Por José Paredes

1

Estoy lejos y cuánto, me digo. Pero no. Sé que la distancia no nos aleja; dirás que sí. Después de pensarlo, dirás no. Es una cuestión de sentir la lejanía, el fervor de la mano cercana. Los afectos no se alejan a pesar de la distancia y de las estaciones que hayan pasado. Son difíciles de llevar, los años, y ese no verse en el otro. Nos miramos algunas veces a los ojos, pero nada más. Había tanto peligro por aquí, por allá. Qué cantidad de ladridos en aquellos tiempos. Y qué silencio después de las balas.

2

Si te recuerdo, me dirás. Te veo en los ojos la pregunta. Cuántas veces la habrás hecho y a cuántos. Nos conocimos un poco; éramos jóvenes. La vida iba con nosotros. Te acuerdas de las tardes, de las madrugadas. En los camiones íbamos al campo. Muchas veces fui al campo cuando niño. Recuerdo a la abuela Agapita. En un camión la llevamos al cementerio. Fue la segunda muerte que vi en mi vida; después vinieron muchas. Los locos anduvieron sueltos peores que jaurías. Aún hoy lo andan, pero con otro tipo de balas, de tormentos, de asaltos.

3

Veo tu fotografía y te ves distante. Hacia dónde miraban tus ojos. Hacía frío en esa plantación de choclos; andábamos de voluntarios en esa cosecha. ¿Te acordarás de esos años? El tiempo corría en contra nuestra y no lo sabíamos. Qué hermosas erais, y qué estudiosas. No sé dónde habrá quedado tu habla, en qué bala se habrá anidado tu pecho.

4

Se puede olvidar, es la pregunta. No hay respuesta adecuada, me digo, dicen los que saben de estas cosas. Lo que pasó, pasó predicen los que tapan el sol con un dedo y los que imitan a una avestruz. No hay olvido por más que se quiera aventurar en él, al menos en mí. Por eso las mujeres buscan los fragmentos de las galaxias en el desierto; por eso los astrónomos buscan la luz, o el disparo, en el resto de los huesos. Estos siguen vivos a pesar del viento, del odio de los que hicieron del silencio un cómplice. No hay lágrimas en la hermana que busca al hermano, tampoco resignación. Un dolor que va más allá de las estrellas hay en sus miradas que buscan bajo el sol, bajo el silencio de la noche, el hálito de sus desaparecidos. Cómo olvidar el gesto de esos amados; cómo se dicen y se les quiebra el habla, también la mía. Se nos parte el alma a los que no nos ha abandonado la memoria.  

5

Camino por una senda que me llevará al Nomeolvides. Pienso en esa planta, en la fragancia de ellas y de las que caminaron conmigo. Qué será de esas flores. Qué hermosas eran; veían más allá de sí mismas. Sabían lo que era la vida y se arrimaban al amor. Cuántas veces caminamos por la plaza, alrededor de las camelias. Cuántas veces habremos ido a Maicolpué, Bahía Mansa, Pucatrihue. La arena, el sol, el viento y la música de las olas. Tenías apellido francés y olor a olas; tus manos, tus muslos eran ámbar. ¿Dónde estarás ahora?; cigarrillo en la boca, mirada de mar, piel que abrasaba. Después del horror, la dispersión.

6

Dónde vas, me dije. A cualquier parte, respondí. Era mi hora vaga. Seguí a los pasos que conmigo iban. Hacia dónde. Adonde sea, me habré dicho. Buscaba algo. Quién sabe. Estar solo, tal vez. Una paradoja. Lo estaba desde el principio. Entonces. Buscándome a mí mismo. Ahí sí que no. Esos pensamientos no se me cruzaban por la mente. Los pies en la tierra; sobre todo cuando se está en esas circunstancias. Tal vez ahora sí ande con ese polvo en el bolsillo o en la maleta como los exiliados. Ahora que también lo soy. Qué manera de llorar la de esos hombres, aquellas mujeres; por un paisaje que les era ancho y ajeno. El mundo es uno y uno apenas se pertenece; la vida sigue compañeros nos habremos dicho y sacamos las maletas de detrás de las puertas. Las abrimos y nos echamos a andar.

7

Fuego en sus ojos, en los ojos de esas mujeres. No paran de buscar; siguen moviéndolo todo. Y han ido encontrando a los suyos. De a poco. Una huella por aquí, una palabra por allá, una gota de sangre por acullá. Largo camino llevan en sus espaldas. Pero no cejan en la búsqueda. No quieren que se los mueran para toda la vida; es decir, para toda la muerte. Qué otra cosa pueden hacer. Es lo más humano; dejarlos morir una segunda muerte, una tercera sería fatal. Para ellas y para el hermano, para el padre, para el esposo, para los hijos. Los cobardes hicieron lo que hicieron y los que les dieron el afrecho siguen guardando silencio, acumulando granos y quilates.

8

Caminaba por el lado poniente de la capital. Había silencio de muerte por ese febrero de 1974. Polvo traía la brisa. Bajó y se echó a andar por el sitio eriazo y se hundió entre las casuchas de pobres. Todo era silencio en esa media tarde. Iba solo a un lugar que no conocía; no había un alma por allí cuando miraba. Nadie, nada. Iba en medio de un desierto, en medio de un cementerio sin tumbas. Así era el mundo en esos días. Caminaba en medio de la polvareda y del calor que abrasaba. Dónde se habrá ido la gente, dónde estaban los espectros. A veces escuchaba uno que otro grito, uno que otro zumbido de balas. Pero de dónde venían, se dijo. Siguió caminando y cantando dentro de sí; con el alma en un hilo, o en un tal vez. Lo esperaban en un lugar sin nombre; cuando llegó lo recibieron con los brazos abiertos. Compartió el pan y el agua con ellos, también los acordes de la guitarra. Cuando se fue vio en ellos toda la tristeza del mundo en el reflejo de sus miradas, en sus gestos, en sus palabras de adiós y cuídese Compañero. Sabían, como él – que se le oprimía el corazón- que no había vuelta atrás.

9

Tenía los ojos más hermosos del mundo; la risa más hermosa, unos labios… Y venía de vuelta del infierno. Como tantas, como tantos. No me contó lo que le pasó donde la tuvieron, tampoco me lo imaginé. Al tiempo leí en una revista los testimonios de algunas mujeres que sobrevivieron. Me bajó una rabia y lloré sangre. La hicieron pedazos donde la tuvieron. Y, a pesar de ello, volvió de ese infierno plena de vida. La mataron tantas veces y tantas otras se levantó. Seguía pura, más libre que nunca. Qué hermosa risa, qué maravillosa mirada. Hasta ratones vivos le metieron en sus entrañas los ‘compatriotas’. Pobre país de cobardes, el de nosotros. El silencio que hubo en aquellos años no era de inocentes; y el de ahora duele más que el de ayer.

10

Estoy tan lejos y qué cerca de ti. Veo el mar y eres tú. Lo tenías en tu mirada; era tuyo ese azul, ese esmeralda, la línea del horizonte. No lo recuerdas. Yo sí. Me hundía en tus ojos y era en el mar. Estaba en ti, en tu cuerpo. Caminabas como las olas, con una libertad de viento. No hay olvido en mí. Es verdad que estoy lejos, que me fui, que me tuve que ir. Caminé por calles que no conozco, por adoquines que me recordaron el barrio del centro. Escucho tus pasos a mi lado, tu risa; siento tu brazo en el mío. Tu aliento en mi mejilla, el cobijo de tu abrazo. Qué manera de buscarte. Y qué libre fuimos en ese tiempo de cadenas, de martirios, de desolación cuando salíamos a encontrarte donde estuvieras, Libertad.

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2013