Por Francisco Martínez Bouzas

 La vendedora de flores del nuevo cementerio judío Zizkov, Praha 3, donde Franz  Kafka está enterrado no conoce al autor de La metamorfosis.

Pero Lilian Elphick se interna por los vericuetos de la última morada y en la tumba de Kafka deposita unos narcisos amarillos, sin que se haga presente esa horda de turistas que la escritora chilena esperaba encontrar. Y del sepulcro de Kafka recibe la sincronía del no-tiempo de las fabulaciones. Mas este libro de minificciones, escrito por una de las voces más potentes de la narrativa hiperbreve en lengua española, ya estaba cocinado y bien sazonado antes de este encuentro. Hoy se lo regala al genio checo, se lo regala a ella misma y a todos los lectores amantes de la minificción, escrita con agudeza e ingenio, prosa briosa rebosante de destellos y tonalidades filosóficas, literarias y poéticas. Un libro empapado de estética, de poesía en formato minificción. Empapado, sobre todo, de Franz Kafka.

No importa que esa necesaria visita a la sepultura de Kafka, los cientos de besos que Lilian Elphick no fue capaz de depositar en la losa o los escarabajos que por  ella reptan, fijados e inmortalizados en las fotos que la escritora tomó, no se hallen en el origen de este libro. No importa la ausencia del Franz Kafka muerto, porque está presente el Franz Kafka vivo, su escritura. Extraigo esta información, a modo de anécdota vivencial del epílogo de K (“Recorrido K”, páginas 74-75), después de haber hallado profundidad y hermosura en cada página y gozado con los cuarenta y nueve microrrelatos, escritos sobre lo escrito por el escritor que sí, ha permanecido siempre barro, pero nunca un viejo cadáver. Y claro que sí, Lilian Elphick se introduce en el mundo Kafka, fue de algún modo habitada por el escritor checo y este libro es el resultado y el reflejo de su segunda metamorfosis, o al menos de una sugestiva amalgama que sutura realidad y ficción.

 No se trata simplemente de un juego intertextual; como reconoce la misma autora, Lilian Elphick escribe sobre lo escrito por Kafka, lo reinventa en numerosos textos, especialmente en los microrrelatos de la sección “Nomen est Omen”. Nutrirse en Kafka y recrearlo con voz y acento propios, dialogar con su herencia escrita, afortunadamente no quemada por su “concesionario” Max Brod. El resultado: metaliteraratura auténtica y original que permite que la obra de Kafka deje de ser tan difícil e imprevisible como todo lo kafkiano.

 Esta recreación de Kafka, íntimamente perturbador, exagerado hasta el límite, da lugar al “nido de historias” que Lilian Elphick estructura en cuatro secciones. En todas ellas el lector se encontrará con el mismo tema, con Kafka, con el desarrollo “ad absurdum” de una idea sin lógica interna que entronca a Borges, del que también se empapó la autora, con el escritor checo; con sus sueños y pesadillas, siempre perturbadoras que nos hacen revivir la ambigüedad que a veces arrastramos durante el día, ante la lógica del mundo despierto y la paralógica de lo que soñamos. Mas también con aquellos personajes y terrores reales, igualmente inquietantes, algunos verdaderas y presentidas congojas, como el nazismo, el Holocausto, “el humo de los hornos”, “los trenes de la muerte” que convirtieron en víctimas  a familiares directos de Kafka. También a la larga a Milena  Jesenká, uno de sus grandes amores.

“Los graznidos”, la primera aproximación, la voz de esos pájaros que graznan en las cornisas de la imaginación (página 13), de ese grajo (Kafka en alemán es “Dohle, grajo, grajilla), cuya negrura es propia de no pocos de los personajes kafkianos y que avisará de la partida de Gregorio Samsa. Los  “Lugares” (segunda parte), comenzando por esa Praga devastada en los sueños del escritor, en cuyas calles encharcadas Kafka parece un fantasma; en la oficina, que nos retrotrae con palabras kafkianas al Chile de la dictadura; en la escritura, devorado mientras escribía, sin rescatar del amor una sola palabra; en tierra de nadie y en ese siniestro barracón  número 5 Birkenau que cobijará el horror de Ana y Margot Frank. “Nomen es Omen”, la tercera sección, que enumera con rótulos latinos seres humanos, pájaros, insectos…, capaces algunos de dictar “las leyendas del aire”, o que vigilan el despertar de Gregorio, convertido “en un horrible ser humano”. Finalmente, “Pequeñas variaciones”, con diálogos entre el presente y el futuro, revirtiendo el tiempo que hace posible la presencia de Borges, Monterroso o el escribiente Bartebly en los sueños de Kafka; o la tos de lobo de los tuberculosos. Y en una prolepsis perfectamente lograda se vislumbra el Tercer Reich “como un lobo verdaderamente feroz” (página 68).

 K  es un libro de escasas páginas pero de absoluta excepcionalidad. Los recursos en los que Lilian Elphick se apoya (la rehechura de un Kafka al que, por cierto, la escritora pide perdón por ese atrevimiento; la capacidad condensativa; una prosa primorosa preñada de poesía; la arquitectura teatral de algunos “textículos” como escribiría Cortázar; la competencia emulativa que le permiten reescribir posibles cartas de Kafka que no le desmerecen, la tonalidad existencial, entre otros muchos haberes, que estas páginas dejan entrever en su tercio no sumergido) son sobrados avales  para que este lector ose afirmar que K es la más consistente y brillante escritura metaliteraria en formato breve, erguida sobre lo escrito por Kafka.

Fragmentos

K en la escritura

“Me interrumpían los grajos y el silbido de mis bronquios a media noche; me interceptaba mi padre con sus bastonazos. Cuando quebró los diez dedos de mis manos, escribí con la boca. Me molestaban los dientes y la baba que mojaba la historia, haciéndola inverosímil.

Luego, el amor. Ni una sola palabra. Un silencio estúpido. Dora, Milena y Felice paseaban por mis desgarraduras.

El tiempo me devoró, mientras escribía.

Hice lo que pude.”

…..

K en tierra de nadie

“Está oscuro. Oigo el chillido de los ratones. Hay excrementos, cadáveres, llantos de hombres solos. Afuera el humo de los hornos.

Barracón número 5, Birkenau. Mi última patria después de muerto.

Sé que ana y Margot Frank tienen tifus y ya no necesitan mantas para cobijar su horror.

Mañana moveré piedras de aquí a allá, sin propósito alguno. Un kapo gritará su látigo en mi espalda.

Una mañana me arrestaron.

Todos fuimos a los trenes de la muerte.

Josef Mengele movía el pulgar hacia arriba o hacia abajo.

Me preguntó si tenía un hermano gemelo. Le respondí que sí, que su nombre era Gregorio. ¿Y dónde está entonces?, bramó. Escondido, señor en un cuaderno. Nunca lo podrá encontrar.”

…..

Blata orientalis

“Un corrido mexicano me inmortalizó. Su música es pegajosa, como yo. Pero, hay algo que inquieta: un hombre escribe de insectos. Él no me ve cundo paso entre sus zapatos y no sospecha que cuando duerme yo trepo a la mesa y cabalgo las hojas tatuadas. Leo y leo; no me canso. A veces, mastico las esquinas. Su sabor es muy similar a la corteza de los árboles. Al amanecer vuelvo a mi escondrijo y sueño con Gregorio y Grete, con esas vidas tan trágicas. Sueño con Ottilie, Gabriele y Valerie exterminadas en Auschwitz y Chelmno; sueño que no puedo comer y que muero en un sanatorio creyéndome un grajo.”

(Lilian Elphick, K, páginas 28, 30, 58)

K

Ceibo Ediciones, Santiago de Chile, 2014, 75 páginas

En: Brújulas y espirales