Por José O. Paredes

 XXI

 Veintiún son los dolores, cantó la Poeta, la mejor de todos, de la tribu, en ese tiempo de barbarie. Eran bárbaros aquellos días; en medio de la desolación la dejamos. Soy parte de esa culpa y no. No la conocía en ese tiempo, después la llegué a conocer cuando aparecí por el norte.

Del sur lluvioso yo venía, no sé si más que el de los poetas de La Frontera. Tampoco sabía que dentro del país habían fronteras de tierra; de las otras sabía. Yo venía de la pobreza, esos territorios eran mi paisaje, y la lluvia. Eterna en invierno, eterna en otoño y el frío de escarcha y los zapatos rotos. Uno cree que llega lejos cuando anda de flaneur por la vida, y en realidad llega al mismo lugar de origen: la inquietud. Ese como no saber adónde ir ni cómo llegar más allá de uno mismo, no iba conmigo. Ahora tal vez, tenga las preguntas a flor de labio. Qué hay más allá de la noche, qué hay cuando nos cerca el día a día y las horas pasan y pasan y no llegamos a ningún lado porque no tenemos en realidad adónde llegar. Tal vez a uno mismo. Y el tren sigue subiendo hacia el norte y hace un frío de los demonios; el frío se cuela por el viento entre las ventanillas, los asientos de madera parecen de hielo. Y no hay nadie más en el vagón: está uno solo en ese túnel, en medio de la noche muerto de no sabes qué.

 

XXII

Uno busca una salida, siempre. Desde que tenemos noción de la vida y de las cosas. El problema es el cómo. Uno constata que algo no anda bien por donde vive, en la tierra donde nació y donde tendrá que morir algún día. El asunto que empieza a crear raíz deviene de una pregunta inocente, tal vez de hace poco, o mucho, y está en el acervo: ‘Qué hacer’. Y no es el Quo Vadi. Y el ser se rompe la cabeza pensando cómo responder esa simple pregunta, porque en realidad las condiciones objetivas son más complejas que las subjetivas. Materialismo puro dirá más de alguno. Sucede que a ese decir le cambiaron el sentido los que saben cómo explotar las circunstancias de los seres, sobre todo de los que venden la fuerza de su trabajo. Muchos de éstos no tienen idea de lo que significa el ‘aquí y el ahora’, porque la premura de ellos es un hecho inminente: Qué se come. A esa simpleza es a la que hay que responder, no desde la teoría: desde lo práctico. Si el niño llora es porque tiene hambre; la madre lo toma en sus brazos, lo amamanta. Entonces, lo primero es lo primero; para después, cuando cambiemos las objetividades y las subjetividades y todos hayan aprendido a hacer su trabajo, pasar al siguiente estadio. Estudio y paradoja, lienza y anzuelo: iluminaciones. Que no iluminados: son el peor enemigo del Ser.

XXIII

Estabas en un lado del salón de la bella casa; no te vi llegar. Después pensé que eras tú la iluminación que hubo en ese lugar que no era sagrado. De goliardos era, pero de hoy no los de ayer que hicieron del Carmen un asunto ágil, de risas y de vivir el instante; como los ‘happening’. Pocos deben saber que esa manera de ser en el mundo viene desde que el mundo es mundo y en medio de éste estaba el hombre, la mujer, el centro de todas las circunstancias, las decentes y las que no lo son. Cómo se pasa el tiempo entonces, si no holgamos desde que empezamos a sentir por nuestra sangre que algo misterioso, sin nombre, nos la hierve y nos pone alertas. Por ello el juego y el fuego, el ardor y el resplandor. Y tú allí, al alcance de mi mano, inmaculada y llena de fervor. Enrojeciste al sentir mi mirada. Qué libre eras; de lejos venías: tu país estaba más allá del horizonte. El horizonte nuestro no tenía vuelo en esos años, estaba acotado, era como un coto de caza. Vivíamos La peste. Santiago no era un lugar para jóvenes. Pero igual dábamos la pelea y no pedíamos permiso para cantar ni para publicar nuestros libros. Nuestra pelea iba más allá de nosotros mismos: ‘Si falla la voluntad, vacila el mundo’; nos lo dijimos cada noche de toque de queda, del silencio de muerte impuesto por los bárbaros.

 

XXIV

Estabas al alcance de la mano en la voz sin par de la cantante. Era el poema de Benedetti el que ella, símbolo de la libertad, nos entregaba con una pasión arrolladora. Por la voz de Isabel A., Janet, Tati, Patricia de Abril, los que no tenían voz, la encontraron. Y salimos a las calles; desde las iglesias, los sindicatos, los campos universitarios, las poblaciones a tomarnos de las manos y las calles de la capital: Juntos éramos +. La prédica del poema hecho canción, en la voz de esas mujeres maravillosas, nos ayudó a quitar la pena y el miedo que nos embargaba y apresaba en esos años. ‘Te nombro Libertad’, y lágrimas caían por nuestras mejillas: El arte nos curaba las heridas que teníamos abiertas al igual que las venas de América. El futuro no era nuestro, en realidad nunca lo fue, (nunca fue más que un slogan; en mi in/credulidad no existe, el presente es lo único que cuenta); igual hacíamos pan de cualquier poco de harina que encontrábamos por aquí y por allá. La levadura poco a poco nos ayudaría a hacer la masa del pan, para luego ponerlo en el horno y echarnos a andar: hicimos realidad ‘Masa’ de Vallejo. No pedimos permiso a la inquisición cuando las condiciones estuvieron listas para dar más de dos pasos adelante. Se lo hicimos saber al dictador, que salía en helicóptero a espiar cómo lo hacíamos tambalear. Desde nuestra lucha épica, usando todas las formas de resistencia, sentamos las bases para cambiar el paradigma de aquellos años interminables. Que los de ahora lean bien la historia que hicimos a punta de coraje, amor, inteligencia. Hacer lo que hicimos en esos tiempos no era poca cosa ‘señoritos de fina estampa’. Oh dios, Le petit bourgoise, siempre fuera del juego.

XXV

En medio de la arena jugábamos de niños a pasar las horas; el mar iba y venía y llegaba hasta tocar nuestros pies. Dejábamos que nos tocara; a veces era frío, otras templado. Así debe haber sido en el pasado, pensé cuando me preocupé de esas cosas. Me di cuenta que como seres siempre repetimos un ritual, un ritual que viene de lejos. Había paz en ese acto que hacíamos; hermandad, comunidad, juego. Primero fuimos dos, después ‘muchos más que dos’. Así es la especie, empieza de a poco y llega a más. Un tiempo ideal es la infancia; no sé ahora si es tan ideal cuando dependes de otros para salir adelante. Es lo que se dirá un padre, un abuelo, un profesor. La sabiduría de vivir se aprende imitando a las olas del mar, me habré dicho. Es una metáfora ese decir, me enseñó mi profesora de letras años más tarde. Después conocí el hielo, y el placer de comerme un helado. Supe en ese instante que la nieve se come; entonces pensé que la belleza también. Y sí; el mar al amanecer, el horizonte al atardecer. Las olas van y vienen; el columpio va y viene; el aparear va y viene. He ahí la vida, ‘el derecho de vivir en paz’.

 

XXVI

El frío cala los huesos, los traspasa. Las manos se ponen azules. Vas camino de la escuela. Tus pies se escarchan; los zapatos tienen hoyos en la suela y en el cuero. La abuela le ha puesto papel de diario adentro; algo ayuda. Igual voy a la escuela; no tengo lápiz, no tengo cuadernos. Escucho, con atención escucho, así aprendo. De mi boca sale aliento frío, el frío se cuela por las rendijas de las paredes. La escuela queda lejos de la casa de media agua. Las piedras calientes que me dio mi santa abuela se han enfriado, más frío me baja. Los dedos me crujen; siento que me voy a morir… ¿de frío? Cada día de invierno era así mi vida. Ni la campana me salvará de ese dolor; por una razón desconocida intuyo que mi salvación está en aprender. Me gusta leer, memorizo lo que me enseñan. Mi memoria se hace mejor; escucho con atención y recuerdo todo lo que dice el profesor, mi maestra. En mi casa no hay ningún libro; y tampoco es una casa. Es una mediagua de pobres. Conocí la pobreza en forma empírica, no me sirvió de mucho. Cómo va a servir conocerla de ese modo; nadie debiera ‘conocer’ la pobreza, es la peor lección de la vida. Es una epidemia, hay que arrancarla de raíz. Lo supe muy bien, por eso tenemos que luchar en contra de ella, de todo tipo de pobreza.

 

XXVII

 Sin habla quedé esa noche. De no sé dónde me venía lo de leer; tal vez de la escuela. De mi casa no. No teníamos ningún libro; ni recuerdo si mi abuela sabía leer. Sí sabía firmar, nada más. Yo tendría unos catorce, quince, dieciséis años, y me dio por leer. Leía revistas Sea con figuras pintadas, las que arrendaba en el quiosco de la esquina de Avenida Perú y la calle Brasil y novelas de vaqueros, las que devoraba en pocos días. Me quedaba hasta tarde leyendo a la luz de una vela para que no se diera cuenta la abuela. Cuando veía luz en mi pequeño cuarto de pobres se levantaba y me la apagaba. Así era todo el tiempo; lo hacía para que al otro día me levantara temprano para ir a la escuela que estaba bien lejos. El otro libro que leí fue la Biblia, es el único que hubo en la casa en ese tiempo y hasta su muerte. Un día apareció la abuela con él en una bolsa. Era un libro de tapas celestes y de hojas blancas y muy finas. Se lo había regalado el obispo. Por un tiempo dejé de lado mis otras lecturas y me hundí en las historias bíblicas. Unos meses más tarde dejé de creer en Dios cuando el obispo de la ciudad nos dijo que quería juntar dinero para ponerle techo a la catedral que estaba construyendo en el centro de la ciudad. Le dije – estábamos en la biblioteca del San Mateo –  que mejor usara ese dinero para comprar zinc para las mediaguas de las poblaciones de los pobres. ¡Llevaba  un  par  de  anillos de oro con piedras preciosas en sus manos! Rubíes y diamantes. Si los vende puede ayudar a muchos que lo necesitan, le repliqué cuando nos dio excusas sin sentido. La opción de la liturgia por los pobres no había llegado aún al Sur del Mundo.

 

XXVII

De dónde son los cantantes, cantábamos donde nos tenían. Era lo único que teníamos a mano; la voz y el recuerdo de lo que hacía poco hicimos. Ahora estábamos en medio de la nada; hace poco estuvimos en medio del todo. La fuerza armada nos ganó la partida y lo hizo con todo. No tenían para qué hacer lo que nos hicieron, tan sin miramientos. De años se venían preparando para hacer la guerra al ‘enemigo interno’. Qué burdos, el único que había en el país: ellos mismos. Vivimos la hora de los justos a pesar de todo lo que hicieron en contra nuestra. La historia seguirá su camino y lo que hizo el ‘hombre nuevo’ –que me perdone Baruch Spinoza, que no los quería por la arrogancia del término; prefería ‘hombres justos’– porque las condiciones de pobreza se acabaran en el país. Su política hacía realidad el discurso de los justos… por eso lo tiraron a la hoguera. Y a nosotros nos tienen en este campo alambrado en medio del desierto, en el Norte Grande suponemos.

 

XXIX

 Cuarenta serán las alegrías, las primordiales. Después vendrán las otras; paso a paso hay que irse por estos terrenos. El enemigo acecha. Desde años anda con bala pasada, por lo que hay que hacer las cosas con juicio. No hay que apurarlas; el que apurado vive, apurado muere. La revolución hay que cuidarla. Sabíamos que era distinta a las otras; la vía nuestra era diferente. Ni más ni menos revolucionaria. Las condiciones objetivas… estaban del lado de los moderados. Los de la ardorosa impaciencia se guiaban por las condiciones subjetivas; perdieron la partida y de paso nos hundieron a todos.

 

XXX

Volver al sur. Siempre que puedo vuelvo, y cuando no puedo lo arrobo en mi corazón. Sé que cada cual tiene su sur o su norte, o diferentes puntos cardinales. Es bueno estar claro en lo que se quiere. Si uno se pierde en los meandros de no saber qué es lo que busca, tendrá la mitad de la jornada perdida. Por eso es mejor pensar más de una vez lo que quiera hacer cada uno con su vida. Si está triste, salga de ese amargo; si está alegre, comparta ese pan. Que eso es el pan, la lágrima. Nos lo lloramos todo ayer nomás, y compartimos casi todo. Años difíciles fueron los que nos tocaron vivir. Ahora la tienen fácil los que salen a la calle. Poco pan tuvimos; pasamos hambre. Poco trabajo tuvimos; nos dieron trabajos de esclavos. Nos cerraron la noche, también la madrugada; por miles de días, de horas. Las cicatrices siguen sin cerrarse. Nos falta mucha catarsis, y que los que se tengan que redimir lo hagan. Está dura la cosa; el niño de ayer, al que le asesinaron a sus padres nos dejó al desnudo. La salvedad nuestra… no somos los únicos en el universo que necesitan hacerse un mea culpa. El sur tiene su norte, para mí; como el mirar a los ojos a la persona que amo. Los que hicieron el mal tienen mucho que enseñarnos.

 

 * En septiembre de 2013, Manifiesto de los Justos será publicado como libro por Ediciones La Polla Literaria.