de cuarenta años y en ellos han sucedido demasiadas cosas. Que influyen, por cierto, no en los sucesos que se cuentan, pero sí en su sentido profundo para quienes los vivimos.

Lo primero que es necesario decir es que el título se refiere a una partida de ajedrez. Y los que se enfrentan, en un torneo nacional, son un funcionario de régimen dictatorial que dirigía el país, y un jugador que, se podría decir, estaba en las antípodas, era demócrata y más aún, partidario del régimen depuesto hacía poco. Iba ganando el demócrata, pero no se conoce el resultado pues la novela no llega al final del torneo.

Dicho lo anterior, lo que corresponde es informar que el autor es un ajedrecista consumado. Hay páginas en que parece que Jorge Calvo es mejor ajedrecista que escritor.

Pero esa falsa impresión termina en el capítulo VI, página 175. Porque los dos capítulos que siguen deben figurar entre las páginas más brillantes que se han escrito sobre la persecución que el aparato de seguridad militar realizó contra los opositores y la manera en que atropelló los derechos humanos.

Los párrafos siguientes se refieren a la actuación que le cupo al capitán Apalluso Donostierri:

“Ya había alcanzado el grado de capitán cuando se vio de pronto metido hasta el cuello en la actividad específica del golpe militar. Le tocó estar en el grupo de oficiales que primero entraron a la Moneda. Al poco tiempo se le comisionó para integrar una comitiva especial que recorrió el norte del país por vía aérea y cuyo principal objetivo era dejar claramente establecido, ante la población civil y militar, que un nuevo orden se alzaba en el territorio nacional.

Y para esto se decidió exterminar a personajes del régimen depuesto. Apalluso se vio aterrizando en helicóptero en el patio de un regimiento en el que nunca había estado. Los oficiales que integraban la unidad de limpieza, entrenados en Panamá y expertos en guerra antisubversiva, fueron conducidos al casino de oficiales, donde bebieron varias copas de whisky, antes de bajar al subterráneo. En ese lugar los soldados concentraron a punta de culatazos, a unos treinta detenidos, con las manos atadas a la espalda y la vista vendada y se los entregaron a los oficiales para que emplearan lo que habían aprendido en los cursos especiales de Panamá.

Apalluso, sosteniendo firme el corvo en la mano derecha, tal como le enseñaron en la escuela, camina hasta quedar a pocos centímetros de la primera persona que permanece con la espalda apoyada contra el muro. Tan cerca que alcanza a percibir el jadeo del prisionero. Además. Se da cuenta que, el silencio en el recinto se ha vuelto tan denso que se podría tocar con las yemas de los dedos.

Apalluso empuja el corvo hacia abajo, lo entierra a la altura del ombligo y trata de hacerlo subir. En ese momento se da cuenta que la venda que cubría los ojos del otro se ha desplazado unos milímetros.

Adivina el relampagueo de una mirada que lo busca.

¿Es posible que ese ojo lo estuviera observando desde antes y que ese hombre ni siquiera trató de evitar la cuchillada y muy por el contrario, permanezca ahí, semiencogido, mirándolo?

Bueno, por si acaso, yo recomiendo la lectura de “La Partida”, pero no es recomendable jugar al ajedrez con Apalluso ni con Jorge Calvo…