Libro Zulma FragaPor Zulma Fraga

Subordinadas

La muchacha joven y morena que camina pasada la medianoche de un mes de julio helado, mientras cae una lluviecita que la va empapando y casi no siente, y hay bruma; que tiene un embarazo de cinco meses no querido, que está tan sola y se ve sin salidas, que entra en una de las pocas plazas de Buenos Aires todavía no cerradas; que se mece largamente y llora, que hacia la madrugada se cuelga de uno de esos travesaños de los columpios y pende en la neblina que se va espesando, dulce flor que la ciudad se traga.

Proyecto para cuento

Ciudad de Buenos Aires a comienzos de los años 60: horas y horas de discusión política, histórica, social, filosófica. En cafés, plazas, zaguanes, esquinas. Todo por hacerse, un buen cambio, el progreso indefinido de la historia.

Ciudad de Buenos Aires a comienzos de los años 60: ropa gris, marrón, azul, saco, corbata; las mujeres no llevan pantalones, no fuman en la calle.

Día de invierno, lluvia, desde la ventana de un segundo piso, un hombre joven ve pasar a una muchacha con paraguas rojo.

Rojo.

Corre escaleras abajo. Empieza con cafés, cine europeo, fideos en Pipo, libros. Sigue el amor en un cuartito de estudiantes.

Termina alrededor de un año más tarde. En un consultorio helado, un anochecer de lluvia, con un aborto.

Rojo.

Y si me miro en tus ojos

Siguió siendo bella porque se miraba con sus ojos. Pasaron los hijos, los nietos –la primera llegó tan temprana e inesperada que nunca pudo reconciliarse con ella-, pasaron las casas, los trabajos, el pelo a la cintura fue acortándose paulatinamente hacia los hombros, pero siempre rubio, un poco más, un poco menos, según la cantidad de mechas que decidiera aclararse. Agregó algún kilo, cambió con más frecuencia la bicicleta por el auto, siempre se miró con sus ojos, y siguió siendo casi la misma, la hermosa.

Pero un día, él se murió.

Lucía

(…esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix…)

J. Cortázar, Rayuela

Vive con tres gatos y un perro en una casa ruinosa y un poco sucia en Villa del Parque, con un jardincito al frente, descuidado, pero en donde deposita esas cosas que encuentra en sus vagabundeos: vidrios de colores, piedras pulidas por el tiempo, un aro, un dije caído de qué cuello, plumas.

Tiene más de setenta años, el pelo negro con pocas canas sujeto en una trenza gruesa que cae sobre un hombro, los mismos ojos verdes, la misma figura llena de gracia.

El gran amor de su vida se volvió loco y tuvo un único hijo que murió pequeño, de descuido dicen; en un país que no nombra y cuyo idioma ha olvidado.

Los chicos del barrio hacen ruidos groseros cuando pasa. A mí me da frío. Y pena.

Perdedora de manual

(texto que se mira en Sasturain)

Nomás entrar y supe que Mario me había dejado. Sobre la mesa estaban las llaves del departamento y una notita “se terminó, nena”.

Fui al baño y me lavé la cara, vi su cepillo de dientes junto al mío. Yo se lo había comprado. Me miré en el espejo, la piel opaca, deslucida.

Volví a salir, caminé hasta el bar, estaba Tony en la barra. Me senté junto a él, y como él, pedí una ginebra. Sentí el pantalón apretándome la panza, el culo, había engordado mal estos últimos años.

-Echenique está al caer- dijo Tony. -¿Y a vos, qué te pasa?

Le conté. Estaba terminando (porque, se cuentan rápido cinco años de vida con un tipo que deja de quererte y se va sin dar la cara, “se terminó, nena”), cuando llegó Echenique. Me miró, levantó las cejas, en pregunta muda para Tony.

-La dejó el fiolo.

Echenique tomó su ginebra, me pasó el brazo por los hombros.

-Piba, ¿hay que pegarle a alguien?

Estuve tentada de decir que sí, aunque más no fuera para devolverle una amargura, pero dije no, ya nada haría que me quisiera otra vez.

Al otro día, cuando fui al banco, descubrí que me había vaciado la cuenta. Lo llamé a Echenique.

La telaraña

Cinco chicas. Una flaca y alta.

Todas morenas.

Una, misteriosamente, con ojos claros

Dos para trabajar en casas de familia. Una como peluquera y manicura. Otras dos, para un taller de costura.

Todas para prostitutas.

Una muerta. Tres resignadas. Una escapó y dijo.

Bailarinita

Bailarinita a veces toca el acordeón en el subte, reparte besos y espera monedas. Tiene la piel dorada, los ojos color miel, el pelo apenas rojo, enmarañado y un poco sucio. Del escueto pantalón emergen sus piernas rotundas, que mira el pasajero de saco y corbata. Ávidamente.

Tango

No eran aún las nueve en la mañana de febrero, hacía mucho calor y ella interrumpía el tránsito aplastada contra el pavimento, de cara al cielo, una blusa azul vibrante, el pelo casi naranja. Eso fue minutos antes de que la cubrieran con una bolsa negra; la ciudad olía a mierda de perro, a desesperanza.

Zulma Fraga: nació en Realicó, La Pampa, vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina.

Publicó Relatos del Piso 12, cuentos, Marginales, relatos breves, el músico y Angelita, novela; cuerpos en tránsito, poesía; Subirse al micro, microrrelatos.

Incluida en las Antologías Relatos para Sallent, Sallent de Gállego, España. Grageas. Antología de 100 cuentos breves de todo el mundo, Buenos Aires, Argentina. Cielo de Relámpagos, antología de microficciones de autores latinoamericanos, Neuquén, Argentina. V y VI Encuentro Nacional de Narrativa, Bialet Massé, Córdoba, Argentina, ¡Basta!, cien mujeres contra la violencia de género

Ha participado en distintas actividades multimedia con poesía y narrativa y ha recibido premios por su obra en el país y el extranjero.                

Condujo el programa radial Contextos. Codirectora de Editorial Piso12