Editorial Páginas de Espuma, 124 páginas

Por Antonio Rojas Gómez

Lina Meruane es una escritora chilena, nacida en 1970, que goza de amplio prestigio internacional. Ha recibido premios en Canadá, España, México, Alemania y Estados Unidos. Enseña escritura creativa en la Universidad de Nueva York y en la Universidad del Norte de Colombia. En 2023 la Universidad de Talca acaba de concederle el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso. El libro que comentamos fue publicado en España y en Chile en 2023 es decir, coincide con el otorgamiento de esta última distinción.

Para qué vamos a insistir en alabanzas sobre la escritura de la autora. Porque está meridianamente claro que lo hace muy bien. Vale la pena, sí, reproducir las loas que le prodiga la editorial en la contratapa del libro, y que las ha seleccionado de dos colegas cuyos libros se venden muy bien, el chileno Roberto Bolaño y la española Marta Sanz. Bolaño: “La prosa de Lina Meruane posee una fuerte potencia literaria: surge de los martillazos de la conciencia, pero también de lo inasible y del dolor”. Sanz: “Lina Meruane, cuya prosa se resiste a los usos heredados, es una escritora inteligente, autocrítica, que sabe adelantarse a objeciones (…) Me quito el sombrero ante ella”.

Ahora me corresponde a mí decir que la lectura de estos cuentos, muy bien escritos, por cierto, no me produjo un gran placer. Más bien lo que provocó en mí fue sufrimiento, amargura; lo que causa, en síntesis, la vida al solazarse en cargar penurias sobre los hombros de algunos desamparados. Pero aquí no hay a quién echarle la culpa, ni a los comunistas que se comen a los niños, ni a los derechistas abusadores que aplastan a la fuerza de trabajo, ni a los curas pedófilos, ni a los ateos descreídos.

Los personajes de este libro lo pasan mal porque parece que de eso, y nada más que de eso, se tratara la vida.

Hay casos emblemáticos, es cierto. Y de ellos, yo selecciono los dos últimos cuentos.
“Sangre de narices” (Pág. 93) narra el caso de la escritora María Carolina Geel, quien en 1955 mató a balazos a su amante en los salones del lujoso Hotel Crillón, en Santiago, y nunca, ni durante el juicio ni en los libros que escribió posteriormente, explicó las razones que la llevaron a perpetrar el homicidio. Meruane busca la identificación con su personaje y mediante un juego ingenioso con una mascota (un hámster hembra) atribuye la causa del crimen a razones olfativas.

El cuento final –“Ay” (Pág. 109)— es tremendo y retrata la muerte en un accidente de micro, de una joven estudiante universitaria, la primera en su familia que alcanza ese nivel educativo. La muchacha es atropellada por una de esas arcaicas máquinas que aterrorizaban las calles santiaguinas antes de que viniera el Transantiago a modernizar el transporte público. El auténtico drama lo sufren los padres de la joven, que con mucho esfuerzo se ganan la vida con una empresa funeraria, en la que el padre fabrica las urnas y la madre vende los servicios a los deudos y maquilla y viste a los difuntos para el tránsito final. Y ellos, los padres, se niegan a sepultarla hasta que aparezca la mano que su hija perdió en el atropello.

Estremecedor. En verdad estremecedor. Sin una línea que matice la tragedia. Sin un recuerdo de la joven que no concurra a precipitar el llanto, sin la mínima evocación de una sonrisa.