Tortura Locura

Reinaldo Mendoza

Caminos oscuros, los pies me pesan.
Me cuesta caminar, respiro angustiado
primer golpe, nunca había sido golpeado.

Me duele el alma. Me voy, salgo de mi,
veo como dos hombres caminan detrás mío, llevan metrallas.
Les ganaré, si me matan o si me mantengo humano

Para eso te aprisiono, retengo a mi madre
sujeto momentos y aromas, aferro manos y lugares.

Te busco, te encuentro, salgo a caminar contigo
por los salares llenos de colores.
A veces siento punzadas fuertes en mi cuerpo, tomo tu mano.

¿Recuerdas esa laguna roja que veíamos en el desierto?
Ese color está en algunas partes de mi cuerpo.

Abrázame fuerte, tengo miedo, mírame, tus ojos multicolores
me aquietan, no sueltes mis manos, siento el calor de ellas.

Me desgarran las ropas violentamente, me acaricias lentamente,
tus manos recorren mi rostro, no te rindas, ven conmigo, soy tu compañera.

Siento un dolor que quema mis entrañas, no resisto me voy,
tengo una pesadilla horrenda, siento voces extrañas.

Distingo tu voz de viento de cordillera, cierro mis ojos, solo está tu susurro:
estoy aquí contigo, contigo, te quiero compañero,
luchando y caminando a mi lado.

Estoy en un columpio, no estoy sentado.
cuelgo, toda mi sangre en la cabeza, me duelen las piernas,
escucho voces, muchas voces, está la de mi padre.
No tengas miedo, sujeta y aprieta tus manos,
me balancea, allí voy, siento el viento en mi cuerpo
caigo, me duele, mi padre me recoge,
mueve su mano en mi pelo, sonríe, vamos no ha pasado nada.

No quiero abrir los ojos tengo miedo. Mi madre me toma en su regazo,
me canta, esa canción que desde que nací la escuchaba …
Canto a la pampa la tierra triste.
Ya no tengo miedo, tengo dolor en mi cuerpo, el alma quieta.

Escucho pasos, risas macabras, de nuevo te busco, siempre te encuentro
con esa sonrisa con que lo llenas todo
me besas me borras los espantos.
Recuerda que te espero, no te vayas, resiste, no te vayas

Despierto, estoy en la calle. Veo otra gente, me miran, me hablan
no me agreden, estoy desorientado. Veo una silueta que corre hacia mi
Si, eres tú, me abrazas, me tomas, siento tus caricias,
tus ojos cambian de color, tienen luces, tu boca me besa.

Ganaste, vencimos, ¡¡¡Sembraremos¡¡¡
Gritas y ríes y escucho una cascada de aquellas que se encuentran
de tiempo en tiempo en la pampa del desierto. aquel que aprendimos a amar.

Ruidos y Pájaros

Reinaldo Mendoza

Cuando niño sentía el ruido del tiempo en su caminar por el mundo.
Era un ruido que nunca se detenía. A veces me preguntaba
si alguien más escuchaba el eco de su andar inexorable.

De verdad, creía que el tiempo era algo físico
y sentía su paso al andar, quizás era el ruido de la maquinaria
lejana de una fabrica, el tiempo para mi tenia formas y ruidos
nadie más lo oyó, ni lo vio.

Pasó mucho tiempo, le descubrí sabor a todo:
al tiempo, a la noche, ella me subyugaba.

Hasta que un día le conocí cada murmullo a las sombras.
Aunque estas reptarán, sentía el miedo en la oscuridad
escuchaba cada palpitar de mi cuerpo.

Ese martilleo de aterrador, que se me viene a mi cabeza
cuando tengo miedo. A veces desde el ruido bajaba una luz.
Después un sonido y también escuchaba el golpe
de un cuerpo al caer al suelo
y el taca, taca, taca siniestro que se aleja.

Era niño cuando escuchaba el ruido del tiempo.
Salíamos al sentir ese murmullo lejano, corríamos calles y calles
detrás de ese pájaro volador.

Reíamos con mis amigos hasta verlo desaparecer en el cielo
nos volvíamos corriendo con nuestros brazos abiertos,
girándolos como aspas y volábamos en el aire.
De nuestras bocas salía el bullicioso taca, taca, taca.

Lo que estuviéramos haciendo.
sentíamos el ruido de las alas del helicóptero
y salíamos todos los niños de cada casa
a mirarlos, eran muy escasos, eran la alegría de todos.

Dejábamos platos servidos, tareas, lo que fuera para salir a mirarlos.
¿Donde vas? Oyeeeeee vuelve. No había caso teníamos alas.

¿Cómo algo tan alegre Se pudo convertir en sombras de las tinieblas?
¿Cómo el hombre pudo bajar al escalón más bajo del reino de los animales?

Después, ¿cuantos años? ¡¡No sé cuántos¡¡
¡¡Todos los de la dictadura¡¡
El taca, taca, taca, llegaba apenas anochecía.
Mi padre resignado decía: ahí anda “la cacerola”.

Tenía una imagen de niño de los helicópteros. Eran de colores vivos.
Tengo la imagen hoy de los helicópteros
verde oliva, con color a muerte casi negros,
así los veo cuando ya no los miro.

Desde esas aves malignas arrojaron a seres queridos al mar.

No conozco el último peldaño de la escala animal.
Pero sé, que ahí o más abajo, está el hombre aquel
El dueño de las aves siniestras.

¿Y Tú?

Reinaldo Mendoza

Siempre estuve seguro de ser humano, las enseñanzas entregadas
me hicieron respetar siempre a las personas.
Me hiciste dudar de mi condición de persona humana,
cuando me vendaste los ojos, para que tuviera miedo,
¡Tuve miedo!

Cuando me golpeabas sin motivo, dudé de mi condición de hombre.
¡No existe horror más grande que esa duda!
Tu estabas armado, yo no. Tu sabías y sabes usar armas.
¡Yo nunca supe y tampoco sabré!

Tus golpes trataban de perderme en la oscuridad de dejar de ser hombre.
Tratabas de humillarme. ¡Me sentí humillado!

Me interrogabas, yo no te podía ver,
tú, seguro, veías mi espanto, mi miedo,
¡Sentí tanto miedo¡!Querías que otra gente
también estuviera allí. ¡Me preguntabas por otros!

Sentía gritos de horror y espanto, esperando mi turno para entrar,
no sabía a qué lugar, y sin siquiera saber en dónde estaba.

Quisiste que tuviera miedo, ¡Lo tuve!
Quisiste humillarme, ¡Me sentí humillado!
Quisiste rebajarme ¡Me sentí rebajado!
Quisiste que traicionara ¡No traicioné!

Quizás por que no me castigaste lo suficiente. Nunca lo sabré.
Quisiste que dejara de ser humano. ¡No lo lograste!

No dejé de ser humano, sentí el dolor de los demás,
a pesar del mío, no quería que tuvieran dolor.

Cuando tuve mis dolores sentí la palabra amiga,
el apretón de mano escondido, de un ser humano,
hacia el hermano desconocido.

Me sentí humano cuando, a pesar de mi encierro,
me alegré, porque otros salían de él,
y canté junto con otros/por su despedida ,
y quise con toda el alma que el que se iba fuera libre.

Como ves, seguí siendo humano
cuando salí de mi encierro. Me despidieron con cantos,
tristes y alegres, porque yo salía del espanto.

Seguí siendo humano, sentí dolor por los terrores
que sufrían los que quedaban y por los terrores míos.
¡Sentí miedo!
¡Sentí humillación!
¡Sentí dolor!
¡Sentí como ser humano!

Salí de mi encierro siendo, quizás, más persona.
Querías derrotarme. ¡No lo lograste!
Amé a mis hermanos y ellos me amaron,
con todos sus dolores y con todas sus debilidades.
Y seguí sintiéndome más humano.
¿Y tú?

Salvador Volantín

Reinaldo Mendoza

Los volantines nuestros además de conciencia
tenían alma y alegrías. En sus pechos estaban grabados los sueños.

Tenían la fuerza de los alerces, los cuales representaban
los endurecidos huesos que los sostenían, y le daban
la ductilidad y la levedad para desplazarse
en el viento, en las brisas, en los ventarrones.

Con sus músculos duros y flexibles
galopaban por el aire, como potros encabritados,
como aves peregrinas, en picada hacia su presa
y se hacían invisibles al mirar de los hombres.

Cada uno de ellos tenía un nombre.
En su arquitectura participaba cada miembro de nuestra familia
a través de los años fuimos construyendo uno que tuvo algo
de los abuelos, de mis padres y de cada hermano.

Este tenía la astucia del perseguido, se escondía entre nubes
nadie lo veía cuando se ocultaba en el sol.
Fue el más veloz, el más ágil, el más sutil
el más fiero, el más amigo, el más recto, el más decidido.

Era capaz de volar en los huracanes, torbellinos, remolinos, ventoleras.
Un día lo llevamos a la cima más alta y volaba cortando enemigos.
Corta uno, y el cobre es nuestro

Derriba a otro, y la tierra es para el que la trabaja,
el cielo se llenaba de volantines.

Subían volantines negros, acorazados
y él nuestro vuela, los esquiva y derriba otro.
Los niños ríen al amanecer, con sus bigotes blancos
pintados con la leche diaria.

Sigue girando, otro abajo.
ahora todos son capaces de leer
las leyendas escritas en su pecho,
su vuelo libre irritaba a los del vuelo oscuro.

El volantín que nos costó décadas hacerlo volar al lugar más alto
era atacado por siniestros alados, que no luchaban como él
pues eran arteros, algunos vestían colores ajenos a la patria
y a los colores de nuestros volantines.

Cortaron a través de la traición los hilos
con los cuales lo sosteníamos, se dejó llevar por el viento,
no permitió que lo cazaran, y por donde
pasaba dejaba esperanzas.
Que más temprano que tarde
el cielo se llenaría de volantines libres.