Por Antonio Rojas Gómez

Dos gardenias y otros cuentos, Eduardo Contreras,
Editorial Lom, cuento, 127 páginas.

Este libro retrata visiones sobre la adolescencia y la juventud de un escritor chileno que creció en el exilio. Eso significa que no veía cada mañana asomarse al sol por encima de las cumbres nevadas de la cordillera de Los Andes, y que en los calurosos días del verano no mojaba los pies en las aguas del Pacífico, gélidas por la corriente de Humboldt. Resulta, entonces, interesante conocer algunos episodios de la formación de un chileno que recién pudo integrarse en plenitud a la patria cuando regresó, ya en edad de realizar estudios universitarios. La sensibilidad aguda de Eduardo Contreras permite a los lectores una mirada a experiencias desconocidas para muchos, y que ayudan a comprender el proceso social del país en que conviven los de aquí y los de allá, los que estuvieron siempre en el terruño y aquellos que percibían imágenes lejanas, a veces desconcertantes. Los quince cuentos del volumen se domicilian, principalmente, en Cuba, isla tropical, rodeada de aguas cálidas, en donde la vida transcurre al ritmo del son y del bolero.

Ahora bien, los niños y los jóvenes viven, allá y acá, el mismo proceso de crecimiento, en el cual lo más interesante resulta el desarrollo de la sexualidad, generadora de fantasías y, a veces, de realidades sorprendentes, como la que nos golpea en el cuento inicial, Guantanamera del sur (con tiempos equivocados). Un excelente comienzo.

Conviene advertir que todos los cuentos fueron escritos en el siglo XXI, entre 2004 y 2021. Son, pues, frutos de un escritor hecho y derecho, que vuelve su mirada adulta al ayer juvenil y rescata emociones, sensaciones, pensamientos no necesariamente autobiográficos, que entregan, a través de personajes múltiples, visiones del crecimiento y el desarrollo de seres humanos posibles, que no se detienen en sus primeros años de vida, sino que avanzan hasta muy lejos en el tiempo vital.

Me parece de alto interés la forma en que Contreras genera cercanías entre gentes de dos mundos diferentes, el de Chile y el de Cuba. Aparte del idioma, todo es distinto en ambos países: el paisaje, el clima, la música, la comida, la bebida. Sin embargo, los seres humanos nos parecemos más de lo que imaginamos. Todos tenemos sentimientos similares, nos mueven las mismas necesidades, buscamos la felicidad y la realización personal y alimentamos anhelos y esperanzas en el sembradío de nuestros recuerdos.

Lo dicho se halla presente en todos los cuentos, pero se destaca de manera principal en el que da título al volumen: Dos gardenias. Es, a mi modo de ver, el mejor logrado de los quince relatos. Se divide en tres partes, la primera y la tercera transcurren en Santiago de Chile, en la segunda década del siglo XXI. La segunda, en el Hospital Salvador, Santiago de Chile, recordando a Santiago de Cuba en los 60. Los dos protagonistas tienen poco en común; uno es un joven barman chileno, a quien el segundo personaje, un cubano, negro, bastante mayor, le enseñó a preparar los mojitos como se hacen en La Habana. Y entre ambos se ha desarrollado una amistad sólida, a toda prueba. Yo no les voy a contar el cuento. Me limitaré a decir que es profundo y sentimental, y que vale por el libro entero. Un libro valioso, sin duda, por las razones que he expuesto, y que los invito a leer sin prisa, con la mente abierta, pues ofrece una visión del mundo y de los seres humanos que nos enriquece y nos ilumina.