Ediciones On Demand, 111 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

El autor es un periodista destacado, que fue director de diarios regionales, y ahora, retirado de las lides informativas, incursiona en la literatura. Es el sueño de muchos periodistas, que en este caso se cumple con satisfacción, porque Ortiz Alfaro es capaz de reproducir, en la ficción literaria, el interés que siempre despierta la información contingente. Sobre todo, que aquí se trata de noticias policiales, algunas de las cuales permanecen en el imaginario colectivo por la expectación que causaron en su momento.

Hay que decir que se trata de una novela, por lo tanto, ficción, pero asentada en la realidad. El autor no está narrando sus memorias. No es él el protagonista. Más aún, el protagonismo corre por cuenta no de una persona, sino de cuatro que conforman un equipo de jóvenes reporteros que recién se inician en la profesión y están convencidos de que el periodismo es el oficio más hermoso del mundo, como decía García Márquez. En este caso, ellos especifican que el periodismo más interesante y valioso es el que se dedica a los sucesos criminales, pues revela las verdades más ocultas del tejido social.

Estos cuatro reporteros, que se hacen llamar “Los Cuatro Malditos” -así, entre comillas- defienden valores profundos de honestidad, respeto, libertad y la verdad por encima de cualquier circunstancia, lo que resulta significativo en la época en que se desempeñan, los primeros años de la dictadura de Pinochet.

Hay un interesante juego del tiempo a lo largo del relato, bien manejado por el narrador. El tiempo va y viene, desde el presente en que el autor escribe, que corresponde a nuestro ahora, y el pasado en que ocurrieron los episodios recordados. Esos saltos temporales no entorpecen la comprensión de la historia, sino que le aportan dinamismo. Así también los personajes secundarios, bien esbozados, cumplen la función de dar credibilidad a las vidas de los protagonistas, en especial sus esposas, que alcanzan una presencia discreta, ni más ni menos que lo indispensable.

En cuanto a los protagonistas, quedan muy bien descritos en este párrafo: “Eran seres humanos imperfectos, con expectativas propias de la profesión y siempre imbuidos en la urgente inmediatez de las noticias” (Pág. 85).

Cada uno recuerda la noticia de mayor impacto que le correspondió reportear: “Fueron episodios que se anclaron en los lugares más hondos de la memoria y que nunca fueron llevados por los vientos de los olvidos, aquellos que arrastran todo aquello que no se quiere recordar para poder sanar” (Pág. 90).

Entre aquellos episodios se cuenta el caso de la Quintrala, la mujer que contrató a un sicario para que asesinara a miembros de su propia familia; la caída de una avioneta en los faldeos del cerro La Pirámide; el secuestro del cabo Hernán Bravo en la comuna de La Reina; un violador de Maipú que quedó en libertad porque se detuvo a un sospechoso equivocado, lo que se subsanó gracias a la intervención periodística. Y varios más, entre los que se menciona a Paul Schäfer, jefe de Colonia Dignidad.

El lenguaje es rápido, sencillo, de lectura fácil; presenta las virtudes y los defectos de la prosa periodística. Entre las primeras, podemos mencionar la claridad; entre los defectos, la adjetivación excesiva; los periodistas ignoran el verso de Huidobro: el adjetivo, cuando no da vida, mata.

En síntesis, una novela interesante, que entretiene y aporta una visión distinta de los años dictatoriales, a través de casos policiales que aún permanecen en el inconsciente colectivo.