Los juegos de la guerra

Por Enrique Schmukler

Roberto Bolaño escribió El Tercer Reich en 1989. Publicada y leída veintiún años después, la novela brinda cierto goce de hallazgo arqueológico.

Ciertas formaciones temáticas son notables por la seguridad de trazo con que se destacan, ya en aquella época: para empezar el título original, pensado y establecido por el escritor –esto vale aclararlo: ¡hay tanto editor y agente literario alimentando al mito!– anuncia otra vuelta de tuerca a la reversión valorativa del uso ficcional del nazismo, que en Bolaño siempre es frío y se aparta ex profeso de cualquier documentalismo moralizante del horror.

El personaje principal de El Tercer Reich es Udo Berger, el campeón alemán del juego de estrategia bélica «El Tercer Reich», que viaja a la Costa Brava catalana para pasar una quincena de vacaciones. La novela se estructura como un diario íntimo de esa corta temporada que comparte junto a Ingeborg, la que hasta ese momento cree el verdadero amor de su vida. Udo Berger es un freak de alto vuelo. También un neurótico que en el hotel «Del Mar» exige escandalosamente que sustituyan la mesa de su habitación por una de dimensiones acordes a las necesidades de su tarea de verano. Ocurre que Udo no llega a Cataluña con ganas de ocio sino para recluirse en su habitación y escribir un artículo especializado. Por eso necesita de una mesa grande, vasta, donde desplegar el tablero y, sobre él, las fichas del juego (fichas de regimientos, de tanques blindados, de unidades aéreas); un tablero donde pensar y repensar infinitos esquemas de juego.

Creador de vidas

Mientras Udo se ensimisma sin frenos en su wargame (juego de guerra) varios personajes secundarios asoman en su temporada de vacaciones. En primer lugar, otra pareja de alemanes: Charly y Hanna; también Frau Else, la propietaria del hotel (Frau Else, de quien Udo guarda un recuerdo de amor infantil desde las temporadas pasadas con sus padres en ese mismo hotel), y su marido enfermo terminal, que no se lo verá sino como titiritero oculto en alguna de las habitaciones de la planta baja del hotel. Pero también surgen dos españoles de oficios misteriosos, tal vez delincuentes, llamados «El cordero» y «El lobo», amigos temporarios de Charly en sus borracheras, y guías fundamentales en las recorridas que el grupo emprende por los tugurios del pueblo. Se trata de personajes fundamentales en la novela, pero que no parecen haber surgido de su factoría. En cambio, el único personaje reconocible al ciento por ciento es el Quemado, un paria por el que Udo siente una incontenible curiosidad.

Roberto Bolaño era un creador proliferante de vidas. De pocos escritores se puede decir que la pulsión que mueve la obra dependa casi exclusivamente de esta capacidad reproductiva sorprendente. Novelas paradigmáticas son, en este sentido, Los detectives salvajes (universo polifónico de destinos) y 2666; no le va en saga La literatura nazi en América. Pues bien: en particular llaman la atención algunos personajes cerrados absolutamente al trato humano; personajes con una especie de ausencia esencial de esperanza, a pesar de lo cual continúan viviendo, aunque se tema para ellos un final trágico siempre próximo. Por caso Ulises Lima, en Los detectives salvajes: un personaje cuyo misterio se halla justamente en su incapacidad de saber qué es lo que piensa, qué es lo que desea. Ulises Lima es lacónico, casi mudo: existe ajeno a la trama de su vida porque es la trama la que lo vive, lo arrastra sin que oponga resistencia. Su cuasi catatonia lo transforma en un personaje ambiguo: ya un santo, ya un criminal. Sin decir agua va parece capaz de cualquier cosa.

El Quemado de El Tercer Reich es de ese tipo de personajes, en algún sentido, un precursor de Ulises Lima (y también un poco de Arturo Belano). Udo e Ingeborg lo encuentran por primera vez frente al mar. Vive de alquilar patines de playa a pedales. Dos características físicas lo definen: sus abdominales marcados parecen una tabla de lavar; y su cara, del todo desfigurada por el fuego. Además de que es latinoamericano, poco más se sabe de él hasta que Udo, imantado cada vez más por ese hombre sin cara, se pregunta: ¿pero dónde vive el Quemado? El Quemado vive en una suerte de madriguera kafkiana. Construida en la misma zona reservada para estacionar los patines, al terminar la jornada acomoda esas pequeñas embarcaciones de tal forma que le sirvan de techo y paredes. Una noche de lluvia en que Ingeborg, Charly y Hanna están de visita por Barcelona, Udo descubre al Quemado bebiendo en su guarida. Conversan. Udo le cuenta por qué se encierra todos los días a jugar solo a El Tercer Reich. El Quemado responde con monosílabas, a veces con gruñidos incomprensibles. Udo descubre genuino interés, al fin de cuentas el Quemado es el único que se intriga verdaderamente por «El Tercer Reich». A la noche siguiente se presenta en la recepción del hotel Del Mar. Udo Berger decide enseñarle a jugar.

La casa pierde

Está claro: Udo Berger escribe artículos para revistas de juegos de simulación bélica, entre ellas, la revista Command, que figura en el apéndice de La literatura nazi en América. ¿Pero para qué escribe esos artículos? «Para romper todos los esquemas», le responde al Quemado en otro de sus diálogos nocturnos. «¿Todos los esquemas?», lo inquiere el otro. «Sí, todas las viejas maneras de jugar. Con mi esquema, el juego deberá replantearse».

Al final de cada jornada, Udo consigna en su diario las sucesivas visitas del Quemado a su habitación, primero como aprendiz y luego como contrincante «aliado». Las partidas de El Tercer Reich funcionan como una fisura dentro de la experiencia veraniega de Udo Berger. Como afuera el mundo comienza a desmoronarse –Charly ha desaparecido en el mar, Ingeborg se ha vuelto a Alemania y él la ha acompañado al aeropuerto sin más–, el juego coloniza la vida de Udo con la fuerza de una monomanía.

Al comienzo, Udo es arrollador. Sin embargo, no deja de reconocer que su contrincante aprende rápido. A medida que las partidas avanzan, el Quemado comienza a ganar posiciones, a ocupar más países de Europa. Se organiza mejor, dosifica con astucia sus fuerzas en todos los frentes y acorrala al ejercito nazi. No es que el Quemado haya aprendido rápido, sino que Frau Else, influenciada por su marido, ha robado de la habitación de Udo las reglas del juego, y les ha sacado fotocopias. O eso es lo que sospecha Udo, al descubrir una noche al Quemado charlando con un desconocido a la orilla del Mediterráneo. ¿El Quemado charlando con alguien? ¿El marido de Frau Else?

En cualquier caso el gran campeón podría ser derrotado. La causa es menos la inoportuna aparición de un nuevo rival de porte que la verdad más simple y palmaria. Udo es el único entre ambos que ha leído las reglas del juego una y mil veces. De manera que la ventaja con la que jugaba volvía verosímil la demostración de su genio. Como siempre ocurre con los héroes de Bolaño, el desenlace de los hechos termina por teñir el talento de un manto de sospecha. Al igual que Cesárea Tinajero, la madre del «realismo visceral» de Los detectives salvajes; al igual que la mayoría de los autores nazis de La literatura nazi en América, Udo Berger, el gran campeón de wargames lo es sólo en condiciones particulares, específicas, que la peripecia de la trama hace tambalear, devolviéndole a la literatura, en el mismo movimiento, su potencia desmitificadora.

Jugar a la Historia

 Un inequívoco espíritu infantil se libera en el campeón de El Tercer Reich. Hay en Udo un niño que se forma y deforma, como un bulto móvil que se infla y desinfla o que formara pliegues bajo la piel. Una escena delata a esa criatura de mueca delirante que surge con intermitencias. Bajo la candidez de un arrebato romántico, Udo ha decidido comprar un regalo para reconquistar el aprecio de Ingeborg. El regalito es la representación en barro de un diminuto campesino en posición de defecar. Lo inquietante no es la escatología naïve de la figura, ni la broma fácil, sino un insignificante episodio lateral: en un intento más por seducirla, enseña también su «ocurrencia» a Frau Else, quien responde sin creer lo que ve: «¡Es usted un niño, Udo!», antes de seguir con sus asuntos.

La escena resume el punto de vista de El Tercer Reich y uno de los temas de la obra de Bolaño: lo lúdico llevado al extremo de la inocencia estúpida; el juego como vía paralela de la Historia trazada con un grado de intensidad alienante y patológico. Udo es un hombre-niño jugando a rehacer la Historia del mundo, a deformarla, llevando al extremo y a la irrisión uno de sus mitos negativos en el s. XX: repitiéndolo, reescribiéndolo, parodiándolo en un tablero de casilleros hexagonales.

Así, se puede leer El Tercer Reich como antecedente de La literatura nazi en América, en el sentido de que lo que en ésta es una representación novelada de lo nazi (un hombre y su juego de mesa), en aquélla del año 1996 «lo nazi» actúa simbióticamente con la historia de la literatura hispanoamericana. En diferentes niveles del relato, la propuesta es la misma: probar la capacidad que brinda la literatura para simular lo real a su antojo; desbancar las jerarquías de ingreso a la Historia y, como una provocación deudora del conocido precepto de Schwob en su prólogo de Vidas imaginarias, canonizar la variopinta gama de existencias posibles, ya sean «mediocres, divinas o criminales».

Es conocida la admiración que Bolaño sentía por Marcel Schwob, por Juan Rodolfo Wilcock (La sinagoga de los iconoclastas; El estereoscopio de los solitarios) o por Borges (Historia universal de la infamia), por sólo citar algunos autores paradigmáticos del subgénero llamado «vidas ficcionales». Por supuesto, Bolaño es una de las últimas versiones latinoamericanas –y uno de los mejores– de esa concepción lúdica y desafiante de la literatura ante la Historia.

En: Ñ. Revista de Cultura.