Simplemente Editores, 56 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

“Nada más zarpar de Punta Arenas, cerca de la Primera Angostura, nos avisó una barcaza por la radio y el capitán de puro curioso desvió el rumbo. Desde lejos era una mancha negra y se distinguía apenas su anillo blanco en el cuello. Al acercarnos, parecía un viejo con el poncho empapado tratando de mantenerse a flote. Nadaba hacia la costa con miedo y desesperación. En estas aguas heladas es difícil sobrevivir mucho rato. ¿Cómo cae un cóndor al agua? Quizás comió demasiado y con la panza llena no pudo mantenerse en vuelo, o el puto viento le jugó una mala pasada, o ya era viejo y ese era solo un final de los tantos posibles en Magallanes. No nos quedamos para ver si logró llegar a la costa, teníamos la marea favorable y enfilamos hacia el Atlántico por el Estrecho”.

Copio el comienzo de esta novela de Yuri Soria-Galvarro, porque me parece que es la mejor manera de invitar a su lectura. Un cóndor ahogándose en las aguas del Estrecho de Magallanes. Interesante. Y bien contado, con un lenguaje sencillo, de máxima claridad. Así continúa toda la historia, que no trata de cazadores de cóndores, sino de pescadores de bacalao. Una cáfila de maleantes en potencia, que no dejan de hacerse zancadillas ni de maltratarse cada vez que la ocasión se presenta. El barco salía de Punta Arenas con un nombre y lo cambiaba cuando llegaba a las Malvinas, que era su punto de entrega de la pesca en aguas internacionales. Había tres turnos de trabajo pues la actividad no cesaba en las veinticuatro horas del día.

La novela está armada de manera original. Uno de los marineros le cuenta los hechos al escritor, que se supone los escribirá más tarde. Le proporciona, además, apuntes que toma durante la permanencia en el mar. Lo apodaban Tortuga, su nombre no llegamos a conocerlo.

Entre los personajes, especialmente odiado es el cocinero, Abelardo. Trabaja con dos ayudantes, uno de ellos es afeminado, Margarito, y se rumorea que las oficia de su mujer.

Bueno, ahí está planteado el pequeño mundo de la novela, que como todos los mundos novelescos constituye una réplica del mundo real. Suceden en él aventuras propias del quehacer de los personajes, accidentes, tormentas, ocurre la muerte de un pescador por una maniobra infortunada, los persigue un barco de ecologistas, y así. Hasta que finalmente el barco se hunde. Pero no ese ese el final que importa. Lo interesante es cómo, ante el trance de la tragedia, los seres humanos reaccionan de maneras tan diversas, que pueden corresponder a lo que esperábamos de ellos, o puede que resulten tan sorprendentes por lo inesperadas que nos dejen sumidos en la desazón de no llegar nunca a conocer realmente el fondo de la humanidad.

Así como nunca sabremos por qué un cóndor puede caer al mar, imagen que retorna, con eficacia, en la frase final de este estupendo relato.