negroIMÁGENES

Cuando pude descansar normalicé el ritmo de mi respiración. Entonces se me vinieron a la cabeza muchas imágenes de Laura.

La vi casi adolescente, con su uniforme de colegio y sus trenzas, lanzando parpadeos coquetos a los que perdíamos las horas de clase contemplando su figura de mujer desfasada de su rostro de niña.

Se me apareció en aquel campamento en el que me atreví a decirle que la amaba. Tuve que reiterárselo muchas veces. Tantas que finalmente llegamos a ser novios, cuando ya estábamos en la universidad, ella en los números, yo en las letras.

Pude verla radiante en su traje de novia, a pesar de ese dejo de tristeza en sus ojos marrones. Otras imágenes pasaron por mi mente. Aquellas vacaciones en el Caribe, sus horas de trabajo agachada frente al computador. No llegaron esas imágenes que nunca pude aceptar. Las recientes, las de nuestra caída.

Antes de llegar a verla como nunca hubiera querido, sacudí la cabeza y comencé a arrastrar su cuerpo hacia la salida del garaje. Un rastro escarlata quedó señalando el trayecto hasta el maletero del auto.

EL MACANA

En el barrio todos sabíamos que El Macana era violento. “El que a hierro mata a hierro muere” nos parecía una frase hecha para él. Pero creo que nadie esperaba que la muerte lo recibiera de esa manera. Tirado desnudo en la calle. La sangre que había manando de su entrepierna formaba una gran mancha. Su desnudez resultaba más grotesca en medio del frío, los gruesos abrigos y las bufandas que llevábamos.

En algún momento pensé que lo mataría un marido cornudo. El Macana era mujeriego, y además choro. Llegaba tarde a la casa y en el vecindario se escuchaban golpes y los gritos de su mujer clamando piedad.

El Cholo una vez trató de meterse a defender a su comadre y recibió un balazo en la rodilla que lo dejó amarrado a muletas por el resto de su vida. Esa era la pistola que todos buscaban ahora. Las miradas se dirigían a La Flaca, su mujer. Ella no hacía más que abrazar a Lucy, la única hija que había tenido con El Macana.

De pronto La Flaca alzó la vista y nuestras miradas se cruzaron, caminó hacia mí aún abrazando a la niña, la cabeza de la pequeña se hundía en el regazo de su madre. “Llévatela un rato, no quiero que vea esto”, me dijo cubriéndole los ojos.

Me pareció natural. Tomé en brazos a la niña, y caminé con ella lejos del tumulto. Di vueltas por varias calles hasta que llegamos al parque. Me agaché para dejarla sobre el césped. Ella me miró sin decir nada y caminó rápido hacia la calle, con pasitos cortos. Me preocupé y la seguí.

Alcancé a ver cuando bajaba el cierre de su parka y sacaba la pistola. Cabía justo por entre las rejas del alcantarillado. Ahí la dejó caer Lucy. Luego volvió a mirarme y solo asentí con la cabeza. Con ese gesto sellé mi pacto de silencio.

ANDREA

Andrea escapó desde uno de mis cuentos, ¿o debo decir de sus cuentos? Un par de amigos que alguna vez lo leyeron me avisaron que la habían visto. Sentada en un banco del Parque Forestal, lloraba, con su pelo rubio ocultando los ojos marrones. Por eso ahora corro hacia allá, desesperado, sé que la recién llegada debe tener miedo de esta ciudad que no conoce. Me angustia no saber si la encontraré, y si el orden natural del universo podrá permitir que el autor y su musa puedan por fin besarse fuera del mundo de las letras.

Antes de llegar, encuentro el cadáver del miserable de su marido, no sabía que también él había escapado del cuento. Está recostado en el césped, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol, parece dormir. Se ve tan desagradable como lo describí. Nadie más podría reconocerlo, a excepción de Andrea. Ni la policía ni el Registro Civil podrán dar con su identidad.

Andrea acaba de llegar a nuestro mundo, y ya carga una muerte sobre sus bellos hombros. Levanto mi vista tratando de ubicarla. Ella es noble, debo encontrarla antes de que se entregue.

SOBRE EL METRO

Llevaba años buscándolo. No me podía convencer que fuera él, pero no cabía duda. Tras un cartel publicitario y en la penumbra del atardecer, pude observar al viejo sin que me descubriera.

Él murmuró algo  mientras su diestra hurgaba en la desflecada mochila. Sacó un resto de pan. Ya había pasado el último tren del Metro por debajo de la rejilla metálica que estaba usando como cama. No habría más vaharadas de aire cálido subiendo desde los carros. Se comió el trozo sin desperdiciar migas, recostó la cabeza contra la pared y se arropó con unas mantas grasientas por el smog. A juzgar por sus cabezadas el sueño le llegaba de a poco. Una de sus piernas se veía gangrenada, debía tener frío.

No lo había visto desde el día en que apuñaló a Ester. Fue su último recurso para impedir que ella lo dejara por mí. Tomé el puñal que había llevado conmigo por años y cuando me aseguré de que él dormía, lo dejé junto a su mochila. La venganza que tantas veces soñé, habría sido un regalo para el viejo en ese momento. Mejor dejarle ese trabajo a las bacterias.    

EL CORONEL

El Coronel se había agotado de cabalgar  interminables jornadas en esa guerra, casi sin ver a Gertrudis. Su humanidad curtida por el sol y las balas, ya se encorvaba sobre el corcel, incluso cuando entraba en combate. 

Un par de noches atrás había llegado su capataz desde la Hacienda, tras doce horas de camino, para confirmarle que Doña Gertrudis le era infiel con el cura. El Coronel despachó inmediatamente a un alférez con la orden de liquidar a los amantes. Un escueto mensaje informando el cumplimiento del mandato le había llegado con el ocaso del día anterior.

Al amanecer, salió de su tienda de campaña al sentir las descargas de los realistas. Sus tropas espontáneamente formaban escuadrones para resistir el ataque. Los observó, sacudió el polvo de su uniforme azul, respiró hondo, levantó la pistola hasta su sien derecha y se desarrajó un tiro.

Doscientos años más tarde, en ese mismo sitio, el Regimiento de Granaderos, hace una descarga de fusiles, como homenaje al Gran Héroe de la Patria, cerrando así las celebraciones del Bicentenario.

LA COARTADA

Finalmente había una ventaja en  ser el músico a cargo del gong en la Orquesta. Dionel llevaba años soportando burlas de su mujer y sus amigos. “Pareces un monigote parado ahí casi dos horas para pegarle un par de veces al instrumento”. Luego ella agudizaba la crítica “Bueno para nada, ¿no eres capaz de buscarte otro empleo” y otras lindezas que se fueron volviendo insoportables.

El día de la gala de cierre de temporada, partieron con Schumann. La segunda pieza era de Stravinsky, no incluía gong y duraba casi una hora. Fue suficiente para salir del teatro, tomar el Metro, y llegar al gimnasio justo a la hora en que ella salía hacia la casa. En esa calle oscura su mujer no alcanzó a reconocer el hombre que la apuñalaba. Dionel se fue corriendo con su bolso, en el camino sacó la billetera, la guardó y tiró el resto al río.

De vuelta en el teatro tuvo diez minutos del intermedio para acomodarse el traje y repasar la  “Marche Lúgubre” de François-Joseph Gossec, con la que cerraban la función.

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Estos textos fueron leídos en el Carrusel de microcuentos negros, en el marco del Segundo Festival Iberoamericano de Novela Policiaca “Santiago Negro»), 5 al 9 de octubre de 2011.

Eduardo ContrerasEduardo Contreras

Nació en Chillán en 1964. Desde ahí partió al exilio con su familia, luego del golpe militar en 1973. Regresó a Chile a fines de 1983. Es Ingeniero Civil Industrial de la Universidad de Chile, MBA por ESADE y Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid.

 Actualmente es académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. Desde el año 2007 participa en el Taller literario de Poli Délano. Le gusta la novela negra, su única novela publicada es de ese género, aunque ha escrito y publicado cuentos con otras temáticas. Cuento “Pet Staff” publicado en la edición de marzo de 2005 de la revista “Pluma y Pincel”. Novela “Don´t Disturb: Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias” publicado el 2005 por Mago Editores. Cuento “They shoot horses don´t they”, publicado en la antología “Piso 10” de Mago Editores. 2005. Cuento “La novela premiada”, publicado en la antología de Mago Editores. 2006.