En las cercanías de los 50 años del golpe civil y militar, y al recuerdo de esos MIL DÍAS EN EL CORAZÓN, el escritor Diego Muñoz Valenzuela ha enviado un conjunto de cuentos breves que apuntan a la importancia de nuestra memoria histórica.

Por Diego Muñoz Valenzuela

Están escritos en diferentes momentos, los primeros a mediados de lo 70, otros más recientes e inéditos.

Álbum 2

A Héctor Garay y Remigio Muga

Todas en blanco y negro. En la clínica entre los brazos de su madre dichosa. A los dos años su padre lo levanta hacia el cielo y él exhibe una sonrisa perfecta de querubín. Montado en un caballo con sombrero y manta, un poco serio. Con uniforme de colegio y corbata bien anudada. Adolescente, chascón, con jeans pata de elefante y anteojos John Lennon. En los trabajos voluntarios, abrazado con una muchacha de cabellera crespa; ambos se ríen a carcajadas. En su pieza, leyendo un libro con un póster del Ché atrás. En una fiesta familiar, taciturno, como si estuviera preocupado por algo. En la pancarta que porta su madre triste, silencioso, ausente. Mirándonos.

S.O.S.

Abre la boca para gritar, la abre muchísimo, tanto que su rostro desaparece en la negra oquedad, y sólo queda su cráneo aullando sobre el cuerpo desnudo, sin que nadie se acerque para ayudar. Después, el silencio.

Reencuentro

Lo veo en el metro y reconozco sus ojos, esa mirada gélida que clava en mí sin piedad. Entonces como un alud viene el recuerdo y me estremezco. Gritos, dolor, chispazos, imprecaciones, golpes. En la estación hay mucha gente esperando, entran y se apretujan. Sus ojos quedan justo en frente a mí. También su cuerpo. La humedad es pesada y asfixiante. Murmura aquellas palabras inaudibles y las descifro desde sus labios resecos, agrietados por el odio. No cabe duda, es él. Sabe que lo he reconocido. Un sollozo me ahoga y las lágrimas escapan a pesar de mis esfuerzos. Abro mi cartera a duras penas, sintiendo la presión de su cuerpo contra el mío. El tren emprende el viaje. Cierro los ojos y busco a ciegas, con desesperación. Trato de imaginar que estoy en otra parte, una selva tropical, un desierto, para ahuyentar las terribles evocaciones. Encuentro lo que necesito. Suena el pito de la detención y las puertas se abren. Ahora sus ojos están vidriosos, irreconocibles. Cuando sale la gente, y yo con ellos, cae desmadejado, con un círculo rojo creciendo sobre su camisa blanca.

Mis compañeros perdidos en el tiempo

¿Dónde estará Muga? No tengo una fotografía suya, solo el rostro grabado en la mente, indeleble, nítido y presente.
En cambio se me ha borrado un poco la cara de Garay. No obstante, de él hay muchas imágenes. Quizás por eso se me diluye.
Ambos visitan mis sueños. Nunca tuvimos el futuro que quisimos. Eso me dicen. Sé que murieron por eso. Seguí vivo, quizás por qué. Trato de descubrirlo.
Nunca pude decirles adiós. Un día de estos vendrán a buscarme y nos quedaremos para siempre en el territorio de los sueños.

Once

Los bombarderos cruzan el cielo sobre el Palacio de la Moneda. Explosiones, llamas, humo, órdenes, ráfagas, botas contra el pavimento, temibles helicópteros. La tónica de aquellos días amargos y terribles convirtiéndose en impronta. Combatientes épicos disparando los últimos cartuchos para defender al Gobierno Popular. La represión científica, sistemática, destinada a descabezar la organización del pueblo. Los torturadores uniformados y sus métodos aprendidos en las escuelas internacionales. Las primeras reuniones clandestinas por donde trata de asomar la esperanza. La larga lucha para regresar la democracia, camino plagado de héroes. Las transacciones y los pactos para entregar los emblemas del poder. El acomodo, el olvido y la gradual renuncia a los principios. Así han pasado los años, Salvador: ya suman cincuenta.

Encuentro

Se dio maña para saludarlo en la calle y convencerlo de que habían sido compañeros en la escuela primaria, allá en el sur, tan lejano en tiempo y en distancia. Recordaron a sus profesores, se rieron de las bromas espantosas que les hicieron a algunos, de las muchachas que amaban en silencio, de las revistas pornográficas que miraban juntos, palpitantes, amparados en las sombras. Lo invitó a beber a una cantina sin demasiada resistencia y siguieron su trayectoria por el pasado remoto y feliz. Hablaron de amores, de esperanzas, de frustraciones, de alegrías mínimas que iluminaban una vida difícil. Llegó la embriaguez y juntos, abrazados, salieron del bar cuando la noche se cernía amenazante sobre la ciudad. Transitaban muy pocas personas a esa hora y se escuchaban de vez en cuando sirenas lejanas de autos que corrían con urgencia. Su invitado estaba muy borracho y fue sencillo arrastrarlo al callejón donde lo degolló limpiamente, de un solo golpe, antes que pudiera darse cuenta de nada.

El ángel

Un ángel que realiza prácticas de vuelo ilegales en plena urbe, es detenido y juzgado por infringir las leyes de los caminos aéreos, provocar desorden público y no señalizar debidamente.
Ante tamaña acusación el ángel no puede defenderse. En la cárcel medita sobre el significado de la libertad y decide buscar una ocupación menos riesgosa.

El verdugo

El verdugo, ansioso, afila su hacha brillante con ahínco, sonríe y espera. Pero algo debe vislumbrar en los ojos de quienes lo rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.
El Heraldo se acerca al galope y lee el nombre del condenado, que es el verdugo.