Por Juan Yanes

Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla.

Lichtenberg

Mi patria es la lengua, decía Pessoa. Pero ¿qué lengua?, porque hay escrituras apátridas que huyen de su lengua originaria y conquistan otras para expresarse sin adherencias. Y hay huidas hacia adentro, patrias interiores, viajes hacia el útero de la lengua materna en un regreso improbable, buscando la raíz.

Lenguas torturadas, sobre todo, las que van hacia el vértigo de esa escritura que reclama la torre de Babel. Es la saga de los amanuenses del infierno y del gozo políglota: Kafka, Celan, Canetti, Juan Rodolfo Wilcock, Juan Gelman…

¡Qué turbadora la relación existente entre Kafka y la lengua alemana! Rechazado por los alemanes por ser judío checo, rechazado por los checos por escribir en alemán. En privado, dicen, utilizaba para hablar y escribir el checo, su lengua afectiva, pero su lengua literaria fue el alemán. Vivo en un «gueto social y lingüístico, con muros invisibles», escribió y le pedía a su amante Milena, que le escribiera las cartas de amor en checo, para empaparse mejor de sus palabras. Kafka alemán, judío, checo, imposible de entender, dicen, sin la Praga mágica en la que vivió toda su vida.

Un poeta anómalo, Paul Celan. También judío, pero nacido en Rumania, nacionalizado francés, que escribe en alemán, la lengua de los exterminadores de su familia. Traduce al alemán las obras de Arthur Rimbaud, Ósip Mandelstam. “Su” lengua, ¿cuál es “su” lengua?, ¿el rumano natal, el francés, el ruso, el alemán? Pero. ¿para qué hablaba un poeta que buscaba la anulación del lenguaje y de la realidad? Celan, el poeta del enmudecimiento.

Elias Canetti es un caso singular de dominio gozoso de los más diversos idiomas. Hablaba el búlgaro, el inglés, el ruso, el alemán. Lo cuenta en La lengua absuelta, título que es ya una declaración de principios. Pero lo que más me conmueve del descomunal Canetti es la confesión de que en la intimidad de su casa hablara el castellano del s. XVI, porque pertenecía a una familia de judíos sefarditas, expulsada de Sefarad por la intolerancia.

Juan Rodolfo Wilcock, argentino de nacimiento, de padre inglés y madre italo-suiza, después de escribir en castellano elige el italiano para expresarse porque ‘es la lengua que más se parece al latín (acaso el español se parezca más, pero el público de lengua española es apenas el espectro de un fantasma). En un tiempo en toda Europa se hablaba latín, hoy se hablan dialectos del latín: la pasiflora en inglés se llama passion-flower, para mí las dos son la misma palabra. Por lo tanto la lengua tiene una importancia relativa. Lo que importa es no caer en el folclore, que es intransferible. Para mí el inglés es casi demasiado folclórico, actualmente. Qué decir entonces del inglés de Estados Unidos, cuando levanta vuelo por su cuenta y se achata en ciento veinticinco palabras. Es como si a un jugador de ajedrez le dijeran: «Aquí se juega a nuestra manera, con un solo caballo y sin torres». Beckett, tal vez no lo advierta, pero escribe casi en latín. Su poema ‘Sans’, del 70, va más atrás en el tiempo, parece sumerio, más aún, pictográfico’.

En esta babel, en esta sinagoga de los iconoclastas, en este paraíso políglota, en este infierno del don de lenguas, en este parnaso multilingüe, la nómina sería interminable: George Steiner, João Guimaraes Rosa, Navokov, Conrad, Naipaul, el peculiar poliglotismo de Lampedusa, que leía en todas las lengua, todos los días… para destilar luego una sola novela, en italiano.

Y el caso, para mí, más sobrecogedor, el de Juan Gelman, expulsado, perseguido, desarraigado, que escuchaba arrobado a su hermano recitar a Pushkin en ruso, que aprende ‘ladino’ en su madurez, para escribir Dibaxu (Debajo), como una búsqueda desesperada de lo que está en lo más recóndito de la lengua con la que habla y trabaja. ‘Escribí los poemas de Dibaxu en sefaradí, de 1983 a 1985. Soy de origen judío, pero no sefardí, y supongo que eso algo tuvo que ver con el asunto… textos (que) dialogan con el castellano del siglo XVI. Como si buscar el sustrato, hubiera sido mi obsesión. Como si la soledad extrema del exilio me empujara a buscar raíces en la lengua, las más profundas y exiliadas de la lengua’.

Lenguas partidas, políglotas, escritores deslenguados, cosmopolitas apátridas que se autoexcluyen de la familiaridad de su lengua nativa, para ingresar en la máxima tensión, en el dominio de la lengua del otro, del mundo, de los mundos, escritores escindidos.

En: Máquina de coser palabras