Letras de Chile

Por Diego Muñoz V.

El terremoto y el maremoto que asolaron la región centro-sur de Chile han puesto en evidencia una serie de hechos y tendencias cuya enumeración completa sería muy extensa. No obstante, algunos de ellos son más trascendentes para el futuro del país desde la perspectiva de los escritores y agentes culturales que integran la Corporación Letras de Chile.

Letras de Chile inició su trayectoria de gestión cultural el año 2000, y desde ese momento ha llevado a cabo múltiples iniciativas por el fomento de la lectura y la difusión de la literatura, en la convicción profunda de que ese quehacer se entronca con el desarrollo de las cualidades humanas más valiosas.

Convencidos asimismo de que el innegable desarrollo económico de las últimas dos décadas –iniciado una vez recuperada la democracia y las libertades esenciales- hemos bregado desde el mismo año de nuestra creación insistentemente con las autoridades sectoriales de la cultura para lograr que una parte considerable de sus esfuerzos se focalice en aspectos a nuestro juicio esenciales.

Hemos planteado, por ejemplo, que más que batucadas, festivales o “eventos” culturales destinados a producir efectos mediáticos, es imprescindible desarrollar un trabajo que conecte directamente a los creadores y mediadores culturales con las personas, sobre todo aquellas más lejanas a los beneficios del crecimiento económico, por ejemplo: los adultos mayores y los niños de las comunas más pobres, los estudiantes de los liceos y escuelas municipales, los habitantes de pequeñas ciudades y pueblos.

Hemos planteado en innumerables oportunidades y formas que la política asistencialista encarnada en los “proyectos” –gracias a la cual se ha podido llevar a cabo muchas iniciativas de alto impacto, varias actividades de la propia Letras de Chile- es claramente insuficiente. Es preciso crear programas de apoyo sostenidos en el tiempo, guiados por metodologías ad hoc, con seguimiento adecuado y permanencia. Los proyectos permiten trabajar un tiempo limitado, tras el cual las iniciativas tienden a descontinuarse por falta de recursos.

Todos sabemos que el crecimiento de la riqueza no ha ido acompañado de una mejor distribución de la misma. Al contrario, desgraciadamente el poder económico se concentra cada vez más en un estrato social que disfruta de todos los privilegios, mientras los más desposeídos observan –por televisión a través de profusa  propaganda- la fiesta y el lujo desmedidos.

Si bien con posterioridad al cataclismo y su secuela de temor, terror, destrucción e histeria, ha predominado la solidaridad con las principales víctimas del cataclismo. Ha aflorado lo mejor del ser humano, pero también ha asomado lo peor: el individualismo expresado en diversas formar: indiferencia, desidia, ineficacia, vandalismo y saqueo. Este es el resultado de un modelo social que ha dejado de privilegiar el humanismo, poniendo el acento en el pragmatismo, ergo lo material. Ha quedado al descubierto una profunda grieta en el alma nacional, una fisura moral de la que es imprescindible hacerse cargo.

De esta forma, los cimientos de la sociedad cada vez más se fundan en lo económico y cada vez menos en lo propiamente humano: la capacidad de reflexionar y crear libremente, el imperio de la solidaridad por sobre el egoísmo exacerbado, la experiencia del deber moral de ayudar al prójimo, y ayudarlo hasta que duela como decía el Padre Hurtado.

Se ha sobredimensionado socialmente  el valor de la tecnología informática y comunicacional, como si ésta pudiera sustituir el contacto directo, personal y fraterno; ahora que hubo que prescindir de ella por muchos días, estamos en mejores condiciones de hacer una valoración más exacta. ¡Cuánta gente ha dicho que por primera vez hablaron con sus vecinos de barrio o edificio! Vivimos ensimismados, aislados, encerrados en nuestros cubículos, con la falsa ilusión de estar conectados con el mundo.

La tecnología es muy útil y ayudará mucho en la fase de reconstrucción, pero no lo es todo. Debemos salir de nuestros emplazamientos para ayudar. Desde nuestra perspectiva de agentes culturales y escritores, esto significa también proveer ayuda material. Lo estamos haciendo y continuaremos haciéndolo.

Sin embargo, nuestro quehacer fundamental debe concentrarse en lo que sabemos hacer bien y lo que hemos aprendido a hacer, sobre todo en los últimos años: establecer programas específicos de apoyo, guiados por objetivos nítidos y metodologías perfectibles.

Este ha sido el caso del Programa Tenemos Tanto que Contar, que ha logrado mantenerse activo en las comunes más pobres de la Región Metropolitana por tres años. Los escritores y agentes culturales de Letras de Chile, en alianza con Un techo para Chile y el  Hogar de Cristo, han capacitado a cerca de un centenar de adultos mayores, convirtiéndolos en cuentacuentos que visitan las escuelas y los campamentos para entregar alegría y fomentar la creatividad de los niños.

También es el caso del Programa Letras en el Liceo, que ha integrado a centenares de jóvenes de liceos de la Municipalidad de Santiago durante los últimos dos años. Los escritores han visitado los Liceos y las aulas de éstos, establecido un diálogo con profesores y estudiantes, dirigido talleres literarios y publicado sus creaciones.

Estamos convencidos que diez años de trayectoria de Letras de Chile, con muchos resultados que mostrar –los antes referidos y muchísimos otros- nos proveen de autoridad moral para plantear lo ya dicho, antes y ahora nuevamente, quizás con más profundidad, claridad y convicción. Son resultados pequeños, una aguja en el pajar quizás, pero valorables. No hemos contado con otro recurso más importante y cuantioso que nuestra convicción ética de la necesidad de entregar nuestro esfuerzo personal. No nos hemos conformado con ejercer nuestro rol de escritores, profesores, editores, artistas o profesionales, sino que hemos aceptado el desafío de nuestra idea de gestión cultural. No contamos con fortunas personales, ni con infraestructura de ningún tipo. Sólo con nuestro conocimiento, nuestra capacidad para crear y el deseo de aportar a la auténtica grandeza de nuestro país.

Hay que reconstruir casas, escuelas, puentes derruidos, fisurados, dañados en los cimientos. Será tarea de años, pero no me cabe dudas que los chilenos sabremos salir exitosos.  ¿Pero que irá a acontecer con las fisuras en nuestra alma nacional? Aquellas grietas que dan cuenta de que a pesar del progreso material, prevalece un terrible retraso en las variables más humanas, léase desigualdad extrema, compartimentación social, distancia e indiferencia, frustración, corrupción, ineficacia, falta de equidad, falta de justicia…

Queremos un país más justo, más solidario y más humano. Para eso hay que educar a nuestros niños y a nuestros jóvenes, proveerles luz, conocimiento, valores, creatividad, autonomía de pensamiento. Tenemos la experiencia de vida de los mayores, podemos potenciarlos para una entrega constante, en todos los lugares, hacia quienes son los dueños del futuro. El patrimonio cultural es mucho más que un conjunto de edificios o estatuas: es lo que ha construido un pueblo completo a través de su historia. Y sobre todo es lo que puede y debe construir ese pueblo, con respeto, con sabiduría, con creatividad y con la maravillosa solidaridad.

 

 Diego Muñoz Valenzuela

Presidente

Corporación Letras de Chile