Por Roger Santiváñez

Desde el primer epígrafe, este libro de Biviana Hernández, titulado Embargos, nos anuncia que estamos ante una disolución. La vida se disuelve o va a disolverse inexorablemente. Y esto es absolutamente cierto desde el punto de vista de la muerte. De modo que –desde un comienzo– estamos notificados de esta crónica poética de la desaparición. Ahora bien, el ámbito en el que nos moveremos es el cuerpo humano: “en el cráter de su entrepierna / respira una mucosa”, leemos apenas nos asomamos al conjunto. Entendemos que la cosa será fuerte ya que la imagen prefigura un volcán. Y más con esto: “una mucosa que acuchilla / blindada”. Nos enteramos además que esta historia se ha iniciado y se ha desarrollado con el tiempo, el crecimiento y el paso de los años, con profundos vacíos y con la presencia de la muerte, de la que se huye pero que igualmente se busca y llama. Suprema contradicción que alumbra toda poesía de calidad. Y la de Biviana Hernández es una de ellas.

En su visión, nuestra poeta sabe incorporar a su experiencia metafísica la trayectoria social latinoamericana: “mi violencia fue nutrición / popular”, nos dice, y redondeando la idea: “estirpe original / de la derrota”. Por lo que una situación lleva a la otra. Estamos condenados al fracaso y al sufrimiento desde el momento en que nacemos: “alumbramiento con / fórceps / hemorragia y coágulo”. Luego viene una serie de poemas cortos, enhebrados en un par de páginas seguidas (mas no solitarios, sino lanzados en el blanco de la pulcra hoja como ocurre en la mayoría del libro), para proseguir con la muerte rondando: “escrutinio [ post mortem]”, que de pronto insinúa un tono neobarroco alrededor de una cirujía: “aja lisia agria / cauteriza el corte”. Tratándose de una experiencia que permite explayarse en un fresco coloquialismo: “¿leche evaporada o crema inglesa? / el queso maduro de una vaca / simmental”. Y así llegamos a una suerte de Arte Poética que nos brinda una oscura y, no obstante, preclara dicción: “anota la síncopa del enunciado / borda impasible / la soga del ahorcado”.

La situación médica, plena de elaboración verbal, se va enunciando cual un conjunto de síntomas que nos son susurrados en “roja violencia / elemental”, en medio de una guerra que se define interior, a la sazón de una brillante adjetivación rítmica: “hilarante / emoliente / hipnótica”. Una guerra que se rompe y se entrega, que inyecta y produce dolor, aunque pareciera que el sujeto poético lo ignora (el dolor) y prefiere ser, en apariencia, indiferente. De a poco se va esclareciendo, así, una concepción de la poesía como curación. Y una posición de rechazo frente a los roles establecidos. El de ser mujer-madre, por ejemplo: “no cuido no alimento no protejo / lo peor de todo es que no me importa / pese a que mis amigas me miran feo”. Asoma aquí una actitud fuertemente irónica y hasta sarcástica: “como madre de origamis / soy la envidia del vecindario”, acompañada del oxímoron que es uno de los tropos prevalentes: “[lavanda ricino calaguala]” para la formación de cadenas sintácticas de inquietante sentido, como se lee en “[muérdago obituario bozal]” o en “anágena / catágena / telógena”. Extraña semántica que la hablante sabe ejecutar con gran belleza y sencillez a fin de poder internarse en el bosque, otra vez, “nómade por errar”. Estamos, pues, ante una poesía en estado de tensión permanente con su entorno social, al punto de llegar a describirse de este modo: “concedo grandeza a la miseria / exceso a la carencia [paranoia]”. Y más radical en su remate: “un instinto psicótico / de animal severo / me sucede”. En lo que palpita una poesía confesional de nuevo tipo: “añosa / la rabia del bacilo / extinta / la odiosidad de los gemelos”, que avanza siempre hacia la enfermedad: “camas platos nervios cetáceos / el abrazo de un infectado”, en los marcos de nuestra condición humana más primaria: “la calma de un animal sésil”. Porque, como diría Eielson, somos tierra. Y en los versos de Biviana Hernández somos: “[sonidos fatuos tectónica mudez]”.

Luego viene una serie conjunta con el tema del hogar doméstico, donde se luce el talento de nuestra poeta en la composición sintáctica: “tu casa no alberga no suaviza / la mía drena la mía exfolia / con cuatro aceradas púas”. Y a pesar de que hay “susurros que arrostran deseos”, la situación se define con crudo realismo de tintes incluso expresionistas: “si hay casa hay comida / alucinaciones gustativas / ¡excremento flema sudor!”. El terrible viaje continúa en su periplo destructivo: “pero como la muerte se trata de / desapariciones / también me esfuerzo por generar / desastres”, en el que se ejecutan labores rituales de “incendio / ceguera”, una y otra vez. En este vaivén, la poesía es simplemente “nuevas palabras / para viejas prácticas”. Sin embargo, vemos que esto no es cierto, es decir, la particular dicción de Hernández prueba la originalidad de su mundo representado conforme su exacta economía de medios: “la periferia del miedo / su tono agraviante / celo”, en la ronda de la molestia permanente contra sí misma y la sociedad, desplegada a partir de la sensorialidad: “escucha palpa huele / sudorípara”. Continúa la condición médica para rematar, por último, que: “así se sobrevive / como hermana menor / [en vano]”, siguiendo la sucesión de unos versos de notable impronta lírica: “como el silencio de las piedras / grieta / o el ritmo circadiano de las olas”. Y de este modo –con el mar– Biviana Hernández cierra estos Embargos que –si nos atenemos al diccionario– implican una sanción judicial, pero también indigestiones, esto es, un problema físico, médico (leitmotiv de todo el poemario), pero para nosotros, sus lectores, no es ninguna indigestión, sino todo lo contrario: una ingestión sagrada de excelente poesía con un tema delicado como la salud y el cuerpo humano, siempre sujeto al deterioro y a la muerte inexorable, que la voz poética conduce con sapiencia, talento y concisa expresión.

Roger Santiváňez
[Orillas del río Cooper, sur de New Jersey, junio de 2023]