Editorial Lom, 235 páginas

Por Antonio Rojas Gómez

Esta nueva aventura del investigador privado Heredia, la número diecinueve, transcurre en un Santiago sumido en el descontrol por las protestas masivas que estallaron en octubre de 2019, durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera. Heredia recibe, por separado, los encargos de dos mujeres cuyos hijos han desaparecido en el pandemónium que se desató por el alza de tarifas del metro. Los desaparecidos no tienen relación entre sí, pero a medida que las investigaciones avanzan se va descubriendo el entrecruzamiento de hilos entre uno y otro caso. Y, más interesante, de qué manera todo lo que ocurre en esos días de máxima tensión ciudadana, política y policial, responde a una misma razón. El valor de la novela reside, entonces, en reflejar la protesta masiva más prolongada en la historia del país y plantear una posición sobre sus causas. Esta sería, en palabras del propio Heredia:

“Muchos de los que están del lado de la ley cometen delitos y nadie los cuestiona. Se escuchan anodinas declaraciones de autoridades interesadas en proteger la salud de sus billeteras, la prensa publica dos o tres notas escritas con tinta tibia y luego se impone un silencio de mausoleo hasta que un nuevo crimen nos recuerda que la vida y la justicia no son iguales para todos”. (Pág. 159)

Los dados se cargan sobre la policía uniformada, los servicios militares que actuaron durante la dictadura y sobre la administración de justicia personificada en una fiscal. Aparecen algunos funcionarios de Carabineros que delinquen en grande junto al narcotráfico, otros que oficiaron de torturadores en la época de Pinochet, y la fiscal envuelta en una relación familiar con un policía uniformado corrupto. La PDI sale con las manos limpias y solo ofrece un comisario amigo de Heredia que investiga junto a él, y un par de funcionarios tiroteados por los narcos.

El país que nos presenta la novela no es el mismo de las primeras historias de Heredia, aunque sus vicios continúan. El propio investigador, en cambio, sigue siendo el mismo, a pesar de que han pasado los años y el personaje los siente, está más lento para desplazarse, acaso algo más reflexivo. Pero mantiene vivo su interés por la justicia y la verdad en los casos que investiga. Sigue a su lado el gato Simenon, un gato eterno con el que tiene largas conversaciones, pero ahora lo acompaña un segundo felino joven. Y figura también su hijo Goren, que vive en Punta Arenas, desde donde le envía de regalo un celular para que se comuniquen. Es decir, Heredia se pone a tono con los tiempos.

De manera que la historia transcurre con rapidez y el interés no decae. El misterio es espeso y se va aclarando poco a poco, a medida que el investigador hace sus movimientos y averigua datos que se van sumando para entender las razones de la desaparición de esos dos hijos tan distintos entre sí. Uno es un muchacho que tiende a descarriarse, se relaciona con el lumpen y su propia madre tiene claro que será muy difícil que llegue a ser un hombre de bien, como ella quisiera. El otro, en cambio, es un fotógrafo profesional, tiene estudios y se maneja en lo que hace y, sobre todo, tiene muy claro el país en que vive y trabaja para mejorarlo.

El estallido social de octubre de 2019 los sorprende a ambos, como sorprendió al país entero. Y de ellos nunca más se supo.

Hasta que el minucioso trabajo de Heredia va eliminando las sombras y haciendo luz sobre los hechos en que realmente se vieron envueltos, acaso sin saberlo y sin quererlo, o tal vez por propia decisión, persiguiendo un objetivo.

El lector no lo sabe. El investigador tampoco. Pero va sospechando lo que pudo haber ocurrido a medida que ata cabos, visita lugares, entrevista personas. El lector comparte esas sospechas que no se expresan abiertamente. Y va sintiéndose envuelto por la historia. Es el mérito de las novelas negras bien planteadas y las de Heredia lo son. No es ningún secreto. Por algo tiene ya diecinueve títulos a su haber.

Y cuando se cierra la última página, queda abierta la expectativa para abrir la primera de la vigésima entrega. Que vendrá, qué duda cabe, y cuanto antes, mejor.