Por Natalia Paz

Esta es la primera vez que presento un libro. Lo digo para ser honesta y también para disminuir las expectativas. Esta es la primera vez que presento un libro y que sea de poesía lo recibo como un regalo y, al mismo tiempo, como un desafío.

Hace un par de años Laurel publicó un libro de ensayos que se llama: “¿Quién le teme a la poesía?”. En él, Felipe Cussen comienza un texto declarando lo siguiente: “Que la poesía es difícil, hermética, oscura, elitista, que los poetas escriben sólo para los poetas, son algunos de los reclamos más frecuentes que se escuchan cuando se menciona la poesía”. Hago alusión a este fragmento, porque no soy poeta y porque leer a Tamara me hizo sentir que la poesía puede ser todo; excepto difícil, hermética, oscura y elitista.

Tamara, tú sabes que esta es mi primera vez, pero quiero que estés tranquila, porque escribí esto pensando en ti; en tu poesía delicada y profunda; y también en Argán, que seguramente debe andar merodeando en algún rincón de esta librería. “Haciendo de las suyas”, como me dijiste el otro día cuando nos juntamos a conversar.

Supe que existía la palabra Treno gracias a ti y al post que publicaste en Instagram para contarnos que pronto podríamos leer tu nuevo poemario. Cuando volví al nombre, mi mente lo leyó en italiano. Recuerdo incluso haberlo pronunciado en voz alta con ese acento. No sé qué significará realmente, pero qué bonito suena, pensé. Treno quedó anclado en mí.

Estamos en julio y es sábado. Despierto temprano, voy a la cocina y me preparo un café. Hace frío, la mañana está gris. Sobre el velador están tus versos, esperándome. Decido comenzar a leer aún sin saber qué significa Treno. “Argán ha muerto”, es lo primero que leo y no sé si continuar. Pero hace frío y la mañana sigue nublada. Este libro me va a doler, me digo a mí misma y, por supuesto, continúo leyendo. “Argán ha muerto. Se me pide que coma. Que beba algo. No puedo sostener el café.” Me detengo, le sonrío a mi cappuccino y pienso: claro que me va a doler. Vuelvo al libro: “Mi gato ha muerto. Alguien me toma del brazo. Alguien afirma la taza. Mi verdadero amor ha muerto. Se me pide que siga viviendo.” Leo lento hasta que la mañana desaparece.

Estamos en noviembre y es viernes. Vuelvo a detenerme en la palabra Treno y pienso que no es casual que tenga dos sílabas. Estoy convencida de que, si la palabra tuviese la facultad de existir, si Treno tuviese cuerpo y pudiésemos verla de frente, tomaría un hilo y la partiría por la mitad. ¿Podrá la palabra ser cortada con un hilo? No lo sé, pero eso haría. Porque eso es lo que nos hace la muerte. Nos rompe, nos desorienta, nos roba el sentido.

Siento que todos le tenemos miedo a la muerte y no me refiero necesariamente a la propia. Nos cuesta hablar de ella, como si al hacerlo la estuviésemos invocando. La muerte nos aterra porque sabemos que nos altera la vida. Porque cuando aparece, sobre todo de manera tan abrupta, nos deja sin voluntad, con la propia existencia dividida en dos sílabas. Siempre hay un antes y un después de la muerte.

Busco en Google, después de meses, la palabra Treno.

TRENO
“Canto fúnebre o lamentación por alguna calamidad o desgracia.”

Vuelvo a leer la definición y se me hace imposible no pensar en una canción que vengo escuchando hace días. Natalia Lafourcade, cantautora mexicana, lanzó después de siete años, un nuevo álbum inédito, titulado: “De todas las flores”. En él, al igual que en Treno, se habla sobre la muerte y el duelo.

Escribo esto mientras suena “Pasan los días” de Natalia.

La escucho cantar:

“Pasan los días y sigo pensando en ti.
Pasan las horas, no me logro desprender.
Es tan absurdo imaginar que nuestro amor,
No es suficiente para hacernos regresar.”

Pauso la canción y le respondo con versos de Tamara:

“Pasa, pesa el tiempo.
Pero el corazón no se acostumbra a la ausencia”

Natalia insiste:

“Pasa la vida y sigo pensando que,
Teníamos todo para hacernos mucho bien.”

Tamara responde:
“Si yo no la acepto,
Si no legitimo su poder,
La muerte no tendría ninguna autoridad sobre nosotros.
Y tú volverías a estar vivo.”

La canción se cuela entre los versos de Tamara:

“Y dime cómo hago para respirar,
en este mundo tan vacío que queda en mí.”

Treno sella, con melodía fúnebre de fondo:
“Para poder decir este dolor,
Yo tendría que rugir.”

Termino agradeciéndole a Tamara y a Treno, que en italiano significa Tren.
Los invito a no tenerle miedo a la poesía, a atreverse a viajar por estos versos y a rugir, por Argán y todos nuestros muertos.

Muchas gracias por estar aquí.